Por Siempre Mío.

El dolor de cabeza lo consumía gradualmente; sus ojos se entreabrieron al recibir el golpe directo de los rayos del sol. Al observar a su alrededor, se percató de que no estaba en su propio departamento, sino en el de Cedric, su mejor amigo.

Exploró su cabeza en busca de alguna herida, pero se encontró ileso, salvo por la conciencia de haber bebido sin moderación. Adrien se incorporó en la cama y notó que su ropa había sido reemplazada por una bata blanca. Aunque sus recuerdos eran difusos, una sensación de inquietud lo invadía, como si hubiera cometido algún delito bajo los efectos del alcohol.

Intentó ahondar en sus recuerdos, tratando de reconstruir los eventos de la noche anterior. Fragmentos de imágenes y sonidos se entrelazaban en su mente, pero nada claro emergía. El misterio de la situación lo inquietaba, pero la resaca y la confusión mental dificultaban su tarea.

El ruido repentino de la puerta interrumpió sus pensamientos. Al girar la cabeza, se encontró con Cedric, elegantemente vestido con una camisa blanca, pantalones azul oscuro, un blazer del mismo color y zapatos de piel café.

—Buenos días. Preparé el desayuno, por si quieres comer algo. —Cedric entró a la habitación y colocó el teléfono de Adrien en el buró—. Estaba descargado, así que lo puse a cargar y ya está listo para usar.

—Muchas gracias. No sé qué haría sin ti. —Adrien esbozó una leve sonrisa, consciente de que sus palabras solo reflejaban amistad.

—Bueno, me voy a trabajar. Nos vemos para almorzar juntos.

Adrien asintió—. Por cierto, ¿no dije ni hice algo extraño ayer?

—Aparte de aceptar estar enamorado de un imbécil, no, nada más. —Aseguró Cedric.

Adrien asintió y le deseó un "que te vaya bien" antes de verlo salir. A pesar de la afirmación de Cedric, su interior seguía un tanto confuso. Sus pensamientos regresaron a la noche anterior, y aunque intentó dejarlos atrás, una inquietud persistente lo incitaba a indagar más en lo que sucedió. ¿Había algo más que Cedric no le estaba contando? La incertidumbre lo impulsó a examinar con detenimiento cada detalle de los pocos recuerdos que aún guardaba, sin embargo, no hubo nada que le diera una respuesta correcta.

Al final, Adrien dejo de intentar recordar algo, después de todo, Cedric era su mejor amigo, no había algún motivo por el cual le quisiera ocultar algo.

Quitando esa nube de pensamientos de su mente, Adrien salió de la cama y buscó alguna pastilla para el dolor de cabeza. Después de tomarla, regresó a dormir cómodamente.

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En Italia.

Carlo se encontraba en su despacho, rodeado de las últimas notas sobre funcionarios corruptos. Aunque estaba concentrado en su trabajo, su mente se desviaba repetidamente hacia esa persona molesta: Adrien Gautier. Adrien se había ido sin despedirse, y desde entonces, su actitud se volvió distante, pasando la mayoría de los días con alguien más. Incapaz de soportar más el comportamiento adolescente, Carlo lo bloqueó directamente. Sin embargo, ahora, con la carga de trabajo sobre él, decidió desbloquearlo y realizar una llamada.

El teléfono sonó por varios segundos, algo inusual, ya que Adrien solía responder de inmediato. Carlo no le dio mucha importancia y continuó esperando hasta que la llamada se conectó.

—Adrien, hola —saludó después de aclararse la garganta, inexplicablemente nervioso, quizás debido a la expectativa de una respuesta explosiva.

[—Hola, Adrien no puede responder en este momento.]

La voz desconocida de un hombre lo hizo fruncir el ceño y, sin darse cuenta, apretó el bolígrafo que sostenía con su mano libre.

—¿Dónde está? —cuestionó con tono autoritario. Del otro lado, se pudo escuchar el grifo abrirse y cerrarse unos tres segundos después.

[—Dormido, es tarde en Miami, sabes, además está cansado, hoy fue muy intenso.]

Las últimas palabras fueron demasiado sugerentes, lo que irritó a Carlo aún más.

—Comunícame con él, es urgente.

Aunque su tono de voz era moderado, según él, del otro lado del teléfono se podía percibir lo autoritario e irritado que estaba en ese momento. Cedric arrugó las cejas ante tremendo idiota que apenas conocía.

