Roxana: La Bastarda

El archiduque tan solo había salido el sol ss encontraba escribiendo una carta de recomendación en donde hablaba maravillas de su hija y su intención, la iría incluso a entregar él mismo para que NADIE interfiriera con el deseo de su hija. Llevaba monedas extras, por si había uno que otro obstáculo en el camino.

“Señor, le hemos anunciado a la señorita Roxana qué irá al palacio imperial y ella quiere ir con usted”. El archiduque sonrió ampliamente, le empezaba a doler los pómulos porque desde ayer no dejaba de sonreír, incluso al dormir estaba sonriendo. Su hija era tan preciosa, suspiró aliviado de que la actitud de Roxana siguiera siendo la misma del día anterior y no haya sido un delirio suyo.

“Dile que sí, que se prepare”.

“¡No hay necesidad! Aquí estoy ¡Buenos días a todos!” Roxana sonrió dando una vuelta mientras se dirigía hacia su padre y tararea "buenos días".

“¡Hoy es buen día para ir al palacio imperial!¿Iré contigo o escuché mal?” Roxana se hizo la despistada aprovechando para darle un abrazo a su padre, quien acariciaba su cabello con una sonrisa ¿Qué haría con ella? No había remedio, solo podía amarla cada vez más.

“Iras conmigo, hija mía”. Roxana dio un salto de felicidad.

“¿Quién es el padre más hermoso, guapo, con buena actitud? ¡UN ICONO DE LA SOCIEDAD! ESE EEEEEEEEEES MI PADRE! ¡GIAN! un aplauso para su preciosidad”. Gian estaba completamente sonrojado, un rojizo fuerte inundó sus mejillas al escuchar las palabras de su hija más cuando el mayordomo aplaudió a quien fulminó con la mirada.

“La señorita parece haber despertado de buen humor”. Bromeó el mayordomo.

“Ya es momento de irnos”. Intentó disimular la pena pero ya era muy evidente, Roxana solamente soltó una risita traviesa yendo detrás de su padre. ¡Estaba preparada! No esperaba encontrarse con el príncipe porque el permanece encerrado pero ¡Uno siempre debe conocer el escondite del enemigo para preparar su plan de batalla! Estaría lista, llevaba su mayor arma: su precioso padre ¡su carta maestra! Más de cinco años sirviendo al imperio le había dado poder y riqueza y ella era quien tenía su corazón ¡soy imparable! Soltó otra risa la cual fue escuchada por su padre, quien no podía imaginar que clase de locuras pasaba por la mente de su hija que cada vez parecía sorprenderlo más.

“Te ayudo a subir”. Roxana sonrió saliendo de sus pensamientos, tomó la mano de su padre y subió al carruaje, después de ella entró él.

“Eres todo un caballero ¿No hay candidatas para madrastra?” La pregunta de Roxana hizo que el archiduque se sonrojara. En algún momento iba a morir por un ataque al corazón y sería culpa de esa niña.

“No, eres mi única sucesora”. Roxana hizo una expresión de decepción y luego sonrió.

“Entonces todo el poder de mi padre ¡ES MÍO!” Soltó una risa parecida a la de una bruja que hizo reír al archiduque de lo fea que era.

“Sí, hija”. Le siguió el juego.

“Eres muy guapo, papá. Si alguna vez vuelves a enamorarte, te daré mi permiso ¡PORQUE LO NECESITAS!” El archiduque solamente se limitó a negar riendo, su corazón estaba cerrado y quien tenía la llave ya no se encontraba con vida. Su preciosa Amelia estaría orgullosa del cambio de Roxana y que su corazón parece haberse curado de la amargura que le provocó su muerte.

“Quiero acompañarte a dejarle flores a mi madre”. No conocía la tumba en realidad y una parte de ella sentía que a la Roxana original lo hubiera querido pero no había sido capaz con la amargura de su corazón.

“¿E-en serio? Tu madre... Ella estaría tan feliz de verte”. El archiduque quería llorar, no podía engañar a nadie. Su hija realmente había cambiado, estaba tan feliz y orgulloso, este regalo seguramente era de parte de Amelia del cielo.

“Papá... Estás llorando”. Los ojos de Roxana se humedicieron de igual manera ¿Cómo un hombre podía ser así de sensible y cariñoso? En su vida anterior todos los hombres parecían toscos y amargados, pero su padre era un hombre tierno. Estaba feliz que al menos pudiera aliviar un poco su corazón.

“No sabes lo feliz que estoy, Amelia estaría tan feliz. Gracias, gracias Roxana nunca podré agradecerte por completo lo feliz que me has hecho en estos dos días, es un alivio para mi corazón saber que no odias a este cobarde padre”. Roxana no terminaba de entender ¿El había sido el culpable de la muerte de la madre de la Roxana original y a eso se debía el odio de ella? Los cabos sueltos poco a poco se iban devolviendo a su lugar.

El archiduque se arrodilló ante Roxana y dijo: “Te prometo que lo intenté, intenté salvarla pero debía ir a la guerra y ellos aprovecharon para matarla. Yo no pude hacer nada, los mate a todos pero no recupere a tu madre, disculpame, por mi culpa tuviste que observar su muerte y tu quedaste tan traumada y herida. Pensé que nunca lograría recuperarte pero ahora estás actuando de manera tan cariñosa y yo, me siento perdido a veces pero no me abandones, no te vayas como tu madre, yo te protegere con mi vida, esta vez... No dejaré que nadie te toque, no me importa si debí desafiar al mismo emperador pero no volvamos al mismo frío que antes”.

Ahora lo entendía todo, estaba llorando igual o más que él. Estaba conmovida y había logrado empatizar con la Roxana original, entendía sus sentimientos y el odio que le tuvo al archiduque pero... Su padre no merecía tal odio, era un buen hombre que hizo lo pudo e incluso no se permite tener otras mujeres porque la posición de sucesora de ella peligra.

“Padre... Tú realmente eres un buen hombre, tengamos un nuevo inicio ¿sí? No me apartare de tu lado otra vez. Te amo y mereces esta felicidad, no te culpes más por la culpa de mi madre, a ella no le gustaría esto ¿no crees?” El archiduque no había pensando en esto último y su hija tenía razón, Amelia era una mujer de corazón puro y terca. Ella estaría triste si se enterara de como se culpa por su muerte.

“Mi preciosa hija”. Ambos se abrazaron con toda la fuerza que tenían en el corazón, porque fue la primera vez que ambos sintieron después de mucho tiempo que formaban parte de algo, de una familia.