Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.
Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.
¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?
OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.
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Capítulo 23
Carl llegó al almacén con su jersey de cuello negro, mangas largas, pantalones ajustados del mismo color y, a parte de sus lentes, decidió agregarse las cadenas de chapitas que compró en sus barrios natales. Se sentía pandillero en el sentido de que iba a cobrar venganza y lo demostraba con ese accesorio. La marca de los Grove.
Se adentró entre las paredes foscas y manchadas por la humedad del abandono. En el centro del espacio amplio, con suelo de una mezcla de arena y piedras pequeñas; colgaba de brazos el hermano de Abby: Matías Wilson.
— Señor, se desmayó hace unas horas. —le informó el mismo hombre del hotel.
Carl asintió, sin quitarse los lentes a pesar de la poca luz que entraba por las rendijas del techo de tejas. Se acercó a la mesa de instrumentos de tortura, armas, cosas de las que haría uso con Matías.
Tenía diez hombres bajo su mando, contando los que estaban en el hotel. Los únicos que sobrevivieron del ataque a Jeesy, en San Fierro, y que se trajo con él cuando le prometieron lealtad. También influyó la insistencia de César, siempre con el tema de formar un ejército, no tuvo otra opción que complacerlo con ellos para que se callarse un rato.
Ese día agradeció haberle hecho caso, le sirvieron de algo después de todo.
Agarró el látigo y se acercó al cuerpo dormido, calculó y golpeó en la entrepierna de él.
El chico despertó en un grito escalofriante, como si de un alma endemoniada se tratase. Carl se alimentó de ese aclamado de ayuda, de ese aullido de piedad. Después de todo, como tal le dijo César, las raíces no se olvidan.
— Muy hombre para violar a tu propia hermana, ¿no? —le dijo, dejando el látigo en la mesa con toda la calma de sus pasos— Tantos burdeles, clubes, hasta hay casas de prostitutas gratis, ¿sabías eso? ¡Qué necesidad de complicarte la vida!
Su tono de voz parecía ser más un consejo tardío. El hombre barbudo subió la vista a él, parecía pensativo.
— Eres solo un niño. —lo despreció.
— Nos llevamos ocho años nada más, fíjate
—le aclaró, manipulando las armas de la mesa como si de secar platos después de la cena se tratase.
— ¿Quién carajos eres? —preguntó y luego se empezó a reír como maniático— No puedo creer que la zorrita haya engatusado a un hombre de poder.
Furia, rabia, coraje. Emociones tragadas por el torbellino que se estaba creando dentro de Carl. El mismo se acercó con un cuchillo y lo clavó en su cadera, haciendo presión en el giro del mismo. Le clavó una mirada de cartón piedra al rostro que le parecía estúpido y tonto.
— ¿Qué dijiste?
Matías aguantó el dolor y Carl sacó el cuchillo, fue cuando el torturado exhaló y lo maldijo por haberlo lastimado. Con un movimiento de mano del moreno, los hombres bajaron la soga y lo dejaron caer al suelo. Calló de rodillas, le dolieron y su gritos se liberó de una forma gutural.
— A ver si somos claros, ¿cómo llegaste hasta aquí? —atrajo una silla que estaba cerca de la mesa, de hierro rústica y se sentó frente a él— Los presos no tienen permiso para viajar al no ser que tengan alguien de confiazna que los ayude.
— Y tú conoces mucho del tema, ¿no? —sonrió, tocando su herida y tirando la cabeza hacia atrás, soportando la sangre correr hasta su espalda en una sensación rara. Una que le recordó sus tiempos en la cárcel.
— ¿Y sabes quién me sacó y llevó a otro país? —lo miró con las cejas en alto, disfrutaba ver la confusión en los ojos del blanco— Un policía corrupto.
Se puso de pie y le clavó el cuchillo en su pierna izquierda, haciéndolo gritar y encogerse en su postura.
— ¿Quién te ayudó? —reiteró, serio y frío como un témpano.
— Nadie... —soltó en un soplido con los ojos cerrados com fuerza, como si con eso fuera a aliviar el dolor— Nadie, carajo.
Carl exhaló, con un gesto que a Abby le habría parecido gracioso, se paró y llamó a uno de los hombres que custodiaba el lugar. Con él llegaron otros más y les ordenó golpearlo hasta que hablase.
Con la idea de que alguien lo estaba ayudando y sobornando, salió a las afueras. En el medio del bosque, en un almacén abandonado. El sol de la tarde hacía brillar las hojas mojadas del reciente diluvio.
Abby estaba trabajando y confiaba en él, jamás sospecharía. Su cuento de poner más hombres de seguridad a su custodia, era perfecto de tapadera.
Igual, a ella parecía no importarle mucho lo que pasase con Matías, incluso cuando la escuchó hablar con su madre por llamada. Dejó en claro su desprecio hacia su hermano, a pesar del llanto de su madre.
