La banda del sur, un grupo criminal que somete a los habitantes de una región abandonada por el estado, hace de las suyas creyéndose los amos de este mundo.
sin embargo, ¡aparecieron un grupo de militares intentando liberar estas tierras! Desafiando la autoridad de la banda del sur comenzando una dualidad.
Máximo un chico común y normal, queda atrapado en medio de estas dos organizaciones, cayendo victima de la guerra por el control territorial. el deberá escoger con cuidado cada decisión que tome.
¿como Maximo resolverá su situación, podrá sobrevivir?
en este mundo, quien tome el poder controlara las vidas de los demás. Máximo es uno entre cien de los que intenta mejorar su vida, se vale usar todo tipo de estrategias para tener poder en este mundo.
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parte 10. la condena de muerte.
El día comenzó como cualquier otro, con el grupo ajustándose a la rutina, un flujo familiar de movimientos y miradas. Sin embargo, al filo de las 9 de la mañana, el silencio se rompió cuando Raphael, con su tono autoritario, cortó el aire.
—¡Escuadra! ¡Adecuación! ¡Escuadra! ¡TENDERSE! —su voz, aguda y clara, obligó al grupo a caer al suelo sin titubeos.
El sonido de los cuerpos tocando el suelo se desvaneció rápidamente. La mayoría asumió que era un ejercicio rutinario, la misma vieja prueba matutina, pero la atmósfera se espesó cuando Raphael desenfundó su pistola con una rapidez casi predatoria y la apuntó directamente a la cabeza de Máximo.
Un murmullo ahogado se deslizó por la formación, pero nadie se movió. El silencio era espeso, más pesado que cualquier comando. Ni una mirada de sorpresa o desconfianza, solo la expectante quietud de quienes sabían que algo más estaba sucediendo, pero no podían anticiparlo. Antes de que alguien pudiera procesar la amenaza, Cristóbal apareció de la nada, como una sombra, tomando las manos de Máximo y asegurándolas con cuerdas, tirando de ellas hasta que un crujido sordo resonó en el aire.
—¿Así que querías desertar, eh, Máximo? —la voz de Raphael flotó, fría, mientras volvía a guardar la pistola con una calma perturbadora.
El hombre, aún en el suelo, no entendía lo que ocurría. Su mirada se barrió por el terreno, buscando respuestas entre los rostros impasibles de los demás. Y fue en ese instante, cuando sus ojos se encontraron con los de Aurora. Ella no se movió, solo dejó caer una sonrisa diminuta, tan leve que podría haber sido un espejismo, pero lo suficiente como para congelarlo por completo.
—Todo esto es obra suya —pensó, sintiendo cómo una furia corrosiva comenzaba a hervir en su pecho, mezclada con una creciente confusión.
Raphael se adelantó, girando hacia el resto de la escuadra, su tono implacable.
—Si ya huyó de la banda del sur, ¿qué nos hace pensar que no lo intentará aquí?
Con una orden precisa, disolvió la formación con el mismo ritmo metódico de siempre.
—¡Escuadra! ¡Adecuación! ¡Escuadra! ¡RETIRARSE!
Mientras los demás se dispersaban como figuras silenciosas bajo el sol creciente, Cristóbal no se apartaba de Máximo. Continuó ajustando las cuerdas alrededor de sus muñecas, murmurando palabras que no necesitaban ser oídas para transmitir su desprecio. Lo arrastraron bajo la sombra de un árbol cercano, sus pasos resonando en la tierra seca mientras lo colocaban allí, inmovilizado y vulnerable, como si fuera un criminal detenido, no un compañero.
Cristóbal se inclinó hacia él, sus ojos brillando con furia. Su aliento caliente chocó contra la cara de Máximo, como si cada palabra que saliera de su boca fuera un golpe.
—¡Qué estúpido! Decirle a Aurora que escapara contigo fue una pésima idea, ¡cabrón!
Máximo, confundido y atrapado en la maraña de sus pensamientos, intentó defenderse, pero su voz salió quebrada por la furia y la impotencia.
—¡Otra vez estoy amarrado! ¡Carajo, todo esto es mentira! ¡Aurora está inventando todo! —gritó, sus manos retorcidas en las cuerdas que lo ataban.
Pero Cristóbal no escuchó, ya estaba más allá de la razón. El odio en su rostro era palpable, casi tangible.
—¡Cállate! ¿Por qué mi hermana huiría contigo, imbécil? —las palabras salieron con una violencia contenida, y sus ojos destellaron con una rabia que hizo que el aire se volviera espeso.
La palabra "hermana" se coló en la mente de Máximo como un eco distante, resonando más fuerte que cualquier otro sonido.
—¿Hermana? —musitó, en un susurro que apenas rompió el silencio, procesando el golpe que acababa de recibir.
