Mucho antes de que los hombres escribieran historia, cuando los orcos aún no habían nacido y los dioses caminaban entre las estrellas, los Altos Elfos libraron una guerra que cambiaría el destino del mundo. Con su magia ancestral y su sabiduría sin límites, enfrentaron a los Señores Demoníacos, entidades que ni la muerte podía detener. La victoria fue suya... o eso creyeron. Sellaron el mal en el Abismo y partieron hacia lo desconocido, dejando atrás ruinas, artefactos prohibidos y un silencio que duró mil años. Ahora, en una era que olvidó los mitos, las sombras vuelven a moverse. Porque el mal nunca muere. Solo espera...
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Asignación
El primer día comenzó con el nacimiento del alba. Los tenues rayos dorados atravesaban los vitrales de la torre 344 mientras nuestro insólito grupo de habitante de la misma se desperezaban en sus camas, preparándose para recibir sus uniformes y conocer a los nuevos maestros de Iltharëlin.
—¿Samael...? —preguntó Vorn, visiblemente nervioso.
El joven paladín se calzó sus botas sin prisa y respondió con una media sonrisa:
—Para nada. Pasé más tiempo entre maestros que con otras personas. ¿Y tú, grandote? ¿Estás listo?
Naor no respondió. A sus dieciséis años, su altura intimidante no correspondía con su tímida voz. Solo asintió con la cabeza, evitando el contacto visual.
—Para nosotros no es el primer día —dijo Thurfim, con su tono habitual de burla—. Somos parte de un grupo... particular. ¿O no, niño sombra?
—¿Perdón? No escuchaba, estás muy abajo —replicó Vorn con sarcasmo, arrancándole una risita a Naor.
Y así, entre chanzas, los cuatro caminaron por los pasillos hacia el Gran Comedor. Observaban con asombro la diversidad de razas que convivían en Iltharëlin: vampiros, licántropos, elfos de sangre, gnomos, trols... todos compartiendo un mismo destino.
De pronto, un profesor se les acercó. Su rostro estaba curtido por los años y una enorme barba gris trenzada le cubría el pecho.
—Disculpa, ¿tú eres Samael, verdad?
—Sí, señor. Soy Samael, de la Orden de los Paladines. ¿Y usted?
—Thogar Puño de Hierro, enano veterano de guerra. He oído bastante de ti. Será un honor tenerte en mis clases de combate. Aprenderás más sobre armas de lo que jamás imaginaste. —Luego se giró hacia Vorn—. ¿Y tú? ¿Eres el famoso Vorn?
—Sí, señor. Vorn, perteneciente a la Gran Corte del Rey Alastor.
—Perfecto. Te recomendaré con Yzzith, un viejo goblin chiflado. Te enseñará todo sobre trampas y magia... si logras soportarlo. —Se volvió hacia Naor y Thurfim—. ¿Y ustedes? ¿Qué planes tienen?
—No tenemos pensado irnos —dijo Thurfim con tono burlón—. Nos encanta este lugar.
Naor simplemente asintió, como siempre.
—Bien, vayan al comedor. Allí los recibirá la directora. Una simpática elfa... seguro les parecerá interesante —comentó con sorna, alejándose—. Ah, Samael... intenta no golpear más elfos. Son inmortales, pero sienten dolor como cualquiera.
El joven paladín se sonrojó. Vorn no dejó pasar la oportunidad.
—Samael, el golpeador de elfos... ¡el terror de los orejones! —rió, provocando carcajadas en todo el grupo.
Al llegar al comedor, Samael sugirió:
—Sentémonos lejos. Mejor pasar desapercibidos por ahora.
—Habla el que golpeó a un príncipe elfo —murmuró Naor con su voz tímida.
—¡El grandote tiene humor! —celebró Vorn.
El Gran Comedor era una obra de arte. Monstruosamente amplio, adornado con retratos de héroes caídos, armaduras resplandecientes, pieles de bestias legendarias y cráneos de criaturas místicas. Al fondo, en un estrado elevado, destacaban sillas de roble élfico. De pie entre ellas, una elfa oscura alzó su voz.
—Mi nombre es Nymirëa —comenzó, y el silencio se hizo absoluto—. Soy una elfa oscura... y su directora. Archimaga de Iltharëlin. Cuando muchos de ustedes no habían nacido, yo ya guiaba este lugar. No nos detendremos en formalidades. Están aquí para estudiar. Dos años de aprendizaje donde dominarán magia, lenguas antiguas, armas, alquimia... y mucho más. Solo pido una cosa: respeto mutuo. Eviten conflictos entre razas. Ya hemos vivido suficiente destrucción en el pasado.
—Te lo dice a ti, terror de los elfos —susurró Vorn.
—Por último —continuó Nymirëa—, recibirán sus uniformes. Serán puntuados y, si todo va bien, se graduarán en dos años. Pueden retirarse.
Mientras se levantaban, un joven elfo, el mismo al que Samael había golpeado, se le acercó... solo para ver cómo Varion intercedía:
—¿Te gusta que un paladín te parta la cara, verdad?
El elfo agachó la cabeza y se marchó sin responder.
Varion se volvió hacia el grupo:
—Muy bien, tenemos dos años para convertirlos en guerreros... pero ¿qué demonios es este equipo? —miró con desprecio a Thurfim y Naor.
—Tranquilo —respondió Vorn—. Sabemos lo que hacemos. ¿O no, Samael?
El paladín clavó la mirada en el elfo burlón y declaró:
—Me anotaré en lo que me permita golpear a ese estirado otra vez. ¿Y tú qué dices, grandote?
—¿Están seguros de esto? Somos... lo peor de lo peor —dijo Naor cabizbajo.
—Lamento darle la razón —añadió Thurfim—, pero tiene razón.
—Perfecto —refunfuñó Varion—. ¿Vamos mejor con los vampiros o los hombres lobo?
—Espera —intervino Vorn—. Vamos a lograrlo. Porque somos un equipo.
—Sí —dijo Samael—. Juntos, todo es posible.
Varion suspiró, resignado:
—Serán dos años muy largos..
Mientras tanto...
En los oscuros restos de la Ciudad de la Luz, Hazrral, consumido por la ira, rugía:
—¿Dónde están esos niños? ¡No pueden simplemente desaparecer del mapa!
Una voz femenina emergió entre las sombras:
—Para nada, mi señor. Averiguaré dónde están...
sigan así /CoolGuy/
me encanta!!!