Amaris creció en la ciudad capital del magnífico reino de Wikos. Como mujer loba, fue entrenada para proteger su reino por sobre todas las cosas ya que su existencia era protegida por la corona
Pero su fuerza flanquea cuando conoce a Griffin, aquel que la Luna le destino. Su mate que es... un cazanova, para decirlo de esa manera
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Conversaciones Bajo la Luna
La brisa nocturna soplaba suavemente sobre los árboles mientras Griffin y Amaris caminaban juntos por el sendero del bosque. El cielo despejado dejaba ver un manto de estrellas que iluminaba tenuemente el paisaje a su alrededor. Los sonidos del bosque, el crujir de las hojas bajo sus pies y el murmullo distante de un arroyo, creaban una atmósfera tranquila que contrastaba con la tensión silenciosa que ambos sentían.
Había pasado tiempo desde la última vez que se habían encontrado a solas, y aunque ahora estaban juntos, las palabras aún no fluían con la facilidad que esperaban. Sin embargo, ambos sabían que esta conversación era necesaria. Si iban a conocerse de verdad, como habían acordado, tendrían que aprender a abrirse el uno al otro.
Griffin fue el primero en romper el silencio.
—Entonces… —comenzó, su voz baja pero firme—, creo que deberíamos empezar por lo más sencillo. Cuéntame algo sobre ti, Amaris. No sobre la cazadora o la guerrera, sino sobre la persona. ¿Qué te gusta? ¿Qué haces cuando no estás luchando contra criaturas oscuras o entrenando con tu manada?
Amaris lo miró de reojo, una pequeña sonrisa apareciendo en sus labios.
—Eso es algo que no me preguntan muy a menudo —respondió ella, con un tono que sugería que estaba algo divertida—. Pero supongo que tiene sentido. La mayoría de la gente me ve como la cazadora, no como… una mujer con gustos comunes.
Griffin asintió, sabiendo que no era fácil para alguien como Amaris separarse de su identidad como guerrera. Pero también estaba decidido a descubrir esa otra faceta de ella, una que quizás ni siquiera muchos de su manada conocían.
—Bueno, yo quiero conocerte más allá de eso —insistió, manteniendo su mirada firme en ella—. Si vamos a hacer esto bien, tenemos que empezar por algo más sencillo, algo más real. ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
Amaris suspiró suavemente, como si la pregunta la tomara por sorpresa, pero al mismo tiempo la liberara de una carga que no sabía que llevaba.
—Me gusta… leer —dijo finalmente, con una leve sonrisa—. Sé que no es lo que esperabas, pero cuando no estoy entrenando o cazando, suelo perderme en libros. Especialmente libros de historia y cuentos antiguos. Me encanta conocer las historias de quienes vivieron antes que nosotros, lo que lograron, lo que temieron. Creo que hay algo poderoso en eso.
Griffin arqueó una ceja, claramente sorprendido por la respuesta.
—¿Libros de historia? No lo esperaba, pero tiene sentido —dijo, rascándose la barbilla mientras la miraba con curiosidad—. ¿Algún libro favorito?
Amaris se encogió de hombros.
—Hay uno en particular que me gusta mucho —admitió, sus ojos brillando ligeramente al recordar—. Es sobre la reina Selene, una antigua gobernante de los hombres lobo, que mantuvo la paz entre humanos y lobos durante décadas. La historia habla de cómo logró evitar la guerra con los humanos mediante la diplomacia, algo que no era muy común en aquellos tiempos. Creo que me gusta porque no se basó solo en la fuerza, sino en la inteligencia. Siempre pensé que debía haber sido una líder formidable.
Griffin la observó con atención, sorprendido por el entusiasmo con el que hablaba de la historia. La Amaris que conocía, la cazadora feroz, no había mostrado esa faceta antes. Era refrescante ver otro lado de ella.
—Eso suena… fascinante, en realidad —dijo Griffin, asintiendo lentamente—. La historia también tiene mucho que enseñarnos. Aunque yo siempre fui más de vivirla que de leerla.
Amaris soltó una risa suave, una risa que resonó como una melodía entre los árboles.
—No lo dudo —respondió, mirándolo con una chispa de diversión en los ojos—. Tienes pinta de ser de los que hacen su propia historia, no de los que la leen.
Griffin sonrió, encantado por la forma en que Amaris lo veía. Era cierto, siempre había sido un hombre de acción, pero la perspectiva de ella, la manera en que veía el mundo, lo intrigaba.
—Es cierto —admitió—. He pasado la mayor parte de mi vida en movimiento, cazando, viajando. Pero me has hecho preguntarme si debería tomarme un tiempo para leer algo más que mapas y planes de batalla. Tal vez incluso me prestes ese libro de la reina Selene algún día.
Amaris lo miró, sorprendida por su curiosidad, pero complacida.
—Lo haré —prometió—. Y quizás también podamos hablar sobre ello cuando lo termines.
—Trato hecho —respondió Griffin, dándole una sonrisa más amplia.
Continuaron caminando por el sendero, el silencio entre ellos ahora menos pesado, más cómodo. Después de un rato, fue Amaris quien rompió el silencio, esta vez volviendo la pregunta hacia él.
—Y tú, Griffin —dijo con suavidad—. ¿Qué es lo que te gusta hacer cuando no estás cazando o salvando aldeas?
