"Rosa Carmesí" ese era el nombre de la Novela que Sena Lee había leído una vez...
y en la que ahora esta...
Tras un accidente de su Universidad, Sena despertó como Henrietta Elinas de Firetz, la Madre de su Personaje Favorito, el Segundo Protagonista y Villano de Rosa Carmesí y a la cual le esperaba un destino terrible. No solo a ella, si no al Villano que tanto amaba.
Tras la poca información de su personaje en la novela original, lo único que le queda es averiguar por si misma sobre cual es si pasado y que llevo a su personaje Favorito ser el Villano de la historia para poder cambiar su destino y el de todos los que la rodean...
Para eso tendría que acercarse al personaje qué mejor le daría información, su Esposo el Gran Duque. Tras atravesar ciertos eventos y momentos, poco a poco comenzaría a descubrir el pasado qué tanto buscaba...
y quizás unos sentimientos qué no esperaba...
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CAPÍTULO 24.
R e i n h a r d...
La velada había comenzado con un bullicio constante, con nobles inundándonos de preguntas y cumplidos. Yo me mantuve firme al lado de Henrietta, asegurándome de que no se sintiera abrumada, como le había prometido. Cada comentario, cada mirada, cada frase dirigida hacia ella parecía un arma sutil, pero Henrietta se defendía con elegancia. Sin embargo, podía notar el peso del cansancio en sus ojos, incluso detrás del abanico que utilizaba para cubrir su expresión.
Finalmente, cuando la multitud comenzó a dispersarse, le sugerí descansar un momento. Al principio dudó, siempre tan consciente de las apariencias, pero aceptó después de que insistí. Mientras la veía alejarse, me aseguré de que estuviera en un lugar visible, en caso de que necesitara algo, y tras eso me dirigí hacia los tronos, deseoso de tomar un respiro también.
Con una copa de vino en mano, observaba la magnitud del salón: la opulencia de la decoración, el sonido de la música y las risas que llenaban el aire. Fue entonces cuando escuché la inconfundible voz de Leonard llamándome. Me giré para encontrarlo acercándose con una sonrisa fácil en su rostro, esa misma sonrisa que siempre había tenido desde jóvenes.
—¿Te estas divirtiendo?— Me preguntó con un tono ligero, pero con la mirada de quien siempre observa más allá de las palabras.
Incliné la cabeza ligeramente, mostrando respeto.
—Le...— Corregi rápidamente. —Su Majestad.
Leonard soltó un suspiro teatral y chasqueó la lengua.
—Rei, por favor. Sabes que no tienes que llamarme así cuando estamos solos.
Ese apodo… solo él podía usarlo con tanta naturalidad. Siempre me decía lo mismo, pero yo no podía evitar sentir que debía mantener las formalidades, incluso en momentos como este. Antes de que pudiera responder algo, Leonard continuó siguió hablando.
—He notado algo interesante— Su tono adquirió un matiz juguetón mientras tomaba un sorbo de su copa. —Parece que tú y la Cuñada han mejorado mucho su relación.
Mis ojos se abrieron ligeramente, y pude sentir cómo el calor subía a mi rostro. No sabía si era el vino o sus palabras, pero no podía evitarlo.
—¿Eso crees?— Respondí, tratando de mantener mi tono neutral, aunque sabía que mi sonrojo me delataba.
—Por supuesto que sí— Leonard sonrió con esa confianza suya, una que siempre lo hacía parecer más sabio de lo que admitía. —Tus sentimientos finalmente la alcanzaron, Rei. No sabes lo feliz que me hace ver eso.
Sus palabras fueron como una daga, pero no de dolor, sino de esperanza. A pesar de todo, aún me costaba aceptar la idea de que podía ser digno de esa felicidad.
—¿De verdad está bien que me sienta así?— Murmuré, desviando la mirada hacia el vino en mi copa. —¿Qué sienta que la maldición finalmente se ha roto y que podemos ser felices? Después de todo, fui yo quien…
Antes de que pudiera terminar, Leonard colocó una mano firme sobre mi hombro.
—Rei, el pasado no puede cambiarse, pero el futuro…— Sus ojos, tan llenos de convicción, se encontraron con los míos. —El futuro está en tus manos. Y ahora tienes una oportunidad única de construirlo, no solo para ti, sino para Henrietta y Hender. Deja que el pasado sea una lección, no una prisión.
