Enzo Y Lori

La noche de la victoria de Irina era un torbellino de emociones contenidas para Enzo. Había organizado una fiesta sorpresa para celebrar el triunfo, un gesto de amor y orgullo que reflejaba lo mucho que ella significaba para él. El salón de fiestas estaba adornado con globos y serpentinas, y los amigos de ambos se habían reunido para felicitar a Irina. Enzo la esperaba ansiosamente en la entrada, con una sonrisa radiante que, en el fondo, buscaba la validación y el amor que sentía que se le escapaba.

Pero Irina llegó tarde, más de una hora tarde. Su celular vibraba constantemente con mensajes que ella leía a escondidas, con una sonrisa que no era para él. Entró al lugar con una sonrisa forzada, y la euforia de Enzo se desinfló como un globo pinchado al verla. A pesar de los abrazos y las felicitaciones, se mostró distante, como si su mente estuviera en otro lugar, ya planeando un futuro en el que él no figuraba.

Enzo intentó animarla, atraerla a su órbita, pero sus palabras parecían rebotar contra un muro de cristal invisible.

Irina, ¿estás bien? Te ves un poco distraída —le preguntó con genuina preocupación, intentando tomar su mano, pero ella la apartó sutilmente para agarrar una copa de champán.

—Estoy bien, Enzo. Solo estoy cansada por la competencia —respondió ella, con una frialdad cortante que Enzo no reconoció, pero que su corazón, desesperado, atribuyó al agotamiento.

Durante la fiesta, Enzo se sintió cada vez más solo en medio de la multitud. Observaba a Irina reír con sus amigas, ignorando por completo sus intentos de cercanía. Cuando él se acercaba, ella se giraba para hablar con otra persona. Era una coreografía de evasión perfecta. Por un momento fugaz, las palabras de Lori, "Te está usando", pasaron por su cabeza como una brisa helada. El recuerdo de su dolorosa discusión en el parque le vino a la mente, y una punzada de duda, real y dolorosa, lo invadió. ¿Podría ser que Lori, a quien había desechado por su ceguera, tuviera razón? ¿Podría la chica que amaba ser una mentirosa y una manipuladora?

Se negó rotundamente a creerlo. Rechazó el pensamiento con una fuerza mental que rozaba la desesperación. No podía aceptar que el "ángel" del que se había enamorado fuera en realidad un demonio calculador. Se obligó a sí mismo a pensar que la distancia era el cansancio de la competencia, la presión de la victoria, cualquier cosa menos la verdad.

La fiesta terminó y Enzo se quedó con un sentimiento agridulce. Aunque la beca de Irina era un triunfo, la distancia emocional entre ellos era una herida silenciosa que empezaba a sangrar.

El ciclo escolar había terminado, y la boda se acercaba. Enzo se sentía en la cima del mundo. Había planeado cada detalle de la ceremonia, desde las flores hasta la música, con la ayuda de Irina, o más bien, siguiendo sus instrucciones. Estaba a solo unos días de casarse con la mujer de sus sueños.

Al otro día al levantarse se dio cuenta de que estaba solo, llamó un par de veces a Irina pero no respondió, así pasaron las horas, preocupado tomo su chaqueta para salir, quizás había ido a la prueba del vestido; minutos antes de salir, la puerta se abrió, era Irina, Enzo se acercó con una sonrisa radiante, pero se detuvo al ver la expresión fría y distante en el rostro de ella. No traía el vestido de novia, sino un sobre en la mano.

—Enzo, dijo ella, su voz carente de emoción,

—Necesitamos hablar.

Enzo sintió un nudo en el estómago. —¿Qué pasa, mi amor? ¿Estás bien?.

—De lo mejor, aquí tienes, son los papeles que necesitas para cancelar todo.

—¿Cancelar? Pregunto Enzo, incapaz de soportar más la incertidumbre, siguió a Irina hacia la salida.

—Irina, espera. Tenemos que hablar. —Su voz sonaba vulnerable, casi suplicante. —Comprendo que estés cansada.

Irina se detuvo, se giró lentamente, y la máscara de cansancio se desvaneció, revelando una expresión de aburrimiento y fastidio.

—¿Cansada? Sí, Enzo. Estoy agotada —dijo, su voz desprovista de toda calidez—. Agotada de fingir.

Enzo se quedó helado. —¿Fingir? ¿De qué hablas? Pensé que eras feliz.

En ese preciso instante, un elegante y silencioso sedán negro se deslizó hasta detenerse frente a la casa. La ventanilla del pasajero bajó, y dentro estaba Steven, con una sonrisa.

Irina ni siquiera miró a Enzo, se dio la vuelta para salir pero él la detuvo.

—¿Qué es lo que realmente sucede? Preguntó Enzo.

—Hablo de esto, Enzo. De nosotros —dijo, y con un movimiento lento y deliberado, se quitó el anillo de compromiso. La joya que él le había dado con tanto amor ahora parecía un simple accesorio barato—. Fuiste un escalón necesario. El atleta estrella, la entrada segura a Atherton. Cumpliste tu propósito.

El mundo de Enzo se desmoronó. Las palabras de Lori ya no eran un susurro, eran un grito ensordecedor en su cabeza.

—No... Irina, no puedes estar hablando en serio —tartamudeó, su corazón rompiéndose en mil pedazos.

Irina se rió, una risa fría y sin alegría. Se acercó a él, le puso el anillo en la palma de la mano y le cerró los dedos con fuerza.

—Oh, lo digo muy en serio. Gracias por todo, Enzo. Por tu devoción... por la beca —dijo, cada palabra era una puñalada—. Ahora, si me disculpas, mi verdadero futuro me espera.

Se dio la vuelta sin una pizca de remordimiento, saliendo de la casa, Enzo la siguió solo para darse cuenta de la verdad más dolorosa.

Irina abrió la puerta del coche y se deslizó en el asiento junto a Steven, quien le dio un beso que Enzo pudo ver perfectamente. El coche arrancó suavemente y se alejó, dejándolo completamente solo en el estacionamiento, con el eco de la traición resonando en sus oídos y el frío peso del anillo en su mano.

La duda ya no era silenciosa. Era una certeza catastrófica que lo había destrozado por completo.

Ahí, en la soledad de su hogar, recordó las palabras de Lori, "Irina es una mentirosa, no te quiere". Ahora, su voz resonaba en su cabeza, un eco de la verdad que él se había negado a escuchar.

Enzo se sentó en el sofá, solo, la depresión se apoderó de él. Había perdido a la mujer que amaba, y, lo que era peor, había perdido a su mejor amiga por su culpa. El dolor de su corazón roto era tan grande que lo consumía por completo. El arrepentimiento lo invadió, se dio cuenta de que Lori siempre había estado ahí para él, y él la había despreciado.