Griffin se quedó en silencio por un momento, pensando en la pregunta. No estaba acostumbrado a hablar de sí mismo de esa manera. Durante tanto tiempo, su vida había girado en torno a su misión, a su deber como cazador y apóstol de Herodio. Pero si iba a ser honesto con Amaris, tendría que abrirse.
—Me gusta el tiro con arco —respondió finalmente—. No lo hago solo por trabajo, sino porque me relaja. Hay algo en la precisión, en la calma que requiere que me ayuda a despejar mi mente. A veces, cuando el mundo se vuelve demasiado ruidoso, es lo único que me ayuda a centrarme.
Amaris lo escuchó en silencio, asintiendo lentamente.
—Eso tiene sentido —dijo después de un rato—. Eres alguien que vive en el caos de las batallas, pero necesitas algo que te ancle. Me sorprende que sea algo tan pacífico como el tiro con arco.
Griffin rio suavemente.
—Creo que todos necesitamos algo que nos traiga paz, ¿no? —preguntó, mirándola con una sonrisa—. Y tú, Amaris, ¿qué te trae paz?
La pregunta la tomó por sorpresa. Amaris bajó la mirada por un momento, como si estuviera reflexionando sobre algo que no había compartido con nadie antes.
—La naturaleza —dijo finalmente, su voz suave—. Hay algo en estar en el bosque, entre los árboles, que me hace sentir... conectada. Cuando era niña, solía perderme en los bosques cerca de mi hogar. Me quedaba horas allí, simplemente escuchando los sonidos del viento, observando los animales. Me hacía sentir menos sola.
Griffin la miró con atención, notando el matiz de vulnerabilidad en su voz. Aunque Amaris siempre había proyectado una imagen de fuerza y autocontrol, había capas bajo esa fachada que él apenas comenzaba a descubrir.
—¿Te sentías sola? —preguntó con suavidad, sin juzgar, solo curioso.
Amaris asintió lentamente, levantando la mirada hacia las estrellas.
—La vida de un lobo no es fácil, especialmente cuando sabes que estás destinada a liderar —explicó—. Siempre sentí que había expectativas sobre mí, de ser más fuerte, más rápida, más hábil que los demás. Y aunque tenía a mi manada, siempre sentí una especie de distancia, como si estuviera aislada. En el bosque, sin nadie más, me sentía libre de esas expectativas. Me sentía... yo misma.
Griffin la miró con empatía, entendiendo más de lo que ella podría imaginar. Él también había sentido ese peso, esa distancia entre lo que la gente esperaba de él y lo que realmente era. Como apóstol de Herodio, siempre había sentido la presión de ser perfecto, de nunca fallar, de nunca mostrar debilidad. Pero al igual que Amaris, había encontrado consuelo en la soledad, en el acto de alejarse de todo por un momento.
—Puedo entender eso —dijo finalmente—. Cuando crecí, después de perder a mi familia, también me sentí... apartado. La gente me veía como alguien destinado a la venganza, a la violencia. Y aunque me convertí en un cazador, siempre me sentí solo en ese camino. Era como si nadie realmente entendiera lo que era llevar el peso de algo más grande que uno mismo.
Amaris lo miró con más intensidad ahora, viendo en él la misma soledad que ella había sentido.
—Creo que no estamos tan diferentes, Griffin —dijo suavemente—. Ambos hemos llevado cargas que nadie más entiende, y ambos hemos buscado paz de maneras que no muchos comprenderían.
Griffin asintió, su mirada fija en ella.
—Tal vez por eso el destino nos unió —dijo con una sonrisa ladeada, tratando de aligerar el momento.
Amaris sonrió, aunque sabía que había algo de verdad en sus palabras.
—Quizás —respondió, con una chispa de diversión en sus ojos.
Caminaron un rato más en silencio, disfrutando de la tranquilidad que les ofrecía la noche. Aunque las palabras se habían agotado por el momento, ambos sentían una nueva cercanía,
una conexión que se estaba formando lentamente, basada en algo más que el simple lazo de mate.
Finalmente, Griffin rompió el silencio de nuevo.
—Tengo que preguntar algo —dijo, su tono más serio esta vez—. ¿Tienes miedo de lo que pueda pasar con este... vínculo?
Amaris lo miró, su expresión suavizándose.
—Tengo miedo de muchas cosas, Griffin —admitió con franqueza—. Pero lo que más me asusta es perderte antes de que podamos descubrir lo que realmente significa estar juntos.
Griffin sintió un nudo formarse en su pecho al escuchar esas palabras. Había algo en la forma en que Amaris hablaba, en la honestidad de su temor, que lo conmovió profundamente.
—No voy a irme a ninguna parte —respondió con firmeza—. No sé qué nos depara el futuro, Amaris, pero lo que sí sé es que quiero descubrirlo contigo.
Amaris sonrió, una sonrisa suave pero genuina, como si sus palabras hubieran calmado parte de la tormenta que ella llevaba dentro.
—Eso es todo lo que necesito por ahora —dijo, su voz apenas un susurro.
Mientras continuaban caminando bajo la luz de las estrellas, Griffin se dio cuenta de que estaba comenzando a conocer a Amaris de una manera que nunca había conocido a nadie antes. No solo como la cazadora, ni como su mate predestinada, sino como alguien con quien podría construir algo real. Algo que iba más allá de la magia y el destino.
Y, por primera vez en mucho tiempo, Griffin sintió que estaba listo para dar ese paso.