Analizó al hombre, sus gestos. Solo había una salida: si no era mandado por nadie, tenía interés en el dinero de su hermana. Era un muerto de hambre, quizás pensó en amenazarla y sacarle todo el provecho para endeudarla de nuevo. Ella no tenía tanto dinero, pero conocía la historia de los latinos que creían que por estar en un país desarrollado, el dinero caía del cielo en un dos por tres. En fin, eso era hipotético.
Lo que no encajaba era que supiera la ubicación de la suite. Al no ser que la haya seguido desde su trabajo. Pudo averiguar y sacarle información a la madre o algún familiar. A la misma amiga coreana de Abby. ¿Cuál era su nombre...? ¿Claudia? ¿Marisa?
Uno de los hombres salió e interrumpió su análisis.
— Está hablando.
Carl entró con sus manos en los bolsillos.
— Reflexionaste. Qué bien. —tomó asiento, de nuevo.
— Fue un señor. Él me pagó para que viniese y me llevara a Abby.
El moreno pudo distinguir la verdad en su rostro.
— ¿Qué señor?
— No lo sé. Yo solo tuve contactos con sus hombres. Se parecían a ellos... —señaló a los que lo golpearon— ...pero tenían más aspectos de árabe.
Carl frunció el ceño en un gesto de incredulidad, ¿árabes? Imposible. La segunda parte de la historia era mentira. Señaló a los hombres que lo siguieran golpeando y se retroalimentó de los gritos del hombre.
— ¡Te estoy diciendo la verdad! —lo golpearon en el abdomen y su voz se entrecortó— ¿Crees que Abby te quiere? ¡Eres solo un juguete para ella! Es una caza fortunas.
Carl pidió que pararan y él se quedó encorvado en el suelo. La sangre corría por sus labios, sus brazos, las hemorragias internas en su torso empezaron a marcar presencia. Pero, no obstante a ello, tuvo la fuerza para mirar al moreno con una sonrisa en sus labios partidos.
— ¿Abby sigue igual de apretadita que siempre?
La sangre de Carl ardió en cólera, pero le sonrió, cogiendo una vengala de la mesa. Quien estaba entrando en personaje era CJ, el magnate.
— A mi siempre me gustó ella... —siguió parloteando Matías— ...y no tuve miedo en demostrarlo. Ella era muy ingenua, me veía como un lindo hermano y se hizo de vista gorda de todos mis tratos con ella.
CJ se acercó, viendo que era un maldito obsesionado. Estaba claro que su teoría era la verdad. Halló la forma de llegar a Las Venturas, quizás patrocinado por uno de los narcos de México. O.... analizó más reciente. Sólo había una persona que quería afectarlo.
Se inclinó hacia él, la paciencia salió de escena. La sonrisa pérfida fue la única que sobrevivió intacta a la oscuridad que llenó sus ojos. Matías lo vio, creyendo que lo dejaría libre. En tanto, a Carl le bastaba solo la confirmación y de él no necesitaría más nada que su cuerpo en el océano, tragado por los tiburones.
— Loera. —pronunció y vio bien como el hombre se heló.
Ya estaba todo claro en su mente. Matías sonrió, disimulando el espasmo en sus facciones.
— No tengo ni idea de qué es eso. —contestó.
Carl le quitó el seguro a la bengala y los matones sentaron al golpeado.
— Respondiendo a tu pregunta sobre Abby, sí y nunca sabrás lo rica que está porque ahora es mía.
Le abrió la boca sin darle tiempo a llevar sus manos amarradas arriba ydefenderse. Los hombres se posicionaron detrás de él y, en el mismo momento en que disparó la bengala dentro de su boca, los hombres de CJ metieron el cuerpo en la bolsa. Su cabeza explotó sin manchar la ropa del Señor.
Como quién dice, le voló los cesos y en la furia que tanto quería.
— Limpien todo. —se paró, dándole el arma a uno de los hombres y dirigiéndose a la salida— Vayan de pesca y déjenlo caer en el océano sin envoltorio.
— Sí, Señor. —dijo uno de los hombres.
Levantó sus pies, pasando el minimuro de la entrada y llegó a su auto estacionado bajo unos pinos. Después de limpiar sus zapatos de la arena y la tierra mojada, encontró los caminos para llegar a la ciudad. A penas su celular tuvo cobertura, marcó el número cuya foto de perfil le sacó una sonrisa exclusiva. Eso ojos avellana...
— ¿Carl? —contestó ella en un murmullo casi sordo.
— Hermosa, ¿ya terminaste? —se incorporó a la autopista más calmada, deteniéndose en un semáforo— ¿Por qué susurras?
— Tengo que trabajar toda la noche por haber faltado ayer sin avisar.
De fondo se escuchó una voz fina.
— "¡Abby, guarda el celular si no quieres que le de las quejas a Loera!"
Y la voz de la castaña se volvió a escuchar.
— Tengo que irme, adiós.
Y colgó. Pudo imaginársela perfectamente en un rincón de la maldita cocina de ese casino. Miró la pantalla de su teléfono con los ojos abiertos y las cejas enarcadas, se estaba empezando a enojar. A ella no la tratarían así. Loera no era nadie para castigarla.