Austin lleva una vida envidiable y llena de éxito: es un médico de prestigio y forma parte de una hermosa familia. Sin embargo, tras su fachada impecable, guarda secretos y lleva una doble vida que mantiene en absoluto silencio. Todo cambia cuando conoce a una mujer misteriosa, cuyo carácter enigmático lo seduce y lo impulsa a explorar un mundo de placeres prohibidos. Este encuentro lo confronta con una profunda encrucijada, cuestionándose si la vida que ha construido y anhela realmente le brinda la felicidad genuina o si, en realidad, ha estado viviendo una ilusión.
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Refugio
Kate
La madrugada me encontró en el sofá de Dominika, con el vestido aún puesto y los pies descalzos sobre el suelo frío. No había dormido. No podía. La noche anterior se repetía en mi mente como una secuencia sin pausa: los cuerpos danzando como ramas al viento, la música tribal, las fotografías expuestas como confesiones. Y él. Austin. Bailando conmigo sin saber que era yo. Deseándome como si nunca me hubiera sido suficiente. Y luego, reconociéndome. Tarde. Como siempre.
Sofi estaba con mis padres. La había dejado con ellos antes de la gala, como una precaución que ahora agradecía con el alma. No quería que estuviera cerca de mí esa noche. No con el temblor que aún recorría mi cuerpo. No con la imagen de Austin grabada en mi mente como una herida abierta.
Dominika me recibió sin preguntas. Me abrió la puerta, me ofreció una manta, me dejó espacio. Su presencia era firme, pero silenciosa. Como si supiera que las palabras no podían tocar lo que yo estaba sintiendo.
Me tumbé en el sofá, sin fuerzas para desvestirme. Cerré los ojos, pero no dormí. La música tribal del club seguía resonando en mi cabeza. Las imágenes, los cuerpos, los susurros. Y él. Austin. Tocando a otra mujer como si yo nunca hubiera existido.
Mi teléfono vibró.
“¿Dónde estás?”
No respondí.
“Kate, por favor. Necesito que hablemos.”
Lo apagué.
No estaba lista. No para escucharlo. No para verlo. No para fingir que podía entender lo que había hecho.
Me levanté y fui a la cocina. Serví agua. Mis manos temblaban. No por miedo. Por rabia. Por decepción. Por el vértigo de saber que ya no había vuelta atrás.
Y entonces, sin buscarlo, el recuerdo me golpeó.
Flashback: Días antes de la gala
Estaba en el salón privado del club, revisando las impresiones de mi exposición. Las fotos estaban colocadas sobre una mesa de mármol, listas para ser montadas. Sasha entró sin anunciarse, con un vestido de terciopelo azul y una copa de vino en la mano.
—Tus fotos son... provocadoras —dijo, paseando los dedos por los bordes de una imagen—. Me gusta cómo capturas la fragilidad sin pedir disculpas.
—No busco disculpas. Busco verdad —respondí.
—La verdad es peligrosa en este lugar. A veces, lo que se revela no se puede volver a ocultar.
La observé con cautela. Había algo en Sasha que nunca había terminado de encajar. Su belleza era afilada, su presencia demasiado calculada. Como si cada gesto fuera parte de una coreografía invisible.
—¿Y tú? ¿Qué revelas?
—Yo no revelo. Yo invito. A veces, a perderse.
—¿Y si alguien no quiere perderse?
—Entonces no debería estar aquí.
Sus palabras eran suaves, pero su mirada era un cuchillo. Me inquietaba. No por lo que decía, sino por lo que no decía. Por lo que parecía saber.
—Hay algo en ti que me da mala espina —murmuré.
Ella sonrió, como si mi desconfianza fuera un cumplido.
—Eso es porque aún no has decidido si quieres ser espectadora... o protagonista.
Me quedé en silencio. Pero en mi interior, algo se activó. Una alarma. Una certeza. Sasha no era solo parte del club. Era parte del veneno que lo sostenía.
Flashback: Durante la gala
Después de la confrontación con Austin, me perdí entre los pasillos del club. Mi respiración era agitada, mi cuerpo tenso. Lo había visto. Lo había sentido. Y ahora, él me buscaba. Me llamaba por mi nombre entre las máscaras. Me escondí detrás de una cortina de terciopelo, pero sabía que no podía quedarme allí.
De pronto, una mano se posó suavemente sobre mi hombro. Me giré, lista para defenderme, pero me encontré con un hombre de rostro sereno, sin máscara, vestido con un traje gris oscuro. Sus ojos eran claros, tranquilos. No había deseo en su mirada. Solo comprensión.
—Ven conmigo. No es seguro que te quedes aquí —dijo.
—¿Quién eres?
—Alguien que no pertenece del todo a este lugar. Como tú.
Dudé. Pero había algo en su voz que me calmó. Una extraña sensación de que, por primera vez en horas, alguien me veía sin querer poseerme.
—¿Por qué me ayudas?
—Porque no deberías tener que escapar sola.
Me guio por un pasillo lateral, entre cortinas y columnas. Evitamos las zonas iluminadas. Austin pasó cerca, llamándome. El hombre me cubrió con su cuerpo, sin tocarme, como un escudo silencioso.
Salimos por una puerta trasera, que daba a un callejón tranquilo. El aire nocturno me golpeó el rostro. Respiré. Por primera vez en toda la noche, respiré.
—Gracias —dije.
—No tienes que agradecerme. Solo recuerda que no todos los que están aquí han olvidado quiénes son.
Lo observé. No sabía su nombre. No sabía su historia. Pero algo en él me recordó que aún había luz en medio del caos.
Y por primera vez, confié.
Volví al presente. Me senté en la sala, con la manta sobre los hombros. Dominika apareció en silencio, con una taza de té caliente.
—¿Quieres quedarte aquí unos días?
Asentí.
—Sofi está bien con mis padres. Yo solo... necesito tiempo.
—Lo tendrás.
Pensé en mi casa. En la habitación que compartía con Austin. En el aroma de Sofi en las sábanas. En los desayunos que ya no sabían a familia. Todo parecía tan lejano. Tan ajeno.
Me pregunté en qué momento dejé de ser yo. En qué momento me convertí en la mujer que espera. Que calla. Que se adapta.
Y me prometí que no volvería a ser esa mujer.
No sabía qué vendría después. No sabía si podría perdonar. Si querría reconstruir. Pero sí sabía que esta noche, en este sofá, en este refugio, había comenzado algo nuevo.
Una grieta.
Una decisión.
Un despertar.