Júlia, una joven de 19 años, ve su vida darse vuelta por completo cuando recibe una propuesta inesperada: casarse con Edward Salvatore, el mafioso más peligroso del país.
¿A cambio de qué? La salvación del único miembro de su familia: su abuelo.
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Capítulo 24
El silencio fue roto por el clic seco de un arma siendo amartillada.
Edward se detuvo a pocos metros de los dos hombres arrodillados. Su mirada era una sentencia. Un juicio sin derecho a defensa.
—¿Quién mandó? —su voz era baja, cortante como navaja—. ¿Quién… mandó?
Jonas comenzó a llorar. Cássio temblaba. Ninguno de los dos respondió.
Bang.
Cássio cayó hacia atrás con un agujero en la frente. El estruendo del disparo resonó por las paredes de concreto.
Júlia gritó, encogida en la silla, amarrada. Su corazón parecía explotar en su pecho.
Edward se giró hacia Jonas. La sangre del cómplice aún salpicaba el suelo.
—Voy a preguntar solo una vez más.
Jonas balbuceó algo, completamente aterrorizado.
—F-f-fue un tipo... un empresario... no sabíamos... solo querían probarte, ¡fue todo idea de él! ¡Lo juro! ¡Solo cogí el dinero!
Edward se acercó. Sin dudarlo, clavó el cañón del arma en la barbilla de Jonas.
—Vas a darle el recado a él personalmente.
Jonas asintió frenéticamente, llorando.
Edward bajó el arma. Y entonces, sin quitarle los ojos de encima, habló con uno de los guardaespaldas de atrás:
—Corta las cuerdas. Toma la ubicación. Después de eso... suelta a esta basura. Pero con una advertencia.
—¿Cuál, señor?
Edward giró el rostro lentamente.
—Dile que voy a buscarlo. Uno por uno. Hasta que no quede nadie.
El guardaespaldas asintió y sacó a Jonas, arrastrándolo.
Edward entonces se giró hacia Júlia. Su mirada era de puro shock. Había sangre en el suelo, olor a pólvora en el aire, y sus ojos… aún estaban fríos. Pero al acercarse a ella, algo cambió.
Con cuidado, se arrodilló frente a ella. Sin decir nada, cortó las cuerdas que ataban sus muñecas y tobillos. Las marcas rojas en su piel delicada hicieron que su mandíbula se tensara de rabia.
—Él... él... mataste a todos... —Júlia susurró, casi sin voz.
—Nadie te toca. —murmuró, voz ronca—. Nunca más.
Ella estaba mareada, débil. Edward pasó un brazo por debajo de sus piernas y el otro por la espalda. La tomó en brazos como si fuera hecha de vidrio.
Y sin mirar atrás, salió del galpón cargando a Júlia en brazos. Sangre en los zapatos. Furia en los ojos. Su reina, herida… pero viva.
Y ahora… el infierno estaba oficialmente desatado.
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El motor del coche rugió como una fiera lista para cazar. Edward entró con Júlia aún en sus brazos, su cuerpo blando, su piel fría, sus ojos cerrados.
Ella se había desmayado en el momento en que salieron del galpón.
La puerta se cerró con un golpe seco. El jet particular ya estaba preparado, pero él no quiso esperar. Ordenó que lo llevaran a la base más cercana, donde el avión los esperaba. Cada minuto lejos de la seguridad era un riesgo —y él no correría ese riesgo con ella.
Dentro del coche blindado, el silencio era sofocante.
Edward la miró.
El rostro delicado, ahora marcado por el cansancio y el trauma. El cabello desordenado. Las muñecas con marcas de cuerdas. Su corazón, por más que lo negara, dolía. Pero él no permitía que eso se notara. Los ojos estaban fríos. Muertos. Como si aún estuviera matando por dentro.
Con cuidado, acomodó su cuerpo en su regazo, su cabeza descansando en su pecho. La envolvió con su abrigo, protegiéndola del frío del aire acondicionado, de la noche, del mundo.
El guardaespaldas en el asiento de adelante rompió el silencio:
—Señor… ¿ella estará bien?
—Cierra la boca y conduce.
La respuesta vino seca. Cortante. Edward estaba en otro estado. Un estado donde solo existía una misión: protegerla. Vengarla. Acabar con todos los que osaron tocar a su mujer.
Júlia se movió ligeramente, un suspiro débil escapando por sus labios. Edward la miró, sus dedos pasando despacio por su mejilla.
—Ya acabó, rebelde… —susurró casi sin voz—. Te lo juro… nadie nunca más va a tocarte.
El coche aceleró por la carretera oscura, cortando la noche como una lámina afilada. En el regazo del hombre más peligroso del país, la chica que pensaba que podía jugar con fuego ahora estaba bajo la protección del propio infierno.