Austin lleva una vida envidiable y llena de éxito: es un médico de prestigio y forma parte de una hermosa familia. Sin embargo, tras su fachada impecable, guarda secretos y lleva una doble vida que mantiene en absoluto silencio. Todo cambia cuando conoce a una mujer misteriosa, cuyo carácter enigmático lo seduce y lo impulsa a explorar un mundo de placeres prohibidos. Este encuentro lo confronta con una profunda encrucijada, cuestionándose si la vida que ha construido y anhela realmente le brinda la felicidad genuina o si, en realidad, ha estado viviendo una ilusión.
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El Encanto del Peligro
Austin
A medida que la noche avanzaba, el ambiente se volvía magnético. La música, una mezcla de melodías clásicas y ritmos envolventes, invitaba a dejarse llevar. Grupos de personas se reunían, compartiendo susurros y risas que se mezclaban con el tintineo de copas, creando una atmósfera de complicidad y misterio.
La fiesta estaba organizada en zonas estratégicas, con rincones más íntimos donde la tensión podía florecer. Un salón decorado con cortinas de seda ofrecía refugio a las parejas que buscaban conexión profunda. En la penumbra, los cuerpos se entrelazaban, liberados de la rutina, explorando emociones intensas, sin reservas.
Sasha se acercó con una sonrisa traviesa. Me tomó de la mano y acercó sus labios a mi oído.
—Austin —susurró—, ¿quieres unirte a una velada muy especial?
Hipnotizado, asentí sin pensar. —¿Qué tipo de velada? —pregunté, aunque sabía que la respuesta era lo de menos.
Me condujo con firmeza hacia un reservado. La niebla ligera dificultaba la visión, pero los sonidos —risas, suspiros, murmullos— resonaban como ecos de una energía desbordante. Mi corazón latía con fuerza.
Sasha me miró con complicidad y desafío. Me empujó suavemente hacia el interior, y antes de que pudiera reaccionar, se despidió con un guiño y desapareció entre las sombras, dejándome en un mundo donde las inhibiciones se desvanecían.
Una mujer de presencia hipnótica se acercó. Su andar tenía la gracia de una hechicera, y su mirada parecía leer mis pensamientos. Se detuvo frente a mí y, con una sonrisa enigmática, me preguntó:
—¿Estás listo para descubrir lo que nunca te atreviste a imaginar?
Su voz, cargada de promesas, me impulsó a responder con un beso profundo. Todo a mi alrededor se volvió neblina, iluminada apenas por los candelabros que revelaban siluetas en movimiento.
—¿Esto es real? —me pregunté, observando figuras que se tocaban, se abrazaban, se perdían en el momento. Rostros cubiertos por máscaras, cuerpos entregados a la experiencia. El aire estaba impregnado de deseo y libertad.
Dos mujeres se acercaron, una de piel clara como la nieve, otra de tono profundo como el ébano. Con entusiasmo, me despojaron de mi ropa como si fuera parte de un ritual. Sentí el aire frío, acariciar mi piel, y la adrenalina comenzó a fluir.
—Déjate llevar —dijo una de ellas.
Un joven se acercó por detrás, rozando mi cuello con sus labios, mientras una mujer madura acariciaba mi rostro con ternura. —Esto es solo el comienzo —susurró, con ojos que prometían una travesía intensa.
Frente a mí, otras personas exploraban sus límites, inventando nuevas formas de conexión. El anonimato de las máscaras les daba libertad. Me sentí parte de algo más grande, como si el tiempo se hubiera detenido.
Una mujer me empujó suavemente sobre una alfombra, guiando mis gestos con los suyos. Otra se unió, jugando con mi cuerpo como si conociera cada rincón. El placer era abrumador, y en medio de esa intensidad, una pregunta resonó en mi mente:
—¿Es esto lo que soy?
Risas cercanas me devolvieron al presente. —No pienses, solo siente —murmuró una voz detrás de mí, mientras sus caricias me envolvían.
Una figura de belleza deslumbrante se sentó sobre mí, moviéndose con ritmo y elegancia. Otro joven acariciaba mi torso, mientras una mujer nos observaba con una sonrisa serena, entregada a su propio momento.
El clímax llegó como una ola que me arrastró por completo. Sentí que mi cuerpo se disolvía en la experiencia.
Mi hechicera regresó, tomó mi mano y la guio hacia ella. Sus gemidos se mezclaban con los suspiros del ambiente. Jadeó durante minutos, hasta que su cuerpo se relajó en un suspiro final.
A pesar del agotamiento, algo en mí pedía más. Me acerqué a otros cuerpos, buscando nuevas sensaciones. La noche se volvió un viaje sin fin, una exploración de lo desconocido.
—¿Por qué me siento tan vivo? —pensé, mientras otra mujer se acercaba, susurrando:
—Ya no eres el hombre que eras.
Era mi hechicera, regresando como un fantasma entre la multitud. —Déjate perder en lo que no se puede nombrar.
Y lo hice. Me uní a ella, a todos, a la noche misma. El tiempo se desvanecía como el humo que nos rodeaba. Algunos se retiraban, otros seguían buscando. Yo solo pensaba: “Necesito más”.
Sasha volvió a aparecer, su voz como un ancla entre las olas.
—Austin, debemos marcharnos. Pero lo que viviste esta noche... puede repetirse.
Recuperé mi ropa, cuidadosamente dispuesta. El eco de risas aún flotaba en el aire, como un canto lejano. Me detuve en la puerta, contemplando los canales de Venetian. La noche se disipaba ante los primeros rayos del sol.
La euforia aún corría por mis venas. Pensé en Sasha, la mujer que había despertado algo dormido en mí.
—¿Quién he sido, y quién soy ahora?
La puerta se cerró con un suave clic. El médico, esposo y padre que fui, parecía un recuerdo lejano. En su lugar, emergía un nuevo Austin, uno que había abrazado el encanto del peligro.