Solo En La Oscuridad

Miguel dormía otra vez en la casa de sus abuelos. A pesar de que no había contado la extraña experiencia de la otra noche a nadie en la casa, procuraba no estar muy tarde y solo fuera de su cuarto. No había vuelto a sentir nada extraño en aquella casa pensaba para si mismo que "era mejor prevenir que lamentar”. Ese día no había tampoco mucha bulla en la calle y él se preparaba a dormir en el segundo cuarto de la casa. Había una puerta que comunicaba ese cuarto con el primero y este último tenía un amplio ventanal que daba hacia la calle y no tenía cortina, por lo cual se alcanzaba a ver todo lo que pasaba en la calle. A pesar de que estaban en época de vacaciones, no había mucho movimiento en la calle. Miguel acomodó su cama contra una de las paredes y se dispuso a dormir. Cerró las ventanas de madera del cuarto, tomó las almohadas y una sábana que le había dado una de sus tías para cubrirse y se tiró a la cama sin siquiera cambiarse la ropa. Aunque no tenía mucho sueño, cayó rendido a los pocos minutos de haberse recostado. No habían pasado ni 30 minutos cuando se despertó sobresaltado y sin saber por qué. Miguel acostumbraba a dormir boca abajo o sobre uno de sus costados, pero ese día, cuando despertó, notó que estaba boca arriba, tapado desde los pies a la cabeza. Destapó la sabana hasta quedarle en el cuello y se quedó un rato mirando las aspas del abanico de techo que colgaba encima de él y que hacían un leve ruido cada que giraban. Trató de conciliar el sueño, pero no le fue posible. Empezó a tratar de recordar todos los trucos que conocía de cómo dormir y lo único que le vino a la cabeza fue contar ovejas. Trato de hacerlo y notó después de unos minutos que eso no servía para nada. Trato de reacomodarse en la cama y fue entonces que lo notó. Había estado tanto tiempo pensando en cómo dormir que no había puesto atención a nada a su alrededor. El colchón sobre el que estaba acostado era un colchón de los más viejos en la cama pero a Miguel le gustaba porque se amoldaba perfectamente a quien estuviese recostado encima. Miguel siempre lo había encontrado muy cómodo y por esa razón lo peleaba cada que iba a dormir allá. Pero ese día, en ese momento en particular, sintió que al lado de donde tenía acomodados sus pies, había una zona del colchón que no se sentía como se debía sentir. Incapaz de levantar la cabeza para mirar y verificar lo que sus otros sentidos habían captado Miguel solo cerró sus ojos y movió sus pies al otro lado para evitar sentir cualquier cosa que estuviese arriba de la cama. Los siguientes minutos fueron tensionantes: Miguel no sabía si levantarse y mirar hacia el lado contrario de la cama, si debía emitir algún sonido a ver si alguna voz contestaba, si debía mover los pies hacia donde había “sentido” aquello o si, por el contrario, solo debía hacer como si nada hubiese pasado y dormirse. Miguel optó por esto último. Cerró con todas sus fuerzas sus ojos y tarareó en su mente todas las canciones en inglés que conocía y que solían calmarlo cuando estaba estresado: desde Stairway to heaven de Led Zeppelin a Hotel California de The Eagles, pasando por Scorpions y su Still loving you; tarareó Bohemian Rhapsody y su pegadizo coro “Oh, mamma mia, mamma mia! Mamma mia, let me go!” y entonó la emotiva letra de One de Metallica. Cantó en su mente todo un arsenal de canciones, hasta aquellas cuya letra desconocía y al final, se calmó. Con una serenidad pasmosa, miró hacia donde tenía sus pies y en dirección hacia el borde de la cama y fue entonces que logro divisar algo en la oscuridad. No vio una sombra, no vio una silueta y tampoco vio ninguna forma sentada sobre la cama. Lo que sí vio fue que el sitio al lado de sus pies, formaba una zona hundida en el colchón, como si alguien estuviese sentado allí. Miguel emitió un leve sonido, perceptible solo por él, pasó la sábana sobre su cabeza y se arropó con todas sus fuerzas. En ese preciso momento, fuera de la casa, Miguel sintió un perro ladrar, un gato maullar y, en la lejanía, sintió también un gallo cacarear. Miguel, temblando de miedo, entonó un Padre Nuestro para sus adentros y se agarró con más fuerza de la sábana que lo separaba de lo que fuese que estaba allí junto a él. Unos cuantos segundos después, justo cuando todo quedó en silencio nuevamente, Miguel sintió el valor para darse vuelta sobre la cama (aunque aún cubierto de pies a cabeza por la sabana) y estirar los pies hacia donde estaba el colchón hundido. Una vez que notó que lo que había en el colchón desaparecía, encontró el valor para destaparse y mirar hacia donde tenía puestos sus pies. Al notar que se veía todo normal de nuevo logro conciliar el sueño, sin saber aún si había imaginado todo o había sido real. A la mañana siguiente, le contó a su abuela lo que le había pasado y esta lo miró con cara de preocupación. Le pidió que se calmara, le aseguró que no le volvería a suceder pero también le hizo prometer que no le contaría esa experiencia a más nadie en la casa hasta que ella no le dijera lo contrario…