Sacha, buscando una lectura emocionante, se topa con "Emperador, ¿por qué mataste a mi hermano?", una novela BL donde el emperador, obsesionado con Leo, lo mata accidentalmente al proteger a su hermana adoptiva.
Al terminar la novela, Sacha se ve transportada al mundo ficticio, convirtiéndose en la hermana adoptiva de Leo. Ahora, con el conocimiento del futuro, debe proteger a su hermano del emperador, un hombre que, aunque lo amaba, lo mató por un error trágico.
Sacha se enfrenta a un dilema: ¿puede cambiar el destino de Leo sin sacrificar su propia felicidad? ¿O se verá atrapada en un romance peligroso con el emperador, un hombre que, a pesar de su amor, es capaz de cometer actos terribles?
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Bajo el velo de las sombras
El pueblo, con su apariencia tranquila y casi olvidada por el tiempo, no tardó en mostrar su verdadero rostro. Aunque las casas eran pequeñas y modestas, había algo extraño en el aire, como si cada rincón escondiera secretos. Sacha y Leo apenas habían tenido tiempo de descansar cuando el anciano volvió a buscarlos.
—¿Podemos hablar? —preguntó, su voz más seria de lo que esperaban.
Sacha y Leo intercambiaron miradas, pero siguieron al hombre hasta una pequeña sala dentro de su casa. La hija del anciano estaba sentada junto a una ventana, moliendo hierbas mientras su mirada parecía estudiar a los recién llegados.
—Quiero agradecerles por traer a ese hombre hasta aquí —comenzó el anciano, apoyándose en su bastón—. Pero también debo advertirles: este pueblo no es un lugar seguro para forasteros.
Leo frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho.
—¿Qué quiere decir con eso?
El anciano suspiró, como si estuviera a punto de revelar algo que había pesado sobre él durante mucho tiempo.
—No somos un pueblo común. Aquí… las cosas funcionan de forma diferente. Hay reglas, y quienes no las respetan rara vez sobreviven.
Sacha sintió un escalofrío.
—¿Qué clase de reglas? —preguntó, intentando mantener la calma.
El anciano hizo una pausa antes de responder.
—No hagan preguntas innecesarias. No hablen con los demás más de lo necesario. Y, pase lo que pase, no salgan de la casa después del anochecer.
—¿Es una amenaza? —intervino Leo, sus ojos destellando con desconfianza.
—Es una advertencia. Lo que ocurre aquí… no puede explicarse con palabras, pero les aseguro que es real.
Sacha observó al anciano en silencio, intentando leer más allá de sus palabras. Había sinceridad en su voz, pero también miedo. Fuera lo que fuera lo que acechaba a ese pueblo, parecía más antiguo y oscuro de lo que ella podía imaginar.
—Entendido —respondió finalmente, tirando de la manga de Leo para que no discutiera más.
Cuando volvieron a la habitación que les habían asignado, Leo explotó.
—¿Vas a decirme que crees en todo eso?
—No creo en nada, pero tampoco voy a ignorar una advertencia como esa. Algo no está bien en este lugar, y lo sabes —respondió Sacha, manteniendo su voz baja.
Leo se frotó el rostro, frustrado.
—Esto es una locura. Necesitamos salir de aquí lo antes posible.
—¿Y adónde iremos? —preguntó ella, cruzando los brazos—. No tenemos idea de lo que nos espera afuera, y ese hombre herido nos dio un nombre: este pueblo. Algo nos trajo hasta aquí.
Leo gruñó, pero no respondió. Sabía que Sacha tenía razón, aunque no quería admitirlo.
Mientras la noche caía, el pueblo parecía transformarse. Las calles, antes tranquilas, ahora estaban desiertas, y las ventanas de las casas permanecían cerradas, con cortinas gruesas que no dejaban pasar ni un rayo de luz.
Sacha no podía dormir. Desde la pequeña cama de madera, miraba el techo, intentando encontrar sentido a todo lo que había ocurrido. ¿Qué significaba ese lugar? ¿Por qué parecía estar tan cargado de secretos?
Un ruido afuera interrumpió sus pensamientos.
—¿Escuchaste eso? —susurró, sentándose de golpe.
Leo, que había estado medio dormido, abrió los ojos y se incorporó rápidamente.
—¿Qué fue?
El sonido se repitió: pasos lentos y pesados que se arrastraban por la calle. Luego, un golpe seco contra la puerta de la casa.
Sacha y Leo se miraron, sus corazones latiendo con fuerza.
—No abras —murmuró Sacha, poniéndose de pie y avanzando lentamente hacia la ventana.
Corrió la cortina apenas unos milímetros y miró hacia afuera. Lo que vio hizo que se le helara la sangre.
Una figura alta y encorvada estaba de pie frente a la puerta. Su rostro estaba cubierto por una capucha oscura, y de su cuerpo colgaban harapos. Pero lo que más le aterrorizó fueron las marcas en el suelo: allí donde esa cosa había pisado, la tierra parecía ennegrecida, como si hubiera sido quemada.
—¿Qué es eso? —preguntó Leo, acercándose a ella.
—No lo sé… pero no te acerques a la puerta.
La figura golpeó la puerta una vez más, más fuerte esta vez. Luego, un sonido rasposo llenó el aire, como si estuviera hablando en un idioma antiguo y desconocido.
De repente, se escucharon pasos apresurados desde el interior de la casa. Era la hija del anciano, que entró en la habitación con el rostro pálido.
—¡Apártense de la ventana! —ordenó, cerrando la cortina de golpe.
—¿Qué está pasando? —preguntó Leo, pero la joven no respondió.
—No importa lo que escuchen, no salgan. Esa cosa no puede entrar si no se le permite.
Antes de que pudieran decir algo más, la joven salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Leo, intentando mantener la calma.
—Esperar —respondió Sacha, aunque su voz temblaba.
Las horas pasaron lentamente, con el sonido de los golpes y los murmullos oscuros resonando en sus oídos. Finalmente, justo antes del amanecer, todo quedó en silencio.
Cuando salieron de la habitación, el anciano los estaba esperando en la sala principal.
—Sobrevivieron a su primera noche. Eso es un buen comienzo —dijo, aunque su tono no tenía rastro de alegría.
—¿Qué era esa cosa? —preguntó Leo, incapaz de contenerse.
El anciano lo miró con gravedad.
—La verdadera pregunta no es qué era, sino por qué los estaba buscando.
Sacha sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Había algo en sus palabras que le hizo darse cuenta de que su presencia en ese lugar no era casual. Algo o alguien los había guiado hasta allí, y el peligro apenas comenzaba.