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Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Enamorada En Las Venturas Del Magnate

Status: En proceso
Genre:CEO / Aventura de una noche / Posesivo / Mafia / Maltrato Emocional / La mimada del jefe
Popularitas:1.5k
Nilai: 5
nombre de autor: Damadeamores

Viajes, estafas, strippers. Carl Johnson solo conoce ese estilo de vida. Una ambición sin medida entre el brillo de los casinos y la adrenalina de golpes magistrales, desde el robo de diamantes hasta la infiltración en bóvedas de alta seguridad.

Eso es hasta que aparece una mujer de curvas tentadoras; pero de ojos que creen ciegamente en el amor. Una creencia tan pura que puede resultar peligrosa.

¿Cuánto tienes que matar y conocer para saber que el atraco más arriesgado y traicionero podría ser el de tu propio corazón?

OBRA ORIGINAL © Damadeamores
No es anime.

NovelToon tiene autorización de Damadeamores para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 24

En la cocina del casino, mientras las cucharas de madera batían con fuerza la sopa en las ollas, otras terminaban las pastas y muchas preparaban los platillos en una mesa rectangular. Abby y Elisa estaban lavando los platos a toda prisa.

Las esponjas dejaban la espuma correr entre sus dedos. Cubiertos, cucharas, restos de comida tirados a la basura. No podían perder un segundo en distracciones. Ya le habían llamado la atención por contestar el teléfono. Odiaba a la jefa del ala del restaurante, pero eran órdenes del señor Loera; no podía objetar.

— Creo que me enamoré y por eso me siento así. —dejó el plato lleno de detergente a su amiga, quien se encargarba de enjuagarlos— Me siento querida, pero a la vez decepcionada.

— Ay, Abby. —tuvo cuidado cuando el plato casi se le cae por mirar a su amiga— No quiero decir que te lo dije, pero....

— Yo sé... —frió papitas con la lengua en el cielo de su boca— No puedo controlarlo, me atrae como un imán.

— Es muy peligroso.

— Ese es el tema... —la miró, alzando la voz y las compañeras le hicieron señas de que se callaran con un "shhh". Abby se encogió de cuello, hablando entre dientes— ...que a su lado siento todo lo contrario a peligro.

Elisa entendió y no pretendía seguir echándole tierra a Carl si su amiga se sentía bien con él. Apartó unos mechones de cabellos que se le escaparon del gorro, con el lomo de sus manos, y exhaló.

— ¿Y qué harás?

— No lo sé... —tiró su cabeza a un lado, centrada en todo menos en quitar el churre de los platos.

Elisa le devolvió dos platos, ella la miró con confusión en sus cejas.

— Están sucios.

Los aceptó sin contradecir, viendo los restos de comida. Volvió a lavarlos.

— Tengo miedo de asustarlo al decirle que quiero algo serio y que se vaya.

— ¿Asustarlo? Abby —se secó las manos, cogiéndola por el hombro para que la miráse—, es hora de que olvides al patán de tu ex marido. No debes temer por asustar a alguien cuando tenerte a ti como mujer y acompañante de vida tiene que ser la lotería para él.

Abby sonrió, mirando abajo, mientras rascaba su frente.

— Sí. No te rías. —la soltó, volviendo a lavar platos— Vales mucho. Date tu lugar.

— Elisa y la otra. —llegó la jefa, con sus manos por detrás de su espalda y la nariz alta— Necesitamos personal en las mesas, agarren los pedidos y vayan. Luego terminan con eso.

Ambas asintieron, secando sus manos con un paño verde.

...***...

Las puertas principales se abrieron y Carl pasó por el bar del casino dejando aires abominables. Sus ojos de carbón buscaron a Abby en el bar, entre los muebles en las esquinas, entre el personal que caminaba de un lado a otro. Se pasó el pulgar por la punta de la nariz, cayendo en cuenta que ella no estaba por allí. Subió en trotes dos escalones para incorporarse a los pasillos y esperó el elevador.

Subió hasta el último piso, donde las oficinas de Loera. Ni se inmutó a mirarse en el espejo mientras la del elevador miraba al suelo, efecto de su rostro inclemente.

El pip sonó y las puertas se abrieron, Carl se dirigió al centro y pasó sin detenerse en la mesa de secretaría.

— Señor, no puede entrar sin pedir permiso. —le dijo.

Él siguió de largo con una mano en su bolsillo, como si anduviera por su casa. Llegó a la oficina y pasó de los guardias que intentaron tomarlo por los brazos, para impedirle su entrada.

— No me toquen —fue lo único que dijo antes de ver a Loera sentado en su silla de cuero negro, viendo la ciudad desde la gran pared de cristales blindados.

— Voy a ser claro contigo, deja ir a Abby. Despídela. No va a trabajar más para ti.

Él hombre de tabaco en mano se rió, sin inmutarse a ver al moreno cascarrabias detrás de él.

— Te atrapó la chica, que mal por ella. —respondió, dando una vuelta en su silla hasta verlo a la cara. Hizo expresión de sorpresa, como esa de cuando ves a un amigo viejo y las palabras se quedan detenidas en tu boca— Pero déjame decirte que he sido paciente contigo, niño, por respeto. Que sea la última vez que vienes a hacerme un berrinche.

— No me provoques, Loera.

El hombre de canas largas y entradas altas bufó, tomando aire con el tabaco en la boca.

— Acaba de crecer, Carl.

El moreno tuvo ganas de decirle que su mini plan no había funcionado, que Matías estaba muerto; pero no le daría el gusto de tener esa información por su boca. Simular no estar enterado era lo mejor, reducía las probabilidades de que Abby se enterace.

— Carl, seamos sinceros... —habló el de abrigo gordo y pelaje de tigre— ...has sido un perro lamebotas toda tu vida. No pudiste sustentar esto por ti sólo porque aún eres un niño que cree que todos deben obedecerle por tener un dinerito.

Su gesto despectivo le dio a entender que, a su parecer, Carl a su lado era una escoria de gama baja. Mensaje que el moreno no se tardó en captar, aunque... si lo quería de capataz, era por algo.

El de ojos negros cual cielo nocturno y labios apretados en enojo, razonó que lo veía como una amenaza y hacía bien.

— Niño, para que te obedezcan debes haber matado más, esforzarte más de lo que crees y no pensar solo con tu pene.

La mandíbula del mulato se tensó. Se tragó todas sus ganas de echarle en cara que con la gran cantidad de diamantes que tenía en su poder, podía comprar todo aquello en un chasquido de dedos; pero no lo haría. No quería beneficiarlo de ningún modo.

— Acepta la derrota y trabaja conmigo. Juntos... —el hombre de cincuenta años se corrió hasta su mesa de escritorio, acordándose sobre la misma y hablándole con ojos de persuasión— ....imagina todo el dineral que haríamos.

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Marielba Carrasquel
Empieza muy interesante 🤔👍🏼
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