Las piezas comenzaron a encajar, una tras otra. Aurora no solo lo había traicionado, sino que tenía aliados mucho más cercanos de lo que él había imaginado. Mientras su mente trataba de reconstruir los pedazos de lo que creía saber, Raphael seguía intentando contactar a Elías. Su voz se alzó una vez más en la quietud.
—¡Hola! Viejito, viejito, ¿me copia? —repitió varias veces, la frustración comenzando a marcar su tono.
Finalmente, tiró el radio con un gesto brusco, resignado, y se volvió hacia el grupo.
—Mañana daremos parte de lo ocurrido. Por ahora, mantendremos vigilado a este traidor.
La noche llegó, cubriéndolo todo con su manto de incertidumbre. Máximo observaba cómo las sombras se alargaban, el aire frío llenándolo de una inquietante quietud. Fue entonces cuando sintió una presencia a sus espaldas, ligera como un suspiro. Sin que nadie lo viera, Aurora se agachó junto a él, su rostro iluminado por una sonrisa que no prometía nada bueno.
—¿Cómo se siente ser un corderito atado, Máximo? —su voz era suave, casi melosa, mientras sus dedos tocaban su rostro de una forma que no tenía nada de tierna.
Máximo la miró con una rabia contenida, los músculos de su cuello tensos, las muñecas golpeando contra las cuerdas.
—¿Por qué haces esto? —la pregunta salió con dificultad, su tono impregnado de impotencia y furia.
Aurora, sin dejar de sonreír, inclinó la cabeza con desdén, disfrutando de cada segundo.
—Porque puedo, Máximo. Y porque alguien como tú nunca debería olvidar su lugar.
La sonrisa de Aurora se estiró aún más, una sonrisa tan fría como la noche misma. Dio un paso más cerca, sus ojos se clavaron en los de Máximo, sin un ápice de arrepentimiento.
—¡Discúlpame, Maximo! No podía dejar que Raphael se enterara de lo que intentamos anoche —su voz se deslizó como un veneno, burla pura en cada palabra, mientras sus ojos recorrían su cuerpo atado.
Máximo, sintiendo el peso de la desesperación hundirse en su pecho, trató de liberarse, pero las cuerdas mordían su piel, y el dolor de las muñecas era como un fuego lento.
—¡¿Por qué carajos me hiciste esto?! —gritó, su voz cargada de furia, pero también de una desolación amarga. Sus palabras se estrellaron contra el aire, sin dejar huella.
Aurora lo observó sin apartar la mirada, su sonrisa aún más siniestra que antes, como si disfrutara del espectáculo.
—¡No puedo hacer eso! —respondió Aurora, la diversión clara en su tono, como si cada palabra fuera una burla que acariciaba las heridas de Máximo—. Raphael ya está comunicándose para informar de esto. Es probable que te ejecuten como desertor.
El deleite de Aurora era tan palpable que se podía sentir en el aire. Se quedó ahí, mirándolo con una sonrisa que apenas disimulaba la satisfacción de ver cómo la angustia de Máximo lo quebraba lentamente, como si él fuera solo un peón en su juego.
Máximo, al borde del colapso, respiró entrecortado, sus palabras saliendo rasposas, apenas una súplica que se ahogaba en la desesperación.
—Nunca diría nada de lo que pasó... ¡pero ayúdame! ¡Diles que soy inocente! ¡Ayúdame!
Aurora no respondió. Su rostro permaneció tan impenetrable como una pared, y la risa que había llenado el aire se desvaneció, dejando un eco frío y vacío. No hizo ningún movimiento, y con una mirada que decía más que mil palabras, se dio media vuelta, alejándose con pasos firmes y decididos.
—¡Aurora, no! ¡Ayúdame! —gritó, pero su voz se apagó en el viento, casi inaudible ante la indiferencia que ella le ofreció como una sentencia.
Máximo se quedó allí, los ojos vacíos, su cuerpo tenso, atado y vulnerable. La desolación lo envolvía como una niebla densa. Solo el silencio de la tarde le respondía, con el crujido lejano de sus muñecas bajo el peso de las cuerdas, el dolor punzante recorriéndole la piel como una quemadura lenta. La traición de Aurora lo carcomía por dentro, y su mente, sobrecargada, intentó comprender lo que había sucedido. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Por qué? La vida, que antes había sido una serie de elecciones y caminos, ahora le parecía una cruel burla, una trampa que lo había llevado a este momento.
Con un suspiro derrotado, sus pensamientos se convirtieron en maldiciones susurradas, maldiciendo todo: su destino, haber confiado en Aurora, el giro en su vida que lo había dejado allí, solo y roto.
En la tarde, los pasos se acercaron, pero Máximo no los oyó. La desesperación lo había sumido en una niebla densa que lo aislaba de todo, dejándolo atrapado en sus propios pensamientos. Mientras tanto, un hombre se acercaba al campamento, su paso calculado, como un depredador que se mueve en la oscuridad, implacable. No hizo ruido al acercarse. Cuando llegó frente a Raphael, se detuvo sin mostrar prisa, su mirada fija y segura.