Sus palabras resonaron profundamente en mi interior. Giré la cabeza hacia donde estaban nuestros hijos. Allí estaba Theodore, hablando con un grupo de niños, con esa madurez que siempre me asombraba. Más allá, Alissa charlaba animadamente con un grupo de niñas, irradiando la gracia y dulzura que había heredado de su madre. Y luego estaba Henderson… intentando escapar con evidente vergüenza de la hija del Conde Pernia, que no dejaba de perseguirlo mientras le hablaba con total entusiasmo.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro. Leonard tenía razón. Este era el futuro que quería construir: uno donde finalmente pudiéramos encontrar la felicidad y dejar atrás las sombras del pasado.
Justo cuando sentí que podía relajarme, una voz me sacó de mis pensamientos.
—Leo— Era Eli, quien se acercó elegantemente a nosotros. Su tono tenía un dejo de preocupación. —Parece que hay un grupo de nobles reunidos en un rincón. He escuchado que podría haber una pelea.
Mi cuerpo se tensó de inmediato. Miré hacia el lugar que Eli señaló y reconocí con rapidez el área. Era donde había visto a Henrietta dirigirse para descansar.
—Disculpen, debo ir a ver— Me giré hacia Leonard y Eliana, inclinando la cabeza brevemente antes de apresurarme hacia el tumulto.
Mi mente comenzó a llenarse de posibilidades mientras me acercaba. Hari… espero que estés bien.
H e n r i e t t a...
La mujer frente a mí era deslumbrante a su manera. Su cabello naranja cobrizo brillaba con una intensidad que recordaba al fuego de una puesta de sol. Era similar al de la Emperatriz Viuda, aunque su porte tenía un aire más arrogante, casi egocéntrico. Su piel pálida destacaba bajo la luz de las lámparas del salón, y cada movimiento suyo parecía calculado para enfatizar su elegancia. Sin embargo, había algo en su mirada, una chispa burlona que hacía evidente su desdén disfrazado de cortesía.
Su sonrisa se amplió mientras levantaba un abanico decorado con intrincados bordados dorados y lo utilizaba para cubrir la parte baja de su rostro. Su voz, dulce pero impregnada de sarcasmo, resonó frente a mí.
—Es un milagro verla aquí esta noche, Gran Duquesa— Su tono era tan ácido como elegante. —Habíamos comenzado a pensar que tal vez nunca volverías a los círculos sociales. Ya sabes… después de todo lo que sucedió.
Aunque hablaba directamente a mí, parecía estar más interesada en la reacción de los demás nobles cercanos. Sus palabras eran como flechas envenenadas, y aunque pretendía mantener mi expresión serena, sentí una punzada en mi pecho.
Mientras la mujer continuaba hablando con su tono burlón, intenté recordar quién era. En la mansión, Celia me había dado una extensa lección sobre los Nobles del imperio, mostrándome pinturas de cada uno y explicándome los nombres y títulos de cada Familia. Pero por más que intentaba ubicar su rostro, no encajaba con ninguna de las familias que había estudiado. Su identidad seguía siendo un misterio.
Fue entonces cuando Annalise, que había permanecido a mi lado todo este tiempo, dio un paso adelante. Con un movimiento grácil y lleno de confianza, me cubrió sutilmente, casi como si estuviera protegiéndome.
—Marquesa Viuda— Su voz era firme pero educada mientras inclinaba ligeramente la cabeza. —Ha pasado un tiempo.
La mujer, que ahora sabía que era una Marquesa, desvió su mirada hacia Annalise. El desdén en sus ojos era tan claro como el cristal, pero intentó suavizarlo con un saludo forzado.
—Condesa Annalise. Qué inesperado verla aquí— Su tono se tornó casi indiferente mientras movía su abanico con lentitud. —No pensé que se llevaría tan bien con la Gran Duquesa. Después de todo, es una figura… bueno, algo reservada en los círculos sociales.
Había algo afilado en sus palabras, como si buscara provocar una reacción. Annalise, sin embargo, no vaciló.
—Es cierto, Marquesa, hace tiempo que la Duquesa no asiste a eventos como este. Pero tengo el honor de decir que somos muy buenas amigas— Su sonrisa era impecable, y sus palabras, aunque suaves, parecían una respuesta cuidadosamente elaborada.
Una cálida sensación de gratitud me invadió. Annalise me estaba defendiendo de una manera que no había esperado, y su declaración no solo fortalecía nuestra amistad, sino que también me daba la confianza para enfrentarme a esta situación con dignidad.
Por un instante, vi cómo la Marquesa apretaba su abanico con fuerza, revelando una pequeña fisura en su fachada. Pero, ocultó rápidamente su molestia detrás de otra sonrisa.
