Una relación nacida de la obsesión y venganza nunca tiene un buen final.
Pero detrás del actuar implacable de Misha Petrov, hay secretos que Carter Williams tendrá que descubrir.
¿Y si en el fondo no son tan diferentes?
Después de años juntos, Carter apenas conoce al omega que ha sido su compañero y adversario.
¿Será capaz ese omega de revelar su lado más vulnerable?
¿Puede un alfa roto por dentro aprender a amar a quien se ha convertido en su único dueño?
Segunda parte de Tu dulce Aroma.
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Capítulo 23
La explosión fue el aviso, pero lo que vino después fue una mierda orquestada por una mente enferma, una lluvia de fuego y acero que convirtió al club en una caja de pavor. Un segundo todo era música, sudor y neón, al siguiente la noche estalló en llamas.
—¡Fuego! —gritó alguien y las ventanas volaron en pedazos mientras una lengua de calor lamió la tarima. El olor a gasolina llegó en una bocanada asfixiante.
Misha no pensó. Todo lo planeado se redujo a instinto y orden. Se incorporó de un salto la cadena le raspó el cuello, Zev y Zahid ya tenían las manos en las armas. Lev, en el otro extremo del salón, se llevó la mano al pecho con un gesto entre aturdido y furioso, Román ni se había incorporado aún, todavía medio ido en su propio desvarío.
—¡A sus puestos! —vociferó Zahid con la voz cortada por el humo, empujando a Misha hacia la salida secundaria que había memorizado en los planos.
Pero no habría salida limpia. Antes de que pudieran dar dos pasos se sintió el ronroneo grave de un motor y el crujido de metal pesado. Hombreras negras y casco, hombres de Andrei irrumpieron como bestias con lanzallamas en mano, bombas de humo estallando en ráfagas, granadas caseras arrojadas contra las paredes y el suelo tembló.
—¡Maldita sea! —Misha vio a un tipo con la cara cubierta apuntar el lanzallamas y abrir boca como un monstruo salir de aquel infierno era un acto suicida. Una columna de fuego barrió la pista, incinerando tarimas, cuerpos, ropa colgante y el aire mismo. Gritos que rasgaban las entrañas de la música.
Desde la zona de servicio, por la puerta trasera, vino la respuesta Yuri apareció con su grupo, las chaquetas oscuras, las miradas heladas. Traía hombres con armas largas, explosivos, hombres curtidos que parecían salidos de una pesadilla. Carter estaba detrás suyo —más magro, más tenso— con dos de sus tipos principales. Sus ojos se clavaron en Misha un instante y ese instante bastó para comprender o se mataban todos esa noche o salían con vida.
—¡Por aquí! —gritó Yuri y sus hombres se lanzaron como una mano mecánica para bloquear la entrada principal y contener el avance de los hombres de Andrei.
El choque fue brutal. Bala contra bala, gritos, cuerpos que se estrellaban contra mesas y columnas. Un lanzallamas encontró metal y madera y la sala explotó en chispas. Una bomba arrojada por los de Andrei hizo caer la barra y un chorro de cerveza y vidrio voló una chica en la tarima se desplomó, envuelta en llamas y nadie tuvo tiempo de ayudarla. Misha se quedó sin aliento la visión le taladraba el cráneo todo era fuego, sangre, ruido, olor a carne quemada.
—¡Cubran la retirada! —ordenó Yuri, con la voz como un latigazo—. Zev, Zahid, protejan al omega. Carter, toma a Lev. Yo saco a Román. ¡Vamos!
Carter reaccionó antes de pensar. Se acercó a Lev en dos zancadas, lo alzó por debajo de los brazos con brutal preocupación. Lev, que minutos antes había entrado con la arrogancia de su apellido, dejó escapar un sonido que no fue palabra. Tenía la camisa empapada de sangre y se le asomaba un agujero profundo en el costado, la piel chamuscada en algunos bordes por la metralla. La respiración le salía con dificultad, un vaivén cortado.
—¡Lev, aguanta, maldita sea! —Carter apretó los dientes y lo apretó contra sí como un escudo—. ¡Sujétenlo!
Zev y Zahid formaron una barrera uno a cada lado de la puerta. Misha, con los tacones destrozándose en menos de lo que tardó en mirarlos, empujó a un tipo con la cadera y le clavó un codazo en la cara arrebatandole el arma, su visión era una línea recta hacia Lev y Román, ya nada más importaba. En su pecho el animal que era le gritaba por sangre, por la cabeza de Andrei, pero la misión —la única misión— era sobrevivir y sacar a sus hermanos.
Román, cuando finalmente lo alcanzaron, estaba en un rincón, vomitando sangre por la boca. Se le había abierto la frente y el aliento era ruidoso y corto. Yuri, que movía los hilos con una frialdad criminal, ordenó a dos hombres que lo levantaran en estilo militar debían sacarlo de inmediato, su cabeza no dejaba de sangrar.
—¡Román, despierta! Mantente con nosotros —dijo Yuri mientras le aplicaba una torniqueta improvisada—. Aguanta, maldito, aguanta.
El crujido de botas retumbó detrás refuerzos de Andrei, con cascos y escudos, intentaban flanquear la puerta principal. Uno de ellos disparó una granada aturdidora que dejó sordos a varios. Otra bomba incendiaria hizo estallar la carpa de luces y la cortina ardió como papel.
