Cristina es una excéntrica chica cuya carrera musical fue vetada por Mireya Carmona la hija del presidente del país y que se encuentra en medio de una situación difícil debido a una mala decisión que tomo, Cristina debe encontrar su camino para alcanzar sus sueños y su felicidad
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Capítulo XXIV: CRISS
A Cristina siempre le habían parecido atractivos los tatuajes, aunque nunca se había atrevido a hacerse uno. Un día, con timidez, se lo confesó a Leo. Él, sin dudar, le dijo que conocía a un artista de confianza, pero que solo la llevaría si su abuela lo autorizaba.
Laura, como era de esperarse, se mostró reacia al principio. Pero al ver la emoción genuina en el rostro de su nieta —y con la seguridad de que Leo estaría con ella— terminó por dar su aprobación.
Llegaron al estudio, nerviosos y entusiasmados. Revisaron varias opciones, hasta que, por pura coincidencia, se detuvieron en el mismo diseño. Cristina eligió el hombro izquierdo. Leo pidió que lo hicieran en el derecho. Y cuando se reencontraron al salir de las cabinas, estallaron en carcajadas al descubrir que llevaban exactamente el mismo tatuaje.
—Luce muy bien en ti, Criss —dijo Leo, mirándola con una mezcla de orgullo y afecto.
—Y a ti te queda perfecto, Leo —respondió ella, tocándose el hombro con una sonrisa luminosa.
Aunque aún intentaban mantener distancia, su cercanía crecía a pasos que ya no podían ocultar. La conexión entre ambos era inexplicable. Leo lo sabía: si Cristina fuera mayor, si él tuviera más control sobre su vida, probablemente le pediría que se fueran juntos. Pero ella aún era muy joven… y él, a pesar de lo que aparentaba, no podía ofrecerle mucho. Todo lo que tenía le pertenecía, en realidad, a sus padres. Y una relación a distancia, lo sabía, los desgastaría.
Por su parte, Gustavo seguía navegando su propia contradicción. Aun en pausa con Grecia, buscaba cada vez más a Cristina. Salían a veces, compartían charlas largas. Al inicio intentaba simplemente ser amable. Pero con el tiempo tuvo que admitirlo: más allá de su estética gótica, Cristina era una chica culta, brillante y con un sentido del humor encantador. Lo más inesperado era cuánto lo hacía sentir visto y comprendido… aunque nunca llegara a aceptarlo del todo.
Su padre no lo toleraba.
—No me agrada que seas tan cercano a esa bastarda. Y encima mira cómo se viste —le repetía con desprecio.
Gustavo no quería a Cristina como novia. Lo sabía. No porque ella no fuera hermosa —porque lo era, y lo reconocía— sino porque había algo en él que lo bloqueaba. Sus sentimientos hacia ella eran más fraternales que románticos. Pero no era lo suficientemente honesto consigo mismo como para admitirlo. Así que celaba a Leo. Y lo hacía desde la sombra, con una mezcla de miedo y egoísmo, porque sabía que estaba perdiendo a alguien valioso.
Leo y Cristina coincidían únicamente en el club de música. Pero en ese espacio, el tiempo se suspendía. En medio de ensayos y partituras, se trataban con un cariño casi palpable. Muchos pensaban que eran pareja, y no los culpaban: era difícil creer que entre ellos no hubiera algo más.
Leo, una noche, recordó lo mucho que se habían reído aquel día del tatuaje. Volvió al estudio solo, con una idea clara. Y allí, cerca del primer diseño que compartían, pidió que le tatuaran una palabra más. Una sola.
"Criss."
Cada grado tenía su propio horario para educación física, así que era poco común que alumnos de cuarto y quinto coincidieran en los vestuarios. Pero aquel día, por pura casualidad, Leo llegó tarde a su clase y se estaba cambiando cuando Gustavo también se encontraba allí.
Leo, sin camisa, dejaba ver varios tatuajes que no sorprendían a nadie: formaban parte de su estilo rebelde. Sin embargo, hubo uno que hizo que Gustavo frunciera el ceño: en su hombro derecho, se leía claramente una palabra:Criss.
—¿Hay algún problema? —preguntó Leo sin mirarlo, sintiendo la mirada clavada en su piel.
—Ninguno —contestó Gustavo con los dientes apretados.
Pero al segundo siguiente, Leo no supo de dónde vino el golpe. Gustavo se le lanzó encima con furia, y comenzaron a forcejear. Por suerte, Luis Arturo estaba cerca y los separó antes de que alguien más los viera.
—¡Cálmense! Si el profesor se entera, los van a suspender —advirtió, colocándose entre ambos.
—Escúchame bien, pandillero —escupió Gustavo, fuera de sí—. Ella es mía. Y de nadie más.
—Si fuera “tuya”, como dices, no estarías aquí haciendo una rabieta —replicó Leo con desprecio—. Tienes suerte de que esté tu amigo presente, porque si no, te juro que te parto la cara, niño bonito.
Leo sabía perfectamente que, desde su secuestro, Luis Arturo practicaba krav maga como parte de su recuperación y no iba a arriesgarse a pelear en desventaja.