—Ya veo— Su tono era apenas más suave, pero seguía cargado de condescendencia. Luego me miró de nuevo, inclinando ligeramente la cabeza. —Mis disculpas, Gran Duquesa. ¿Dónde están mis modales? Aunque ha pasado tiempo desde nuestro último encuentro, no puedo olvidar que ahora eres una figura de gran importancia. Déjame presentarme adecuadamente.
Dio un paso hacia adelante y se inclinó con una gracia estudiada, sus movimientos tan calculados como sus palabras.
—Mi nombre es Alice Ecklart de Flemur, Marquesa Viuda de uno de los seis Marquesados.
Su presentación fue formal, pero su tono seguía cargado de un aire superior. Mientras sus palabras resonaban en el aire, intenté procesar todo lo que acababa de suceder. Ahora sabía quién era, pero su comportamiento dejaba claro que esta interacción estaba lejos de ser amistosa.
Alice Ecklart de Flemur. Ahora su rostro estaba grabado en mi memoria, y algo en su mirada me decía que este encuentro sería solo el comienzo de una relación llena de tensión y sutilezas.
Tomé un respiro profundo y esbocé una sonrisa serena antes de inclinar ligeramente la cabeza en dirección a la Marquesa. Hable con un tono suave pero firme, que resonó con la suficiente claridad como para que los nobles que nos observaban alrededor pudieran escucharme.
—Es cierto, Marquesa Alice, ha pasado tiempo— Hice una pausa, manteniendo el contacto visual con ella. —Le ruego me disculpe. Después de tantos años, parece que he olvidado un rostro tan… peculiar como el suyo.
Mis palabras eran medidas, pero sentí un ligero escalofrío al ver cómo su sonrisa burlona titubeaba por un instante. Sus dedos apretaron el abanico con tanta fuerza que pude notar cómo se tensaban. A pesar de su evidente molestia, Alice no perdió la compostura y respondió con esa misma actitud de superioridad.
—Vaya, Henrietta, qué descaro— Su voz goteaba sarcasmo. —No olvides que, aunque nuestras posiciones hayan cambiado, originalmente eres solo la hija de un Marqués. Yo, en cambio, soy hija del Gran Duque.
El veneno en sus palabras era innegable, y aunque mi pulso se aceleró ligeramente, mantuve mi rostro neutral. Sin embargo, Annalise no tardó en intervenir con una calma impresionante.
—En efecto, Marquesa. Henrietta fue, en otro tiempo, la hija del Marqués Firetz. Pero ahora es distinto— Su mirada era tan firme como su tono. —Ella es la Gran Duquesa de Ruselford, mientras que usted sigue siendo… solo una Marquesa Viuda.
El rostro de Alice se tornó rojo de furia. Podía sentir cómo su rabia hervía bajo la superficie, pero estaba tan indignada que no pudo articular una respuesta inmediata. Su abanico dejó de moverse, y por primera vez desde que comenzó nuestra conversación, se quedó en silencio.
Annalise giró y con una sonrisa cálida, me miró a mí y a las demás nobles que estaban cerca.
—Gran Duquesa, Damas, tal vez sería mejor movernos a otro lugar. Parece que hemos atraído demasiada atención.
Asentí, agradecida por su intervención, y comencé a caminar con ella. El aire se sentía un poco más ligero ahora que nos alejábamos, pero antes de que pudiera dar más de unos pasos, la voz de Alice volvió a alzarse detrás de nosotros.
—No tienes vergüenza... ¡No tienes vergüenza!— Su tono era casi un grito, cargado de amargura. —¿Cómo te atreves a venir como si nada hubiera pasado? ¿Cómo te atreves a regresar después de lo que hiciste?
Mis pies vacilaron un momento, pero decidí ignorarla y seguir caminando. No quería darle el placer de una respuesta. Sin embargo, Alice no se detuvo.
—¿No tienes vergüenza, Henrietta?— Gritó. Su voz temblaba con una mezcla de ira y dolor. ¿No te sientes culpable? Si no hubiese sido por ti…
Apresuré el paso, deseando salir de su alcance, pero sus palabras atravesaron el aire como una flecha.
—Si no hubiese sido por ti, ¡Arthur no habría muerto!
Mis pasos se detuvieron de golpe, como si esas palabras hubieran echado raíces en mi pecho. Una oleada de dolor agudo se extendió por mi cabeza, como si algo dentro de mí intentara abrirse paso. Llevé ambas manos a mi cabeza, tratando de calmar el latido insistente que ahora resonaba en mi mente.
Detrás de mí, escuché la risa de Alice, una risa fría y cruel que parecía alimentarse de mi aparente vulnerabilidad.
—¿Lo ves?— Continuó mientras se acercaba. —Sabes que tengo razón. Deberías esconderte. Deberías sentir vergüenza después de haber causado la muerte de mi esposo.
