Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.
Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.
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Capítulo 24. Todo Tuyo
Carlier recibió la noticia por los susurros de los criados.
La mansión estaba llena de murmullos y cotilleos. Todos centrados en la visita inesperada del duque del norte.
Hablaban de su atractivo, de su elegancia, y cómo había solicitado la presencia de la joven señorita. Despertando conjeturas y rumores maliciosos.
Carlier, consumido por una mezcla de curiosidad y disgusto, se apresuró por los pasillos. Sus pasos resonaban con determinación en las frías piedras del suelo de la Mansión Luton.
"Malditos chismosos".
“Despediré a cada uno de los sirvientes que han inventado habladurías”.
El joven Luton gruñía para sus adentros.
Su semblante se oscurecía por la ira y la frustración.
Con cada paso, su furia crecía, alimentada por los cuchicheos y las risas disimuladas de los sirvientes.
Al llegar a la puerta de los aposentos de su madre, detuvo su impulso inicial de irrumpir con violencia. Se obligó a contener su enojo y tocó la puerta con un golpe seco, pero controlado.
Tras escuchar un "adelante" desde el interior, abrió con cautela.
Margaret, sumergida en su vanidad, recorría con su mirada la colección de vestidos que colgaban majestuosamente en su armario.
La habitación estaba impregnada de un aire de perfume y lujo, reflejado en los frascos de maquillaje y los polvos de alabastro sobre su tocador.
La cama, revuelta en un desorden elegante, albergaba un mar de joyas que brillaban con un brillo intenso.
En sus manos, Margaret sostenía dos vestidos.
Uno de un tono rojo oscuro, confeccionado en una seda sumamente costosa, que resaltaba su riqueza y poder.
El otro atuendo era de un azul profundo, adornado con bordados de oro, cada hilo trenzado con la meticulosidad de un artesano.
Carlier irrumpió en la habitación, lleno de interrogantes e ira contenida.
—¿Qué significa esto? —fue lo único que pudo articular, su voz cargada de un desdén apenas disimulado.
Margaret, sin perder su sonrisa ante la desordenada presencia de su hijo, respondió con calma.
—Esta noche recibiremos al Duque Bertram del Norte. Es imperativo que esté impecable.
Carlier, cuyo rostro reflejaba una furia que luchaba por salir, replicó con un tono cortante.
—No me refiero a tu vanidad, madre. ¿Por qué Lisel fue convocada por él esta mañana?
Margaret dejó caer los vestidos sobre la cama, indiferente a las joyas que se dispersaron ante el contacto.
—El Duque propone explorar Whitestone, querido —dijo, acariciando la mejilla de Carlier con dulzura.
—Es un negocio que nos puede reportar grandes beneficios si se encuentran diamantes blancos en nuestra propiedad.
—¿Diamantes blancos en nuestra propiedad? —preguntó, su escepticismo luchaba contra la tentación de la riqueza prometida.
—Si tiene éxito, nuestra ganancia será sustancial, y si fracasa, no seremos nosotros quienes asumamos las pérdidas.
Carlier frunció el ceño, su impaciencia y rabia eran evidentes en su voz mientras inquiría, una vez más, sobre el tema que lo había hecho venir.
—¡¿Y qué tiene eso que ver con Lisel?! —exclamó, su paciencia llegando a su fin.
Margaret, con la serenidad que la caracterizaba, respondió con una calma calculada.
—El Duque ha solicitado que Lisel lo acompañe a Whitestone durante el primer año de la expedición.
La noticia golpeó a Carlier como un latigazo, y su rostro se transformó en una máscara de ira descontrolada.
—¡No! ¡No lo permitiré! —exclamó con furia.
Margaret intentó apaciguarlo, volviendo a tocar suavemente su mejilla. Carlier, con un rápido movimiento, apartó su mano con un gesto brusco.
—Ya he dicho que no permitiré que se vaya. ¡Basta de intentar alejarla de mí!
Margaret lo miró con comprensión, preparada para continuar su argumentación.
—Carlier, esto es lo mejor —dijo con voz suave.
—Tú mismo sabes del creciente interés del Príncipe Heredero por Lisel. ¿No crees que un año fuera de su vista hará que se olvide de ella? Seguramente posará sus ojos en otra dama para el matrimonio.
Al escuchar estas palabras, Carlier pareció encontrar un atisbo de calma en medio de su turbulencia emocional. La perspectiva de alejar a Lisel del Príncipe Heredero era un alivio para él.
—Además, el norte es extremadamente duro, especialmente en invierno. Cuando Lisel regrese, estará encantada de volver a su hogar —continuó Margaret con astucia.
Volviendo a posar su mano, ahora ligeramente enrojecida por el rechazo previo, sobre la mejilla de Carlier, Margaret se acercó a él con un gesto maternal.
—Ansiosa por regresar a ti —susurró con un tono que sugería una promesa implícita.
Carlier, aunque aún turbado por la noticia, no pudo evitar un destello de esperanza al imaginar el retorno de Lisel.
La idea de que el duro invierno del norte la hiciera sufrir y añorar su hogar junto a él, le brindó un cierto consuelo.
Margaret conocía demasiado bien a su hijo y sabía cómo manipularlo a su favor. Si ese ingrato se había enamorado de una zorra como Lisel, no podía hacer más que usar esa situación en beneficio propio.
Mientras Carlier siguiera desempeñando su papel de honorable caballero, leal soldado y futuro cabeza de familia, no le importaba que por las noches él se deleitara con lo que su familia Luton le proporcionaba.
La mente de Margaret solo ansiaba poder y control.
Carlier era una pieza más en su tablero. Un instrumento útil para mantener su posición y estatus.
Sus ojos fríos y calculadores observaban a su hijo, no con afecto, sino con la astucia de quien sabe manejar las piezas para su propio beneficio.
En el fondo, para Margaret, la lealtad de Carlier era solo un medio para un fin. Una forma de asegurarse de que sus ambiciones y deseos nunca se vieran obstaculizados.
—Cuando regrese, estará eternamente agradecida por el cálido hogar Luton —continuó Margaret, calculando cada palabra para asegurarse de que su hijo no vacilara en su decisión de permitir partir a Lisel.
—Y entonces, cuando el príncipe deje de reclamarla y ella esté firmemente bajo nuestro techo, tú, como señor de la familia Luton, serás el propietario de todo aquí.
—Cada silla y cada mesa, cada cuadro colgado en las paredes, cada alfombra bajo nuestros pies, cada lámpara que ilumina nuestras habitaciones, cada sirviente que se mueve por estos pasillos, y cada alma que reside en esta mansión, todo será tuyo.
El argumento de Margaret finalmente calmó a Carlier, cuya ira había desaparecido, dejando un semblante serio pero más sosegado.
—Promételo, madre —exigió Carlier, buscando una confirmación.
—Lo prometo, Carlier. Ella será tuya —afirmó Margaret con firmeza, antes de instar a su hijo a prepararse para la cena con el distinguido invitado de esa noche.