Conoce a Morgan, deja que te envuelva en su historia y siente cada una de sus emociones como si fuera tuya.
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Capitulo: 24
MORGAN.
Diablos, ya no quiero más de esto. Toda mi vida he sufrido por culpa de los que me rodean, pero esto no es vida. Estoy jodida emocional y físicamente. Lorenzo ha mandado a que me golpeen con trapos mojados para no dejar marcas, pero duele como el mismo infierno.
Lorenzo entra en la habitación con un látigo. Dios, en serio, quisiera suplicarle que no me haga más daño. Que me mate de una vez por todas. Pero mi maldito orgullo no me lo permite. Quiero joderlo más de lo que él me está jodiendo a mí.
—¿Lista para la siguiente parte de la tortura? —pregunta cínicamente.
Solo llevo unas horas con él, pero ya me parece una eternidad, una de la que, al parecer, no saldré pronto.
—Jódete. No te suplicaré. Así que dame todo lo que tienes, porque cuando a mí me toque estar en tu lugar, te voy a joder hasta el alma, maldito hijo de puta.
—No puedo ser yo quien te torture. Me recuerdas tanto a tu madre que no quiero hacerte daño. Si lo hago, prácticamente se lo estaría haciendo a ella, porque tú y tu hermana son su vivo retrato. Y la amé mucho como para lastimarla de esa manera.
Pensé que por fin dejaría su venganza contra Caleb y me dejaría ir, pero no.
—Le diré a mi hombre de confianza que te torture —dice, y sale de la habitación.
Maldito cobarde. Ni siquiera puede torturarme él mismo. Apenas llegamos, me amarró a unas cadenas que colgaban del techo y se fue. Después de unos minutos, un hombre corpulento y de aspecto cutre entró en la habitación.
—Lo siento mucho, jovencita, pero solo hago mi trabajo —dice, con una mirada de pena.
Luego, me azota con fuerza con el látigo. Siento cómo la carne de mi espalda comienza a abrirse lentamente y arde. Joder, que me arde demasiado. Me azota quince veces, y siento que ya no puedo más. Mis ojos me pesan demasiado.
Siento que me muero. Están llenos de lágrimas sin derramar.
Cuando pienso que tal vez moriré de esta manera, la puerta se abre de golpe. Entra Lorenzo, acompañado del padre de Caleb.
—¿Qué está pasando? —logro preguntar, entre balbuceos.
—Es toda tuya. Yo ya hice lo que quería para vengarme por Samantha. Ahora, véngala tú, pero hazlo de una buena manera y que valga la pena. Recuerda que a quien estoy sacrificando es a mi hija.
—No fallaré, amigo. Confía en mí. Mi hijo se arrepentirá de lo que hizo —dice el padre de Caleb.
Le da una señal a unos hombres, y ellos entran y me cargan. Justo cuando estamos a punto de salir, entran Caleb y Connor, con hombres armados.
CALEB.
Lo miro y no puedo creerlo. Mi chica... mi pobre chica. Su frágil cuerpo está cubierto de sangre, muy rojo por los golpes. Y no tiene ropa. Los hombres de mi padre la tienen cargada como si fuera un simple objeto que no siente nada: ni dolor, ni asco, ni cansancio.
—Papá, suéltala —le digo entre dientes, sin saber qué hacer, ya que ellos son más.
—No estás en posición de exigir nada, hijito.
—Lo sé. Sé que hice algo que te lastimó mucho, pero no tenía opción, papá.
—No me refiero a eso. ¿Por qué no le llamas a las dos lindas chicas? Una es muy parecida a esta pobre muchacha, y la otra, la verdad, no sé quién sea. Pero me llevaré a una de ellas y a la otra la dejaré como consolación.
—¿De qué hablas? —pregunto, confundido.
—Llama, hijo —me ordena.
Sin dejar de mirarlo, saco mi teléfono y le marco a Megan. Cuando contesta, no es su voz irritante e infantil la que suena, es su voz asustada y alterada.
—Caleb, ayuda, por favor —me suplica.
—Megan, tranquila. Todo estará bien. Tú tranquilízate y confía en mí —le digo, tratando de sonar calmado.
—Caleb, no quiero morir.
—No morirá nadie. Ni tú, ni Madison, ni mucho menos Morgan, ¿okay?
—Okay —responde Megan, entrecortadamente.
Cuando cuelgo el teléfono, mi padre habla.
—Ahora, lo que pasará, querido hijito, es que tú y tu hermano, junto con sus hombres, se irán de aquí con solo una chica. Cuando estemos lejos, les mandaremos otra chica, y al final, una morirá. Es mejor que mueran todos juntos, ¿no crees? Te estoy dando una gran oportunidad, hijo.
—Vámonos, Caleb. No ganaremos esto —me anima Connor a abandonar esta misión suicida.
—Okay, me iré, pero esto no ha acabado.
Te voy a terminar, aunque tenga que hacerlo con mis propias manos —le prometo a mi padre, antes de retirarme.