"En medio de una bulliciosa ciudad, donde el susurro de personas apresuradas y luces parpadeantes, el tiempo parecía desvanecerse para dos almas destinadas a encontrarse sin saberlo. Ella, una joven hermosa de mirada perdida, llevaba sobre sus hombros el peso de un pasado difícil. Él, un hombre inteligente, magnate de los negocios, caminaba por las calles escondiendo un dolor profundo teniendo la certeza de que su vida cambiaría de manera inesperada".
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Capitulo IV Obligados
El fin de semana llegó rápidamente, Sebastián no estaba muy feliz con la supuesta boda con la hija de los Ledezma, pero era la palabra dada y eso tenía mucho peso, ahora esa niña malcriada vería lo que era sufrir, pues su padre le había dicho que ella insistió en ese compromiso y que había que honrar el pacto, lleno de odio se dirigió hacia la iglesia, él tenía su vida hecha, además una novia que lo amaba más que a nadie y él sentía lo mismo por ella, pero ahora todo estaba quedando de lado y solo por una niña caprichosa.
La desesperación, frustración, ansiedad, resentimiento se estaban apoderando del novio, no quería defraudar a su familia, pero tampoco quería sacrificar al amor de su vida a causa de esa mocosa. Pensando en la mirada de Daniela cuando él le confesó que no podían seguir juntos, devastaba su corazón.
La situación no era muy diferente para Aurora, quien sentía como su libertad era cada vez más imposible, el anhelo de algo que nunca sería estaba consumiendo su vida, sus ojos rojos por el llanto, la soledad que sentía en el alma, la culpa que sentía por no tener la fortaleza para poder luchar por sí misma, la hacían sentir la falta de control que siempre ha tenido sobre su propia vida.
"Es hora de irnos", dijo Lucrecia entrando a la habitación.
"Vete a la mierda, te odio y te juro que esto lo pagarás muy caro", dijo Aurora con la voz entrecortada y el dolor impregnado en la piel.
"Ni porque te casas hoy respetas a tu madre", grito Francisco que había escuchado las palabras de Aurora.
"Esa mujer no es mi madre y a partir de hoy dejarás de ser mi padre, los dos se pueden ir al infierno", Aurora paso empujando a esos dos, no les bajaría la cabeza, igual ellos ya no tendrían poder sobre ella, ahora le tocaba luchar contra otra persona que ni conocía.
Aurora se sentía atrapada y sin control de su propia vida; la frustración, tristeza, ansiedad y desesperación se habían adueñado de todo su ser. No había vuelta de página, ese día perdería para siempre su libertad, sin poder contenerse una lágrima corrió por su mejilla.
"No llores, esto es lo mejor", comento Francisco sintiendo pesar por su hija.
"¿Para quién?, para ti o para la bruja de tu esposa que al fin se va a deshacer de mí", Aurora hablo con mucho rencor en su corazón.
"No te permito que hables así de tu mamá, acaso no puedes agradecer todo lo que ella ha hecho por ti". Regaño Francisco indignado.
"Ja, ja, ja, si ha hecho mucho por mí", Aurora hablaba con ironía y sarcasmo.
"Serás la nuera de la familia Santos, ¿sabes cuántas chicas quieren eso en sus vidas?, pregunto Francisco con admiración.
"Yo solo quiero ser feliz, acaso no lo puedes entender", Aurora quería parar esa conversación, su padre no daría vuelta atrás y a ella no le quedaba de otra que casarse con un desconocido, mejor era estar tranquila y analizar la situación, seguramente podría escapar en cualquier momento.
"Serás feliz hija, solo dale la oportunidad a tu esposo", aconsejo Francisco.
"Algún día te darás cuenta del daño que me estás haciendo, solo espero que cuando eso, pase yo aún siga con vida", las palabras de Aurora se clavaron en el pecho de Francisco como dagas que atravesaban su corazón y si su hija tenía razón y esto era una equivocación, con ese pensamiento acompaño a su hija por el largo pasillo de la iglesia, sintiendo como la joven temblaba, como le apretaba la mano con cada paso que daba, algo no estaba bien, pero la venda que tenía en los ojos no le permitía ver la verdad.
"Te estoy entregando mi mayor tesoro, por favor cuídala", la mirada sombría del novio no le dio buena espina a Francisco, él pensaba que Sebastián estaba de acuerdo con ese matrimonio, pero ahora lo dudaba.
Sebastián no contestó nada, su mirada se desplazó de Francisco hasta Aurora quien tenía la cara tapada por un largo velo, no pudo ver bien el rostro de lo joven, ignorando a su futuro suegro, Sebastián se centró en la joven frente a él, su mirada estaba llena de odio hacia la mujer, quería en ese preciso momento tomarla del cuello y acabar con su vida. El sacerdote llamó la atención de ambos y procedió a empezar la ceremonia, Aurora no pudo contener las lágrimas y una a una caían de sus hermosos ojos color miel. Ella no supo en qué momento termino aquel circo, tampoco supo cómo tuvo las fuerzas para decir "si"; solo sentía el gran dolor que está situación le estaba causando, por otro lado, Sebastián estaba intrigado, levantando el velo que cubría el rostro de su ahora esposa, se encontró con una mirada llena de tristeza y desolación, lo que más lo desconcertó fue el hecho que era la misma muchacha que había visto unos días atrás, esa mirada perdida y llena de tristeza que tanto le había llamado la atención. Un impulso lo llevo a secar sus lágrimas con una suave caricia, como si ella fuese de cristal, ese mismo impulso lo llevo a besar aquellos suaves labios con mucha delicadeza sellando el pacto que acababan de hacer.
Aurora estaba confundida por lo que estaba en ese momento, su esposo no era un viejo ni mucho menos era aterrador, al contrario, cuando sus miradas se cruzaron ella sintió en él calidez, pero las acciones de él, la forma en como tocó suavemente su rostro, seguido de aquel besó, estremecieron cada célula de su ser, ella no lo recordaba a él, ella no recordó que ya lo había visto una vez en la calle.
"Sonríe, debemos guardar las apariencias", le susurró Sebastián al oído.
"Es difícil sonreír cuando tu alma está muriendo", respondió ella.
"Te entiendo perfectamente, pero no quieres verte fea en la foto". Aquellas palabras sacaron una mueca que parecía una sonrisa, los invitados no escuchaban lo que ellos estaban hablando, solo podían ver a dos personas susurandose cosas que parecían ser palabras de amor, para ellos la pareja reflejaba ternura y calidez.