—Vengo de parte de Elías —dijo, su voz grave y firme, como un peso que caía sobre la escena, con la certeza de quien ya conoce el desenlace.
Raphael levantó la mirada de su radio, pero su expresión no cambió, como si la aparición de este hombre no fuera más que un capítulo más en una historia que ya había vivido.
—¡Frank! ¿Qué noticias me traes? —preguntó, la tensión en su voz apenas disimulada, como si supiera que algo mucho mayor estaba en juego.
—¡Las mismas de siempre! —respondió Frank, su voz llena de calma, pero con un tono que no permitía lugar a dudas, como si estuviera acostumbrado a hablar de vidas y muertes con la misma indiferencia con la que se habla del clima—. La banda del sur está atacando nuestras posiciones a distancia, usando morteros y ametralladoras.
A pesar de la amenaza inminente que pendía sobre ellos, Frank mantenía una calma inquietante, su rostro impasible, como si la tormenta que se avecinaba fuera solo una brisa leve. Raphael, en cambio, sentía el peso de la tensión presionando contra su pecho, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso.
Raphael —Estuve llamando por radio, y nadie me contestó. No sabía qué estaba pasando… —su voz tembló ligeramente, delatando la frustración que lo quemaba por dentro, esa sensación de estar perdido en medio de una niebla impenetrable.
Frank —Están ocupados con las investigaciones y las fronteras, por eso nadie te respondió. —Frank dijo esto con una indiferencia tan palpable que hizo que la impotencia de Raphael se intensificara aún más, como si las palabras de Frank no tuvieran peso en el mundo real—. ¡Ah! —añadió, como si nada de esto fuera importante—. Por cierto, vengo por uno de tus cursantes, un novato. Necesito que me lo entregues. Orden directa de Elías.
El nombre de Elías cayó en la conversación con el peso de una sentencia. Raphael sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral, esa sensación de estar nuevamente bajo la mirada del hombre que lo controlaba desde las sombras. El aire en torno a él se volvió más frío.
Raphael —En este momento tengo un problema bastante grande —dijo, las palabras saliendo con dificultad, como si el solo hecho de decirlas le costara—. Uno de mis cursantes intentó escapar. Necesito saber si Elías va a darme la orden de ejecutarlo.
Frank —¡No me importa esa mierda! —Frank lo cortó, su tono tan afilado que Raphael sintió un nudo en el estómago. La mirada que le dio era implacable, fría como el acero, como si ya hubiera decidido el destino de todos, y Raphael no tuviera voz en ello—. Solo vengo por el novato, el tal Máximo. Me lo llevaré, sin excusas.
La incomodidad se instaló en el pecho de Raphael como una presión insoportable. No podía evitar sentir cómo la situación se desbordaba, cómo las palabras de Frank lo arrastraban sin remedio. Quería encontrar una salida, un resquicio de control, pero la impaciencia de Frank era como una fuerza arrolladora que no dejaba espacio a la duda. La batalla interna de Raphael era visible en sus ojos, pero la determinación de Frank lo eclipsaba todo.
La expresión en el rostro de Raphael era un espejo de desdén, sus labios apretados en una línea tensa, como si cada palabra que estaba a punto de decir le costara un esfuerzo monumental.
Raphael —Es Máximo quien está retenido, porque intentó desertar y, sin vergüenza, invitó a mi amante a huir con él. Déjame explicarte lo que pasó… —las palabras salieron de su boca arrastradas por el peso de un resentimiento creciente, como si la verdad se le estuviera escapando y, al mismo tiempo, la situación se desbordara a su alrededor.
Mientras Raphael relataba los hechos con detalles excesivos, tratando de exponer su versión, Frank no mostraba reacción. Su rostro estaba impasible, y su mirada se mantenía fría e inquebrantable, lo que hacía que Raphael sintiera un nudo en el estómago, como si estuviera hablando a una pared, sin que sus palabras tuvieran ningún impacto.
Frank —Según lo que dices, no verificaste si la información en contra de Máximo era sólida. —La calma en su voz contrastaba con la acidez de sus palabras, y un destello de juicio cruzó sus ojos—. No mencionas un testigo, ni siquiera que hayas hablado personalmente con el acusado. Te dejaste arrastrar por lo que decía tu amante... y no tomaste la precaución de confirmar si realmente era cierto.
Las palabras de Frank cayeron sobre Raphael como un peso invisible. Cada una de ellas fue un pinchazo directo en su orgullo. La sensación de haber cometido un error se instaló en su pecho, como si el control que había intentado mantener se le escapara entre los dedos. El silencio que siguió fue pesado, lleno de una tensión palpable que ninguno de los dos se atrevió a romper de inmediato. El aire se volvió espeso, y la desconfianza que se gestaba entre ellos parecía tener una vida propia, creciendo lentamente, observándolos desde las sombras de sus pensamientos.