Las palabras llegaron a mis oídos, pero eran como un eco lejano. El dolor en mi cabeza era cada vez más insoportable, nublando mis pensamientos y debilitando mis piernas. Luchaba por mantenerme de pie, pero mi cuerpo parecía estar cediendo.
Fue entonces cuando una voz firme y conocida rompió la tensión.
—Mi Señora.
Al alzar la vista, Reinhard apareció frente a mí, su rostro lleno de preocupación mientras me sostenía del brazo para evitar que cayera. Sus ojos se encontraron con los míos, y la calidez de su presencia fue suficiente para devolverme un poco de claridad.
—Estoy aquí. Todo está bien— Dijo en un tono bajo pero reconfortante mientras me ayudaba a incorporarme.
Aunque el dolor persistía, la seguridad en su mirada y el apoyo de su mano en mi espalda me ayudaron a recuperar la compostura. Sentí cómo los murmullos de los nobles a nuestro alrededor se intensificaban, pero en ese momento solo podía concentrarme en mantenerme de pie y no perderme en el abismo de lo que Alice había dicho.
R e i n h a r d...
La voz de Alice resonaba por el salón con una mezcla de odio y resentimiento, clara incluso entre el murmullo de los nobles que se habían congregado a su alrededor. Al escuchar sus gritos, sentí un escalofrío recorrerme. Maldije internamente mi descuido. Sabía que era sobrina de mi madre, la Emperatriz Viuda, pero era una de las últimas personas con la que Henrietta debía cruzarse.
Me apresuré entre la multitud, esquivando los cuerpos y las miradas curiosas de los nobles, esforzándome por llegar hasta Henrietta. Cuando finalmente logré abrirme paso, la vi. Estaba de pie, con las manos en la cabeza, claramente afectada por lo que Alice había dicho.
—¡Si no hubiese sido por ti, Arthur no habría muerto!— Gritó Alice con furia.
Henrietta temblaba, y su rostro reflejaba un dolor que me llenó de temor. Algo se estaba rompiendo dentro de ella, quizás eran los recuerdos que luchaban por volver.
—¡Mi Señora! —llamé con firmeza, alcanzándola y sosteniéndola antes de que pudiera caer. Mi mano se apoyó suavemente en su espalda, mientras la otra aseguraba su brazo.
Ella alzó la vista hacia mí, y vi en sus ojos no solo el dolor, sino también una confusión que me destrozó.
—Estoy aquí. Todo está bien— Le dije, con tono calmado, aunque mi corazón latía con fuerza.
Antes de que pudiera responder, Alice habló nuevamente.
—Gran Duque...— Dijo con un evidente nerviosismo.
Me volví hacia ella, sintiendo cómo mi expresión cambiaba. La frialdad en mi mirada hizo que retrocediera ligeramente.
—Marquesa Alice— La llame con voz gélida. —Se le advirtio que no causara disturbios.
Su rostro mostró una mezcla de vergüenza y nervios. Apretó el puño con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos.
—Lo sé— Respondió finalmente, su tono lleno de resentimiento. —Pero no habría sucedido si Henrietta no hubiese actuado de esa manera. Además, ¿con qué derecho me reclama? ¡Usted mismo es el responsable de la muerte de Arthur!
Su última frase salió como un grito, lleno de una amargura que hizo que el salón entero guardara silencio. Mi mandíbula se tensó, pero antes de que pudiera responder, otra voz fuerte y autoritaria se escuchó.
—¡Ya basta, Alice!
Levanté la mirada y la Emperatriz Viuda, avanzando entre la multitud. La dureza en sus ojos dejó claro que no toleraría más espectáculos.
Alice bajó la vista inmediatamente, y con un tono mucho más sumiso, dijo.
—Tía Emperatriz...
Mi madre no le prestó atención. En cambio, se colocó frente a nosotros para protegernos.
—Reinhard, lleva a Henrietta a otro lugar— Hablo firme al darme la orden. —Yo me encargaré de lidiar con esta sobrina mía.
Asentí, sin dudarlo.
—Sí, Madre.
Con cuidado, tomé a Henrietta y la alejé del salón.
Mientras caminábamos por los pasillos del palacio, noté cómo su respiración se volvía más pausada, pero aún parecía perdida en sus pensamientos. Busqué un lugar tranquilo y vi una banca junto a una fuente. La ayudé a sentarse allí, arrodillándome frente a ella para que nuestras miradas quedaran al mismo nivel.
—Hari— La llamé con suavidad, esperando que reaccionara.
Ella finalmente me miró, pero sus ojos estaban llenos de incertidumbre.
