Ella tiene miedo de la atracción que siente por el joven con el que durmió una sola noche, él hará lo posible por repetir la experiencia con la hermosa maestra de su hermanita.
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Creando una ilusión
—Se que dijiste que no habría nada entre nosotros —dijo Leonardo una vez que estuvieron solos —es solo que parecía que necesitabas ayuda.
En realidad Leonardo no soporto el ver a ese tal Rubén tan cerca de ella, devorándola con los ojos de forma descarada. Tenía ganas de romperle la cara. La preocupación por la ventaja que ese hombre pudiera tener sobre él volvió, como el día de la lluvia cuando lo vio acercarse con confianza le hizo pensar que quizás a Gabriela el tipo no le era del todo indiferente. Su primer impulso fue arriesgarse a ser rechazado de nuevo acercándose para interrumpir lo que fuera que estuviera pasando entre ellos.
—Te lo agradezco.
Gabriela bajó la vista tan rápido que Leonardo temió que se hubiera equivocado al creer que ella podía sentir algo por él.
—Quizás el beso que nos dimos ayer no significó gran cosa para ti —dijo sin titubeos, Leonardo podía ser un tipo poco sociable y de poca conversación (aburrido es como solían decirle Mario y también Bruno) pero solía ser un hombre seguro de sí mismo y de lo que quería y por Dios que él quería a esa mujer, tanto en su cama como en cada aspecto de su vida, sin importar que fuera mayor o menor que él —pero quiero que entiendas que lo que te dije es verdad. Estoy enamorado de tí.
—Leonardo —le llamó antes de que saliera del salón. Leonardo retrocedió unos pasos y se dió la vuelta sin darse cuenta que ella estaba detrás suyo.
—Quedamos en que solo Leo.
—dijo quedando a solo unos centímetros de su rostro.
Gabriela retrocedió dos pasos y logró recomponerse del calor tan agradable que emanaba el cuerpo de ese hombre y la envolvía como una manta suave y confortable.
—Bien, solo Leo. No es que ese beso no signifique nada para mí —Gabriela lamentó que sus palabras confirmarán lo que ella trataba de ocultar, que ese beso había sido tan importante como el hecho de que estaba perdidamente enamorada —. Es solo qué…
—Gaby —interrumpió Leonardo aprovechándose de la corta distancia entre ambos. Gabriela sintió un escalofrío por su espalda cuando él levantó su rostro con dos dedos sobre su barbilla —no creo que vaya a poder resistir tenerte cerca sin tocarte, sobre todo cuando conozco el sabor de tu piel.
—Estás consciente de lo que me estás diciendo —dijo arrastrando las palabras, el aire no llegaba a sus pulmones, al menos no el suficiente —Soy una mujer mucho mayor que tú, divorciada y con un hijo; y tú… ¿cuántos años tienes en realidad? ¿Veintitrés, veinticuatro?
Leonardo sonrió de lado cepillando con su pulgar la barbilla de ella, tentado a continuar el camino por su cuello y luego… de repente su mano se posó extendida sobre su mejilla sonrojada y de manera inconsciente Gabriela se frotó contra esa mano apreciando el contacto, las manos de Leonardo no eran ásperas pero si grandes y fuertes.
—De verdad te importa tanto la edad, soy un hombre adulto que no tiene que rendir cuentas a nadie, que importa si tuviera veinte años o cincuenta.
—A mi me importa, ¿no has pensado que podría ser tu madre?
—Por supuesto que no —la risa de Leonardo era armoniosa de un tono grave y agradable —tengo veintisiete ya que tanto te importa y el próximo mes cumplo veintiocho, lo digo por si quisieras regalarme algo.
Gabriela no pudo evitar sonreír y tuvo una leve sensación de consuelo y alivio, al menos no era tan joven como ella había creído, aún así seguía siendo más de diez años menor que ella. El cosquilleo en su estómago se volvió más intenso a medida que Leonardo acortaba la distancia, sus labios se unirían de nuevo y ella no podía ni tenía la intención de resistirse.
—¡Buenos días, maestra Gaby!
Los reflejos de Leonardo los habían salvado de ser descubiertos por esas dos niñas, Zoé y Lizbeth que parecieron no haberse dado cuenta lo que ocurría entre ambos maestros; cuando ellas los voltearon a ver Leonardo ya estaba por lo menos tres pasos alejado de ella pasando su mano por detrás de su cabeza en una actitud casual.
—Buenos días, maestro Leo.
—Remember, girls. You have to say it in English —dijo él con la sola intención de distraer a las niñas —Tienen qué decirlo en inglés.
Ambas niñas se miraron una a otra por un instante, tiempo que Gabriela aprovechó para recomponerse y volver a su escritorio; otros niños comenzaban a llegar, pronto el salón de clases estaba lleno
—Bien repitan todos juntos —dijo Leonardo dirigiéndose a los niños pero lanzando una mirada discreta hacia Gabriela.
—Good morning, teacher Leo —corearon los chicos estando de pie, entre ellos Nicolle que sonreía burlona mientras Leonardo hacía un gesto de aprobación a los alumnos.
—Muy bien, chicos. Maestra Gaby, me retiró. Nos vemos en el desayuno.
Gabriela no respondió, solo movió la cabeza de forma afirmativa y lo vio salir por la puerta, de alguna manera esa figura, su espalda ancha y la forma de su… Gabriela, de nuevo se sacudió mentalmente y volvió la vista hacia el grupo, la mayoría parecían no prestar atención a nada en particular mientras que un grupito de niñas, entre ellas Nicolle murmuraban y reían por lo bajo.
—Bien niños. Buenos días saludó tras ponerse de pie haciendo a un lado sus pensamientos sobre el apuesto Leonardo, que después de todo no era un jovencito como ella pensaba, aunque un par de años no hacía mucha diferencia. Lo vería en el receso, ella había aceptado sin más porque de manera inconsciente ansiaba verlo, estar cerca de él —. Es hora de empezar —dijo estando de pie frente a sus alumnos sosteniendo un libro en la mano —saquen su libro de Historia.
El murmullo de los niños y sus protestas no era suficiente para borrar la sonrisa de su rostro. Leonardo le había reiterado sobre su enamoramiento y estuvo apunto de besarla otra vez. Su corazón parecía querer salir de su pecho y salir a buscarlo emocionado, Gabriela sonrió para sus adentros, en ese momento se sentía como una jovencita viviendo su primer amor.