Ella es una chica que vive su vida segura de que no nació para amar, mientras que él es un hombre que ya amó una vez pero que no supo hacerlo bien.
Una noche se encuentran en una situación extraña sin saber que el destino ya lo tenía todo planeado.
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Cuatro
Renato se tiró sobre su cama después de quitarse la ropa con la que estuvo en la discoteca y una sonrisa se dibujó en su cara al recordar a la chiquilla que conoció dentro del baño.
- Sofía- susurró su nombre como si temiera despertar al sonido y le pareció dulce en su boca.
El rubio llevaba unos meses en New York, al final entre todos en la familia habían decidido que su hermano Dominic se quedara con la empresa Patel, Sabrina trabajaría con sus primos en Italia en los negocios Cesare y él se quedarían únicamente con sus empresas.
Renato no necesitaba del dinero de la familia y ya había logrado que sus sueños crecieran bastante y quería llevarlos hasta la cima con su esfuerzo, además se lo debía a su hermano por todo lo que este hizo para poner nuevamente la empresa en su lugar después de todos los desastres que él había provocado al creer en Serena.
Por eso había cambiado de continente, Estados Unidos era un buen mercado para explotar y para olvidar.
Así que de su vida laboral no tenía quejas y de la privada, bueno, esa era aún más simple.
La única relación seria que había en su vida en esos momentos podría decirse que era con una pequeña con el pelo negro como su abuela paterna y que pronto cumplirían tres años, Leicy era su gran amor y pese a todas las dificultades que tuvieron y las tonterías que él le hizo a Julianna la niña también se desvivía por su padre.
Pero en lo que respecta a mujeres adultas su vida era lo que fue esta noche, sexo en el baño de una discoteca o en cualquier otro lugar que la situación lo amerite y si te he visto ni me acuerdo.
El hombre había vuelto a lo que fue su vida después de la primera gran tontería que cometió con la pelirroja que había sido su amor de infancia en la piscina de su casa, aunque esta vez no estaba como perdido en una vorágine de sexo, esta vez era una opción de vida calculada y bien diseñada, ya había probado a amar y no supo como hacerlo y de esa relación tenía a lo más bello que pensó tener en su vida, ya no necesitaba nada más que sexo y placer sin sentimientos.
Mientras se quedaba dormido la chica del baño regresó a su mente, pelirroja, otra pelirroja, casi daba yuyu recordar lo que ese color de pelo significa en su vida pero era hermosa en verdad aunque tuviera solamente dieciocho años.
-Duérmete Renato- se dijo a sí mismo- Tú ya cumpliste treinta, son muchos años de por medio y lo más posible es que ella no quiera un simple encuentro, ella es una niña que está empezando y seguramente sueña con un príncipe azul para el resto de su vida.- envuelto en su pensamiento sonrió- Pero no está nada mal.- volvió a pensar- Tiene un cuerpo que se ve delicioso y unas manos muy suaves, además de ese color de pelo.
El hombre se removió en la cama como si le hubiera dado un escalofrío.
- Y está dispuesta a recibir tus órdenes, a lo mejor debiste probar, no creo que hubiera sido un problema para ti dos diferentes en la misma noche, además no te hagas el desentendido, tu amigo estuvo dispuesto enseguida, sobre todo cuando la viste dejar pequeño a el guardia, ella tiene una dominadora dentro de su cuerpo que necesita ser dominada y ese es un reto que te encanta.
El rubio seguía sonriendo a ninguna parte mientras hablaba consigo mismo sobre su cama.
- Duérmete Renato- se repitió sin poder borrar la sonrisa de su cara- Con un poco de suerte a esa chiquilla no la verás nunca más, tú no necesitas problemas en tu vida, tú no sabes amar, no por lo menos de la forma que una mujer de su edad necesita.
Y se acomodó en su cama intentando dejar de pensar en aquella chiquilla de ojos azules.
El domingo en la mañana despertó con buenas previsiones, había sol aunque no mucho calor, él estaba relajado y lo mejor, mientras desayunaba abrió su correo y encontró el mensaje de que el negocio por el que tanto había luchado en los días anteriores al fin iba a concretarse, tenía una cita para el miércoles para firmar los contratos y llegar a un acuerdo en la forma de trabajo.
Fue a la habitación y se vistió con ropa de deporte, una carrera por Central Park era lo que necesitaba para liberar las endorfinas de su cuerpo por lo exaltado que se sentía después de leer el mensaje, así que diez minutos después iba saliendo de su edificio con audífonos puestos para relajarse.
Mucho rato después regresó al departamento, miró su reloj pulsera y cálculo la hora con Londres para poder hablar con Leicy, era algo que hacía casi todos los días, la niña era pequeña y él no quería que lo olvidara por estar tan lejos de ella, sentía que hasta el momento era lo único que había hecho bien en su vida.
Fue hasta el ordenador que había dejado en la mesa, pero antes de sentarse se olió, olía a sudor y pensó en bañarse antes de que su hija lo viera, y de camino al baño sonrió, ni que la pequeña pudiera olerlo por la pantalla.
Se tomo su tiempo bajo la ducha, era temprano así que podía relajarse sin problema, salió y se vistió cómodo y fue hasta el ordenador.
- ¡Hola papá!- la escuchó gritar del otro lado en los brazos de Julianna.
- ¡Hola cariño!- le contestó con la misma alegría- Hola Jul ¿Qué tal está todo?- saludó también a la madre, al final habían logrado mantener una buena relación por la pequeña.
- Bien, todo bien.- le contestó la madre- Ahora quédate hablando con papá mientras yo le doy una papilla a tu hermano. - le dijo a la niña sentándola en frente del ordenador- Recuerda, si tocas una tecla se termina la conversación con papá, no toques nada o el ordenador se apaga.
- Sí mamá- le respondió sonriendo.
- Yo estaré aquí mismo Renato, que estés bien.
- Gracias. - le dijo a la mujer que una vez fue su esposa y hoy es solamente la madre de su hija y se quedó con la pequeña en una conversación en la que por momentos no comprendía lo que decía pero que no le importaba para nada.
Enzo lo sabía por eso apoyo esa relación él sabía que en esta vida a pesar de nuestros errores todos merecemos amor