—Lo siento…— Murmuró, su voz temblando. —Otra vez causé problemas.
Negué con la cabeza, tomando su mano entre las mías.
—No tienes que disculparte. Alice no esta bien, mo hagas caso a lo que dijo.
Henrietta asintió débilmente, pero permaneció en silencio durante unos segundos antes de hablar nuevamente.
—Ese nombre…— Dijo, su voz apenas un susurro.
Un nudo de miedo se formó en mi pecho al saber a quien se refería.
—Olvídalo— Dije con firmeza, deseando protegerla de los fantasmas del pasado. —No es nadie.
Ella me miró, pareciendo dudar, pero finalmente asintió otra vez. Permanecimos en silencio por varios minutos. El sonido del agua de la fuente era lo único que rompía la quietud del lugar. Finalmente, ella respiró profundamente y habló.
—Ya estoy bien. Puedes regresar a la fiesta, Reinhard.
Negué de inmediato.
—No pienso dejarte sola.
Ella esbozó una leve sonrisa y negó con la cabeza.
—Por favor, ve. No quiero que Hender esté solo.
Eso me hizo detenerme. Aun así, me resultaba difícil apartarme de ella.
—Si eso te preocupa— Su voz me saco de mis pensamientos. —Ve por Hender y volvamos a nuestra habitación. Celebremos juntos, solo nosotros tres.
Me quedé en silencio, sopesando sus palabras. Finalmente, suspiré y me puse de pie.
—De acuerdo. Volveré pronto.
Antes de irme, la miré una última vez. Aunque parecía más tranquila, no podía evitar preocuparme. Mientras caminaba de regreso al salón, mi mente no podía dejar de pensar en Alice. Su furia era predecible, pero lo que realmente me inquietaba era otra posibilidad. Si ella había venido, había una gran probabilidad de que él también estuviera aquí.
No podía permitir que Henrietta enfrentara a esa persona sola. Debía regresar lo antes posible.
H e n r i e t t a...
El aire nocturno era fresco, pero no lograba calmar la inquietud que sentía. Mi mente era un remolino de pensamientos y emociones. Las palabras de Alice resonaban como un eco constante, perforando la calma que intentaba recuperar. "Si no hubiese sido por ti…" Ese nombre, ese dolor...
Cerré los ojos por un momento, intentando despejarme. No quería recordar. No ahora, no esta noche. Este día debía ser especial para Hender, debía ser un día feliz para los tres. Reinhard y yo habíamos tenido un gran avance, un avance que en mia primeros días en este mundo no creí que fuera posible. Pero esa sombra del pasado, siempre tan persistente, amenazaba con arrebatarme todo.
Abrí los ojos y fijé mi atención en las rosas que adornaban el jardín junto a la fuente. La luz de la luna bañaba sus pétalos, y el rojo intenso de las flores parecía transformarse en un tono más oscuro, casi carmesí. Era un espectáculo hermoso y melancólico, como si la naturaleza misma compartiera mis emociones.
Henderson...
Recordé a mi hijo con una sonrisa. Ahora que lo pensaba, aún no lo había felicitado adecuadamente. Ni siquiera había tenido la oportunidad de darle el regalo que le había preparado con tanto cuidado. La culpa se deslizó en mi pecho, pero también un deseo renovado de estar bien por él, de ser la madre que merecía.
Suspiré y cerré los ojos por un instante más. Quería que Reinhard regresara pronto, que me envolviera en su calma y fortaleza, que juntos superaramos esta tormenta. Lo necesitaba, pero no solo por mí, sino también por nuestro hijo.
Fue en ese momento que un sonido llamó mi atención.
El leve crujir de los arbustos cercanos interrumpió el silencio de la noche. Abrí los ojos de inmediato, y mi cuerpo se tensó mientras giraba la cabeza hacia el origen del ruido.
De entre los arbustos emergió un joven.
Mi respiración se detuvo por un instante. Su figura, bañada por la pálida luz de la luna, tenía una extraña familiaridad que no podía ignorar. Su cabello, sus facciones... algo en él hacía que mi corazón latiera con fuerza, pero no de miedo, sino de una inquietud distinta, más profunda.
Él se quedó quieto, mirándome. Sus ojos me estudiaban con una mezcla de tristeza y algo más, algo que no podía descifrar.
Y entonces habló.
—Hermana…
Esa única palabra me golpeó como un rayo.
CONTINUARÁ...
es un alma del futuro
tiene algo que ver con su actual reencarnación??
que caray
recuerda que perdiste la memoria
por lo menis ponte a leer caray
Autora felicidades me gusta tu novela