[—Está dormido, pero si no me crees, déjame mandarte una prueba, no cuelgues.]

Aunque Carlo quería colgar, aún estaba ansioso por ver esa supuesta prueba. Despegó el celular de su oído y miró la pantalla atentamente. Minutos después, un mensaje apareció en la barra de notificaciones.

Sin dudarlo, Carlo abrió el mensaje y se encontró con la fotografía de Adrien. Este solo llevaba una bata, abierta en el pecho, revelando su piel suave y sus pezones. Dormía plácidamente mientras abrazaba una almohada. Sus labios rosados estaban ligeramente entreabiertos, y sus largas pestañas oscuras proyectaban sombra sobre sus ojos. El cabello azabache estaba desordenado, cubriendo parte de su frente.

Sin embargo, la sorpresa no terminaba ahí. En la misma imagen, la persona que le había respondido también estaba presente. Con cabello castaño claro, ojos almendra y pestañas rizadas, exhibía una sonrisa, también vestida con una bata blanca.

El entrecejo de Carlo se cerró por completo y una expresión sombría se dibujó en su rostro. La voz de la persona al otro lado que repetía la palabra "hola" parecía lejana. Sin pensarlo dos veces, Carlo colgó, pero la confusión y la intriga no dejaban de atormentarlo.

La fotografía planteaba más preguntas que respuestas, y la presencia de esa persona desconocida añadía un elemento de misterio. La mente de Carlo se llenó de especulaciones mientras intentaba comprender la situación. ¿Qué estaba pasando con Adrien? ¿Quién era esa otra persona en la imagen y por qué estaban juntos en la intimidad? La necesidad de respuestas impulsaba a Carlo a considerar nuevas acciones, desencadenando un torbellino de pensamientos y emociones en su interior.

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Miami.

Adrien se levantó tarde y, tras darse una ducha y cambiar de ropa, salió de la habitación. Aunque el sol estaba a punto de ponerse, Cedric aún no había regresado. Dirigiéndose a la cocina, cortó fruta y la dispuso en dos platos: uno para él y otro que colocó en la nevera, junto con una nota y una sonrisa. Después de comer y dejar el plato en el lavavajillas, abandonó el departamento.

Tomó un taxi y se dirigió directamente a su propio departamento. Al llegar, el secretario estaba en la sala, aparentemente manejando los asuntos del día. Adrien, con la garganta seca y un residual dolor de cabeza, lo observó de reojo antes de dirigirse a la cocina.

El secretario se acercó con pasos lentos, consciente del carácter explosivo de Adrien. Tras un momento de nerviosismo evidente, trató de comunicarle algo importante. La expresión de Adrien se volvió fría y le ordenó hablar.

—Señor —murmuró el secretario con torpeza, sintiendo la mirada gélida de Adrien. Tenía miedo de la reacción que tendría.

—Es Carlo, ¿cierto? —preguntó Adrien, más como una afirmación. La tensión en la habitación era palpable. El secretario, nervioso, debía informar rápidamente y retirarse.

—Sí, señor —respondió, sintiendo el peso de la mirada de Adrien—. Es solo qué, bueno, el señor Carlo...

Adrien lo interrumpió con frialdad—. Ve al grano.

El secretario se armó de valor, dio media vuelta y entregó unas fotografías que había impreso y colocado en un sobre amarillo. Evitando la tablet electrónica para evitar incidentes pasados, se apresuró a salir del departamento.

Adrien dejó el vaso a medio llenar en la encimera y abrió el sobre. Antes de sacar las fotografías, tomó unos suspiros profundos. Su rostro seguía siendo frío, pero sus ojos reflejaban una profunda tristeza. Las lágrimas resbalaron por su rostro al ver las imágenes de Carlo con otra mujer.

Acarició la fotografía sobre el rostro de Carlo con una sonrisa irónica. Se sentía estúpido e ingenuo. Una carcajada dolorosa escapó de sus labios mientras guardaba las fotografías.

—Eres un idiota, Adrien —murmuró con la voz quebrada.

Del otro lado de la puerta, el secretario suspiró aliviado al no escuchar vidrios rotos. Sin embargo, la ausencia de ira en Adrien lo desconcertó. Ante la revelación de las imágenes de Carlo Mancini besando a esa enfermera, esperaba una reacción explosiva. La preocupación persistía en su mente, sin poder abandonar completamente su cuerpo.