Misha tuvo la sensación de que todo su mundo se hacía pedazos delante de él, pero no había tiempo para contemplaciones una vez estuvo cerca agarró a Román por las axilas junto a Yuri, Carter se ocupó de cargar a Lev. Zahid y Zev los iba guiando entre todo el infierno esquivando los embates del grupo contrario mientras los hombres de Yuri hacían de carne de cañón para defender la retirada, fue Zev quien tiró del brazo de Misha y lo empujó hacia la rampa donde un camión de carga esperaba con el motor rugiendo.
—¡Adentro! —ordenó Yuri. Sus ojos buscaron a Carter y por un segundo la mirada del alfa fue un ancla “llévatelo”. Carter no dudó.
Intentó decir algo, pero los minutos se estiraron hasta hacerse eternidad y un lanzallamas volvió a escupir su ira cerca de la proximidad de camión la piel de los hombres afuera chispeó. Una mujer gritó y nadie consiguió alcanzarla, los hombres cayeron en el suelo retorciéndose. El caos era absoluto solo había sangre en el asfalto, vidrios, gritos de hombres que habían jugado demasiado tiempo sin pensar en la cuenta final.
Misha subió al camión con Román a cuestas. Román era un peso muerto con la respiración quebrada, lo metieron dentro como a un saco, Misha vio a Lev en brazos de Carter, tenía la camisa empapada en sangre y la cara blanca como algo que se apaga. Misha intentó decir algo, pero no pudo.
—Lev… —alcanzó a decir y la palabra sonó como una orden a sí mismo—. Aguanta.
Un soldado de Andrei, con la cara cubierta, lanzó una última carga suicida una bomba pegada a una mochila que arrojó sobre la cola del camión. Zev la vio y rugió mientras la arrojaba fuera con un movimiento bruto y la explosión los golpeó de lleno. El camión se sacudió, el hombre que la cargó quedó hecho mierda en la nieve y una lluvia de esquirlas rebanó la lona. El calor les lamió la espalda como dedos abrasadores. El motor gruñó y con un grito conjunto arrancaron.
El camino fue un desfile de locura: coches volcados, sirenas a lo lejos, gente corriendo como sombras. Misha, con Román moribundo al lado, vio a través del humo el club derrumbándose la estructura empezó a ceder mientras una lluvia de maderas y vidrio quejándose se desplomaba. El calor quemó la lona del camión y una parte del techo se prendió una chispa cayó sobre el abrigo de Zev y ardió y Misha la pisó sin pensar sintiendo el olor a plástico quemado.
Carter jadeaba su cara mostraba la mezcla rara de ira y pavor. Lev se retorcía sus ojos se abrieron en una mueca que quisieron decir “no me dejes”, pero la voz le falló. Misha no podía permitirse un desmoronamiento si Lev moría ahora, todo lo que pretendía —destruir a Andrei y liberarse de su control — se desangraría con él.
—A la casa segura más cercana —ordenó Yuri por el comunicador—. Tengo hombres cubriendo la retirada. No se despeguen hasta que diga.
Las ruedas patinaron sobre el barro y la nieve. El ruido del incendio quedó atrás, el frío del exterior les mordía las manos cuando, al fin, el camión aceleró y salió por la carretera secundaria. Detrás, como una sentencia, el club explotó en una columna de fuego que se tragó lo que quedaba. La luz anaranjada pintó los rostros de los que sobrevivieron con el relieve de la derrota y el odio.
Dentro del camión, el silencio no fue paz, sino la calma brutal tras la tormenta. Román vomitó sangre otra vez y percibieron la fragilidad en su respiración. Lev respiraba agitado, con manchas oscuras extendiéndose por su pecho y costado. Zev y Zahid tenían la cara sucia de hollín y sangre, las manos temblorosas. Yuri comprobó pulsos, dio órdenes en voz baja.
Misha se arrodilló junto a Lev, sus dedos tocaron la piel caliente del alfa y sintió el latido, débil e irregular. Una parte de él —la que había nacido en la violencia y el mando— se encendió como una máquina como promesas, venganza y el insano deseo de cortar cabezas. Otra parte, la que apenas había descubierto esa noche, le taladró las entrañas como una verdad insoportable, si perdía a Lev y Román había un vacío mucho más que estratégico que quedaría en su vida, sabía que su vida no le importaba a Andrei y que siempre lo menospreciaria por ser omega, pero arrastrar a sus dos hijos alfas...
—¿Qué mierda vamos a hacer ahora? —murmuró Carter con voz rota, sin mirar a nadie.
Yuri apretó los dientes, observó por la ventanilla el humo que quedaba en el horizonte.
—Tenemos que reagrupar. Contar bajas, cerrar rutas y encontrar quién filtra información. —Sus palabras eran un mapa de guerra y la dulce promesa de sangre en la boca de Misha se tornó en algo más frío, necesidad. Había perdido hombres esa noche, había dejado una marca indeleble. Andrei había enseñado las garras y él con la garganta apretada juró que las devolvería multiplicadas.
El camión se adentró en la oscuridad. Las luces de la ciudad quedaban atrás como una herida abierta que ardía. Misha miró a Lev, Román, Carter, Yuri y a sus hombres. La guerra solo comenzaba y esa noche de fuego y sangre había sido el primer latigazo.