El sueño de Marcela Smith es convertirse en campeona de Fórmula Uno, sin embargo deberá lidiar contra una mafia de apuestas ilegales, sin escrúpulos, capaz de asesinar con tal de consumar sus pérfidos planes de obtener dinero fácil y que no querrán verla convertida en la mejor del mundo. Marcela enfrentará todo tipo de riesgos y será perseguida por los sicarios vinculados a esa mafia para evitar que cristalice sus ilusiones de ser la reina de las pistas. Paralelamente, Marcela enfrentará los celos de los otros pilotos, sobre todo del astro mundial Jeremy Brown quien intentará evitar que ella le gane y demuestra que es mejor que él, desatándose toda suerte de enfrentamientos dentro y fuera de los autódromos. Marcela no solo rivalizará con mafias y pilotos celosos de su pericia, sino lidiará hasta con su propio novio, que se opone a que ella se convierta en piloto. Y además se suscitará un peculiar triángulo amoroso en el que Marcela no sabrá a quién elegir par a compartir su corazón. Mucho amor, romance, acción, aventura, riesgo, peligros, misterios, crímenes sin resolver, mafias y desventuras se suman en ésta novela fácil de leer que atrapará al lector de principio a fin. ¿Logrará Marcela cumplir su sueño?
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Capítulo 24
Después de almorzar, hicimos el amor muy engolosinados. Yo lo deseaba en realidad, porque estaba hambrienta de él, quería besarlo, disfrutar de su virilidad y que él me hiciera suya con mucha vehemencia. La tensión me tenía convertida en un volcán en erupción. Empecé a besarlo con desesperación, afán y encono. Disfruté empalagada de su boca tan masculina y áspera, eso me enardeció y engolosinó por completo y de pronto era yo un concierto de gemidos excitados, saboreando sus labios. Sollozaba, además, excitada y encantada, disfrutando de su masculinidad. Le arranché la camisa con furia, haciendo volar por los aires los botones y me deleité con su pecho tan grande, bien cincelado, hecho de cemento, lleno de vellos que me excitaban y desataban mis deíficas cascadas. Mis manos iban y venían por sus músculos y eso encendían más y más llamaradas desde el fondo de mis entrañas.
Yo estaba descontrolada, súper excitada, sentía el fuego chisporroteando por todos mis poros y gemía parecida a como una gatita en celo, besando a Rub febril y vehemente. Él reaccionó a tiempo y sus manos fueron de inmediato a mis nalgas, estrujándolas, anhelando sus redondeces y firmezas. Eso me hizo tener más fuegos incendiando mis intimidades.
También le hice volar su correa que sujetaba su pantalón y después arranché de un solo tirón el jean dejándolo únicamente en slip. Me encantó verlo tan excitado y me pareció que él era una dinamita a punto de hacer explosión. Mordí mis labios extasiada, abaniqué mis ojos admirada y sentí muchos truenos y relámpagos reventando en mi cabeza. Las descargas eléctricas se multiplicaron de inmediato, remeciendo toda mi humanidad, volviéndome aún mucho más impetuosa.
Rub me cargó sin soltar mis nalgas y me llevó a su cama. Yo lo seguía besando con desesperación, le acariciaba los pelos, encadené mis tobillos a sus caderas, aferré mis uñas en su espalda y gemía sin cesar, entonando una melodía erótica que solo hablaba de amor extremo. Mi novio me aventó, literalmente, a la cama como si fuera una muñeca y luego, sin ninguna sutileza, me arranchó la camiseta dejando mis pechos al aire convertidos en grandes colinas, deliciosos y apetecibles, con sus puntas insinuantes, pidiendo a gritos que los muerda y los bese con premura y devoción, a la vez.
Me sacó el jean y luego jaló mi calzón dejándome entonces a su entera merced, completamente desnuda. Yo estaba obnubilada, eclipsada, sumida en la inconsciencia, en pleno viaje sideral al espacio, rodeada de estrellas y luces, mientras él me dominaba totalmente y se apoderaba de mis valles y sinuosas carreteras, besándome con desesperación, febril, acariciando mi piel suave como el velo de una novia, conquistando hasta el último de los parajes más distantes de mi deliciosa anatomía.
Me quedé sin defensas, inerme, sollozando sin cesar, aullando igual a una mujer lobo, rendida y excitada, mientras Rub iniciaba la conquista de mis profundidades igual a un enorme huracán, arrasando con todo.
-¡¡¡Fuerte, muy fuerte, más fuerte!!!-, clamaba yo seducida y excitada, sintiendo su virilidad invadiendo mis vacíos convertido en un tórrido río que avanzaba incontrolable hacia las fronteras más lejanas de mi sensualidad, alcanzando distancias que yo ignoraba y que me hacían delirar aún más, al extremo de sentirme naufragando en un idílico océano sin tener dónde asirme o sujetarme. Yo me arranchaba los pelos desesperada sintiéndolo avanzar a Rub como un tren descarrilado, incluso le mordí los brazos desesperada, y luego hundí mis uñas en su espléndida y formidable espalda, abriéndole surcos en su musculatura, víctima de mi desesperación, haciéndole brotar hilos de sangre en las rajaduras a su piel. Yo ya estaba demasiado eufórica y daba rienda suelta a mi vehemencia salvaje.
Deliraba en los brazos de Rub. Seguía chillando de placer, calcinada en mis propias llamas, excitada hasta la locura, sintiéndome la mujer más sexy y sensual del mundo. Mi feminidad no dejaba de estallar y eso me volvía enajenada de pasión y emoción, entregada a mi amante.
Cuando él llegó al techo máximo de mis límites, quedé estupefacta, boquiabierta, con mis ojos desorbitados, sin reacción, entumecida y complacida a la vez. Fue tan excitante la sensación que mi cuerpo explotaba en fuego y las llamaradas emergían hasta de mis orejas.
Finalmente me derrumbé sobre las almohadas exánime, sudorosa, sin fuerzas, agotada, convertida en una piltrafa, con mis pelos arranchados, mi corazón rebotando igual a una pelota en mi busto, exánime, suspirando y exhalando mucho humo en mi aliento, encandilada después de haber sido suya a Rub, en una inolvidable velada erótica y poética.
Rub también se derrumbó, cayendo de bruces sobre mí, aplastándome. Él no podía respirar, tenía su corazón muy acelerado, estaba duchado en sudor y se encontraba, igualmente demasiado excitado y extasiado. -Maravilloso-, susurró, incluso, tratando de recuperar las fuerzas pero le era imposible. Él estaba completamente exhausto, hasta que nos quedamos dormidos, convertidos en dos pilas de carbón humeante después de haber ardido en nuestras llamas en aquella faena tan excitante de pasión y romance.