Salió del vestuario furioso. No entendía qué le pasaba a Gustavo, si él y Cristina solo eran “amigos”… ¿Por qué ese arranque de celos? Sí, es cierto: volvió al estudio de tatuajes para agregar su nombre al diseño que compartían, pero eso era algo íntimo. Privado. Nadie más tenía por qué saberlo.
Aun así, ver su vínculo reducido a un pretexto para una pelea ridícula le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Pasaron dos meses marcados por la concentración y el silencio emocional. Todos estaban enfocados en sus estudios. Leo, por su parte, decidió darles una oportunidad a los músicos que había conocido en el festival. Se adaptaban a lo que buscaba y, sobre todo, entendían que en su país no tendrían futuro: estaban asociados con el grupo clandestino de resistencia conocido como Los Vigilantes, lo que los ponía en la mira del gobierno de Carmona.
Gustavo también se sumergió en sus estudios. Deseaba ingresar a la Facultad de Ciencias Económicas, pero la presión en casa era insoportable. Cristina, en cambio, se sentía perdida. Ninguna carrera le parecía interesante. Había descartado la música, no por falta de amor, sino porque Mireya Carmona le había cerrado todas las puertas. Y su padre, Cristian, los había dejado sin respaldo económico.
En el club de música se respiraba preocupación: varios de sus miembros más veteranos estaban por graduarse. Esa última presentación sería también la despedida de Leo.
Tras aclarar los malentendidos, Leo y Cristina habían vuelto a hablar. Aunque evitaban tocar ciertos temas, su amistad se había reactivado, y Leo buscaba pasar el mayor tiempo posible con ella. Sabía que, en poco tiempo, su mundo cambiaría para siempre.
El último día de clases se celebró la presentación de fin de curso del club de música. Fue inolvidable. Algunos lloraron durante la función, convencidos de que nunca volverían a ver algo así. Esa misma noche se celebró el acto de grado de quinto año.
—Felicitaciones, Leo.
—Gracias, Criss.
Durante la ceremonia, a los graduandos les entregaron una medalla con su nombre. Leo, sin pensarlo dos veces, se la dio a Cristina.
—¿Por qué me la das?
—Para que siempre me recuerdes, Criss.
Ella sonrió, lo abrazó… y luego se marchó sin decir nada más. Leo se quedó allí, parado, con la medalla en las manos de ella y una tristeza pesada en el pecho.
Los alumnos de quinto año organizaron una fiesta de graduación a la que también invitaron a los de cuarto. Gustavo invitó personalmente a Cristina. Esa noche, le dijo, esperaba una respuesta a su propuesta.
Cristina, tras pensarlo mucho, finalmente aceptó.
Gustavo llevaba meses separado de Grecia, parecía haber cambiado… y Leo, al fin y al cabo, se iba. Solo la veía como una amiga, o al menos eso le demostraba.
Gabriela, sin embargo, le pidió que no se dejara engañar por las apariencias. Le aseguró que su hermano aún se veía con Grecia con cierta frecuencia. Pero Cristina… necesitaba convencerse de que estaba eligiendo bien. O, tal vez, necesitaba dejar de esperar algo que ya no estaba segura de merecer.
Cristina eligió con cuidado su atuendo para la fiesta de graduación. Se puso un vestido gótico de tirantes, negro como la noche, que dejaba ver el tatuaje que tanto significaba para ella. Aunque era bajita, rechazaba el uso de tacones, así que optó por unas zapatillas que combinaban a la perfección con su estilo. Llevaba el cabello suelto y el maquillaje acorde: sobrio, elegante, con ese aire misterioso que la hacía única.
Estaba hermosa. Aunque su estética era excéntrica para algunos, en ella todo tenía una coherencia fascinante.
Esperó a Gustavo en la entrada de su casa, como habían acordado.
Cuando él la vio, se detuvo unos segundos. Al principio, no dijo nada. De hecho, algo en él pareció reconocer que el vestido le quedaba increíble. Pero entonces… lo vio. El tatuaje en su hombro izquierdo. El mismo que Leo llevaba, pero del lado contrario.
Y estalló.
—¡No puedo ir a la fiesta contigo, viéndote así! —gritó, con los ojos encendidos de rabia.
—¿Qué tengo de malo, Gustavo? —preguntó Cristina, desconcertada, sin entender la explosión.
—Te ves horrible, Cristina. Me avergüenzas —escupió, con una furia que le heló la sangre.
Sin esperar respuesta, se dio media vuelta y se fue, dejándola sola en la entrada. Cristina, humillada, se quedó inmóvil por unos segundos. Luego, sin poder contenerse, rompió en llanto.
Y lo peor de todo: ni siquiera podía consolarse pensando que él no sabía lo que hacía. Porque sabía muy bien lo que decía. Porque no era la primera vez. Porque había límites que, cuando se cruzan… ya no se puede volver atrás.
Gustavo, además, ni siquiera tenía permitido entrar en esa casa, y ahora, ni en su vida debería tener un espacio.
o sea que siempre están en condiciones de violencia, maltrato e injusticia??? ya sobrepasa la inmoralidad y la ignorancia de los ciudadanos, así sea los que más tienen dinero... ya que son los que mantienen al país y a su presidente!!!! 🥱🤢🤮