Es Tu Hijo

Pasaron unos momentos antes de que la atención de la chica se concentrará en la actividad de Owen. Pero poco a poco ambas dejaron de trabajar y se dedicaron a contemplarlo.

Con gran meticulosidad había separado las hojas de lechuga y sumergido en agua, una por una. Después de escudriñar cada hoja, en busca de imperfecciones, colocaba las que superaban el examen sobre una toalla y las acariciaba con cuidado.

Después ir yéndose sobre las puntas de los pies alcanzó el aceite y el vinagre. Unos segundos más tarde medía con presión científica los ingredientes, en un recipiente. Luego, levantó la mirada para ver a su fascinado público, y solicitó:

Necesito... No conozco la palabra en español para "garlic".

¿Moni?, Silvia miró interrogante a su hermana.

Todavía no hemos visto esa palabra, déjame buscarla.

Corrió a la sala en busca del diccionario. Se oyó el ruido de páginas que iban y venían con agitación, y al final un grito triunfal: "¡Ajo!".

¡Caracoles!, exclamó Paula, ¿vas a ser un chef de cocina inglesa cuando crezcas?

No, rebatió el chico, quiero ser doctor.

A toda prisa, Mónica buscó el ajo y un exprimidor.

¿A qué hora volverán?, quiso saber Silvia.

Bueno... mi papá está ejercitando el trote en la pista de la secundaria con la cabeza de pájaro de Demetrio. Llegará lo suficientemente tarde para no poder hacer su parte. Según el tránsito de la carretera, mi mamá tal vez esté aquí a eso de las siete.

Se sentirá muy emocionada cuando vea que hiciste ese pastel de carne para ella.

Owen, ¿podría pedirte que... pruebes la salsa?

¡Claro, Mónica!, se acercó al recipiente, mojó La cuchara de madera en el caldo y se la llevó a la boca.

Mmm, musitó suavemente, muy interesante.

Pero, ¿está buena?, ¿está buena?, insistió Mónica.

Soberbia, aduló el chico.

Era un triunfo de diplomacia internacional.

.

.

¿Ves ese muchacho fantástico? ¿No crees que es maravilloso? ¡Apenas puedo creer que sea mi hijo!

Mientras los dos padres daban vueltas a la pista de la secundaria, Demetrio no cesaba de llamar la atención sobre los talentos atléticos de su hijo. En ese momento, Raúl, el hijo de Demetrio, estaba en el campo interior, envuelto en escaramuzas deportivas con algunos titanes del fútbol, mayores que él.

Es discretamente bueno, concedió Octavio.

¿Bueno? ¡Saldaña!, ¡el muchacho es fantástico! Es ambidiestro. Ha aprendido todos los movimientos. Es un hecho que tiene madera de profesional, ¿no estás de acuerdo?

¡Ah, sí, claro!, convino Octavio.

Por otro lado, no quería decepcionar al amigo en los paternales vuelos de su fantasía. Además, en las piernas tenía todavía algunos moretones del choque con quien era el gran orgullo y satisfacción de Demetrio.

Después de todo, es mi negocio, siguió Demetrio. El chico es todo lo que yo no era. ¡Mira cómo se cuela entre las defensas!

¡Sí, ya veo!, otorgó Octavio, sin comprometerse a nada.

Deberías de dejar tu negocio de los supermercados y unirte a mí, esto es fantástico. Demetrio dirigió una fugaz mirada a su amigo y comprendió, el tono de su voz se volvió condescendiente. Bueno, pero tú sabes lo que haces. Y tú tienes tu propio negocio. Cambiando de tema, ¿sabes?, los deportes para mujeres están adquiriendo verdadera importancia...

¿De veras?

Si inscribes a tus hijas en algún programa, desde ahora, tendrán la oportunidad de gozar de becas atléticas. Tal vez pudiera ser una ayuda.

Ellas detestan deportes, Dem.

¿Y quién tiene la culpa?, protestó el abogado de los atletas, con un tono sutil de acusación en la voz.

Estudian ballet, replicó Octavio.

Bueno, es una gran preparación para el salto de altura. Yo creo que Mónica va a ser alta. Podría ser magnífica para esa clase de salto, Octavio.

¿Por qué no se lo propones, Dem?

No sé... Por alguna razón, ella piensa que yo soy un bufón. ¿No sabe que soy número uno en mi campo?

Sí, pero me imagino que está pasando por una etapa de antisaltos...

Haz que te escuche sentada, Octavio. Háblale antes de que sea demasiado tarde.

Siguieron tratando durante otros 800 metros. Su respiración, cada vez más afanosa, seguía marcada por las anhelantes aclamaciones de Demetrio. "¡Bravo!", "¡fantástico!", cada vez que Raúl hacía gala de estilo.

¡Bien logrado!, añadió Demetrio cuando llegaron a la meta y comenzaron a conversar.

Tú has de correr todo el año, Octavio. Me refiero al hecho de que no entiendo cómo diablos te conservas tan delgado.

Tengo muchas preocupaciones, contestó, y siguió caminando.

Los jugadores de fútbol se habían dispersado. Solo quedaba Raúl, que practicaba tiros a gol.

Demetrio podía concentrar ahora la atención en otras cosas, Se volvió hacia su amigo.

Por algún motivo te ves deprimido, Octavio.

No es nada, Demetrio.

De hecho, ahora que recuerdo, también Andrea se veía así ayer. Desde luego, supongo que todo anda bien entre ustedes, ¿o me equivoco?

Octavio no contestó.

Perdón, ¡qué pregunta más necia, Octavio! Yo sé que nunca hay nada malo entre ustedes.

Octavio lo miró fijamente.

Tengo que hablar con alguien, Demetrio.

¿Para qué estoy aquí?

¿Tienes cinco minutos?

¡Claro!, ¿quieres que nos sentemos en las gradas?

Sí.

Recogieron sus sudaderas, caminaron por entre las descartadas bancas de madera, subieron hasta la más alta y se sentaron.

Muy bien, muy, bien empezó Demetrio, ¿de qué diantres se trata?

Octavio estaba demasiado conturbado para comenzar desde el principio.

¿Recuerdas el chico inglés que traje hace unos días?

Sí, el de intercambio... ¡bien parecido!

Es mío.

¿Qué quieres decir?

Normalmente, Demetrio distaba mucho de ser una mente obtusa, pero algo en las entrañas le impidió entender la afirmación de su amigo.

Es hijo mío, repitió Octavio.

Demetrio se quedó boquiabierto.

¡Santo cielo!, ¿quieres decir que has estado engañando a Andrea todo este tiempo?

No, no. Esto sucedió hace 10 años. No fue ni siquiera un "amorío". Quiero decir, fue más que nada un desliz. La mujer murió el mes pasado. Fue entonces cuando tuve la primera noticia del niño.

¿Estás seguro de que es tuyo?

Sí.

¡Santo cielo!, reiteró Demetrio. ¡Oye!, ¿y cómo era ella?

Ni siquiera la recuerdo.

¡Jesucristo!, si yo tuviera un hijo con alguna mujer, no cabe la menor duda de que la recordaría muy bien.

Octavio empezó a explicar que en esos momentos no sabía lo que estaba haciendo. Pero esto le sonó inverosímil, incluso a él.

La existencia misma de Owen parecía desmentir las más vigorosas protestas de ignorancia.