— Seré directa, ¿quieres casarte conmigo? — fue la primera vez que vi sorpresa en su rostro. Bastian Chevalier no era cualquier hombre; era el archiduque de Terra Nova, un hombre sin escrúpulos que había sido viudo hacía años y no había vuelto a contraer nupcias, aunque gozaba de una mala reputación debido a que varias nobles intentaron ostentar el título de archiduquesa entrando a su cama, y ni así lo lograron, dejando al duque Chevalier con una terrible fama entre las jóvenes y damas de la alta sociedad.
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No hay hombre más adecuado en el imperio que el archiduque Chevalier.
Margaret tenía los nervios de punta; su padre la miraba con intriga. Ambos estaban en el recibidor cuando el mayordomo les avisó que el invitado había llegado. Grande fue la sorpresa del duque Vitaly al ver al archiduque Chevalier y tras de él, una caravana de cincuenta carruajes.
— Buenas noches, duque Vitaly. Mi presencia en su hogar se debe a que vengo a solicitar su aprobación para contraer nupcias con su preciada hija. Tras de mí está mi dote; espero que sea de su agrado, Lady Vitaly. — Por primera vez en la vida, el duque Vitaly vio al archiduque Chevalier tan formal. Observó el panorama con detenimiento; el hombre se había esforzado por tener su aprobación.
— Pasemos a cenar; será un tema que discutiremos después de cenar — Dijo el duque, adelantándose al comedor.
— My Lady, ¿me permite acompañarla? — El archiduque se estaba mostrando como Margaret lo había conocido en su pasado.
— Por supuesto, Excelencia, creo que ha dejado a mi padre sin palabras — Dijo Margaret con tranquilidad. Sabía que su padre estaba evaluando las ventajas y desventajas de dicho matrimonio.
Ambos continuaron el camino en silencio. Al llegar al comedor, la cena estaba servida; el duque estaba en la cabecera de la mesa, Margaret a su derecha y el archiduque Chevalier a su izquierda.
— Archiduque Chevalier, dígame, ¿cómo conoció a mi hija? — El duque lanzo la pregunta con intriga. Si algo es de conocimiento público, es que el archiduque llevaba quince años viudo y nunca quiso volverse a casar. Todos pensaban que era por el inmenso amor que le tenía a su difunta esposa, pero el padre de Margaret sabía la verdad, y eso lo dejó pensativo. Lo que realmente le preocupaba al duque era la exorbitante dote que el archiduque le entregó a Margaret; ni a la difunta le entregó algo tan magnífico.
— Todos tenemos conocimiento de la flor de la sociedad. Si bien no estuve presente el día que debutó en sociedad, la he visto varias veces en la corte. Su impresionante belleza y el hecho de estar dotada de tanta inteligencia hizo que se robara toda mi atención. Por eso, vengo a solicitar el permiso para casarme con ella.
— ¿No es mejor cortejar primero a mi hija? Es lo más adecuado — Dijo el duque con dureza.
— Comprenderá que, con mi reputación, puedo manchar la de Lady Margaret; es por eso que solicito de una vez el matrimonio. La celebración sería por todo lo alto en el castillo. —
El duque se quedó algo pensativo. Si bien el archiduque tenía razón, no quería pasar por alto los deseos de Margaret.
— Margaret, ¿qué piensas de la propuesta del archiduque? —
— No hay hombre más adecuado en el imperio que el archiduque Chevalier. Me siento completamente halagada, padre. Creo que sería mejor que su excelencia se encargue de los preparativos de la boda y que la identidad de la novia siga siendo una sorpresa; no queremos rumores malintencionados. —
— ¿Eso quiere decir que aceptas la propuesta de su excelencia?— Preguntó el duque con interés.
— Si cuento con la aprobación de mi padre, lo aceptaré con todo gusto. —Margaret miraba a su padre con ilusión; aunque no lo pareciera, para ella era muy importante su aprobación.
— Ultimare detalles con su excelencia, después de la cena.
La cena siguió con tranquilidad; los tres hablaban pacíficamente de diversos temas. Cuando la cena finalizó, el duque y el archiduque abandonaron el comedor para charlar animosamente en el estudio.
Al entrar, el duque le ofreció un trago al archiduque, y su característica sonrisa apacible cambió a una expresión severa.
— Algo que le prometí a mi difunta esposa fue siempre respetar las decisiones de Margaret. Sé que ella está interesada en usted; lo pude ver en su mirada. Solo le pido una cosa: ame y respete a mi hija. No me importa si tiene el apoyo del mismísimo rey; para mí, mi hija es mi mayor tesoro y su reputación lo precede.
— Sé a lo que se refiere. Mi anterior matrimonio fue pactado por el difunto rey; esa mujer nunca fue de mi interés. Le prometo que Lady Margaret tendrá todo mi apoyo y protección.
— Eso espero. Debo reconocer que se esmeró en la dote; eso dará que hablar en todo el imperio durante años.
— Más dará de qué hablar el anillo; propongo que la boda se haga en un mes.
— Seis, un mes es muy pronto.— Protesto el duque con enfado, no quería entrar a su princesa tan pronto.
— Cuatro, al ser de la realeza. Puedo acelerar todo el proceso. — El archiduque no quería ceder; quería casarse con Margaret lo antes posible.
— Me parece bien. Margaret quiere que seas el encargado de realizar todos los preparativos de la boda, desde la ceremonia hasta la fiesta que será en el palacio. No quiero que expongas a mi hija a ser atacada el día de su boda por tus enemigos.
— No se preocupe, estaremos cubiertos por mi batallón. No quiero que nadie arruine la boda. Margaret es mi más preciado tesoro.
— Eso espero.
Los hombres firmaron el compromiso entre ambas familias. Al salir, el archiduque se arrodilló ante Margaret, entregándole el anillo de compromiso.
—Lady Margaret Vitaly, te entrego este anillo que ha sido patrimonio de las emperatrices de este imperio por generaciones, como muestra de mi afecto. —A pesar de que no estaba enamorado de Margaret, sentía que esa joya le pertenecía. Margaret quedó fascinada; esa joya era patrimonio histórico del imperio.
El duque casi se desmaya al ver el anillo; esse anillo era más importante que la misma corona de la emperatriz, y era de conocimiento público que el anillo le fue entregado al archiduque por la emperatriz antes de morir, con la esperanza de que su matrimonio fuera igual de duradero que los cimientos del imperio. La archiduquesa murió y el anillo nunca había sido visto. Ya no le quedaban dudas de que ese sanguinario hombre estaba perdidamente interesado en su niña.