Hope...Crónicas Del Linaje Maldito.

La luna comenzaba a descender, marcando las últimas horas de la noche. En los jardines interiores de la antigua mansión Michelson, Hope se movía con determinación. Círculos de sal, ceniza de roble blanco y antiguos símbolos grabados en sangre adornaban el suelo de piedra. Había leído y memorizado cada línea del grimorio maldito donde, siglos atrás, una bruja renegada había ocultado el hechizo de humanización. El mismo hechizo que la comunidad mágica, sobre todo los Viajeros, había jurado borrar para siempre.

— ¿Estás segura de esto? —preguntó Elijah, cruzando los brazos mientras observaba desde la sombra de una columna. Su tono era neutro, pero sus ojos estaban llenos de conflicto.

— Lo he estado durante doscientos años. —respondió Hope, sin levantar la vista del círculo que trazaba—. No quiero más muerte. No quiero más miedo. Esto es lo que debemos hacer... por todos.

Nicolai apareció detrás de ella, caminando con calma. Su porte imponente parecía arrastrar la oscuridad con él. Sus palabras fueron cortantes.

— ¿Y quién eres tú para decidir por nosotros?

Hope se incorporó lentamente y lo miró fijamente.

— Soy tu hija. Y soy la única que estuvo dispuesta a sacrificarlo todo para traerlos de vuelta. Ahora, si no quieren seguirme... váyanse. Pero no impediré lo que tiene que hacerse.

Klaus soltó una carcajada amarga desde el fondo del jardín, bebiendo de una copa de vino.

— Qué curioso... Una niña queriendo redimir a los monstruos.

— Tal vez porque sigo creyendo que todavía hay algo de humano en ustedes. —dijo Hope, sin dudar.

***

El cielo estaba teñido de tonos rojos y violetas. El eclipse se avecinaba. En el corazón del bosque antiguo, donde los árboles susurraban con siglos de sabiduría y muerte, Hope Michelson preparaba el hechizo más poderoso jamás conjurado: el hechizo de la redención.

El grimorio, extendido sobre una mesa de piedra, latía con una energía propia. Los ingredientes estaban listos. Jay vigilaba desde los límites del claro, y Stefan, liberado días antes, ahora se encontraba a su lado, ayudándola a estabilizar las runas.

— Estás segura... —preguntó Stefan por tercera vez, con voz grave.

— Más que nunca. —respondió Hope, sin apartar la vista del círculo de conjuro—. Esta es la única forma. Los vampiros merecen decidir si vivirán como humanos o seguirán como monstruos.

Jay asintió, aunque tensó la mandíbula. Sabía que lo que estaba a punto de suceder marcaría la historia sobrenatural para siempre.

***

Muy lejos, en los santuarios de los Viajeros, los hechiceros que aún se mantenían fieles al dogma de castigo eterno sintieron el estremecimiento de la tierra. No fue un temblor físico, sino uno mágico. Como si el mundo respirara de forma distinta.

— ¡Está comenzando! —gritó uno de los ancianos—. ¡Ella ha comenzado el ritual!

Marcus, líder del aquelarre, se levantó de golpe. Su mirada estaba llena de pánico, pero también de rabia.

— ¡No podemos permitirlo! ¡Si lo logra, perderemos nuestro propósito! ¡Todo lo que somos, todo lo que juramos proteger... desaparecerá!

Pero era tarde.

***

En el bosque, Hope trazó la última runa con su sangre. La daga cortó su palma con precisión. Sangre de tres linajes: bruja, vampiro y lobo. Una combinación que ninguna criatura había logrado contener antes. El círculo empezó a brillar con una luz dorada imposible, y entonces ella lo supo: la magia respondía a su llamado.

— Que caigan las máscaras... —susurró con voz temblorosa—. Que las cadenas del pasado se rompan. Que los condenados sean liberados... y los monstruos... decidan su camino.

El hechizo se activó con un estruendo mudo. Una onda expansiva invisible salió disparada desde el centro del círculo, y como si la tierra respirara, toda la magia del entorno comenzó a ser absorbida..

Los Viajeros, a cientos de kilómetros, colapsaron uno por uno. Gritaron, se retorcieron, cayeron de rodillas.

— ¡Mi poder...! —exclamó una joven— ¡Se está drenando!

— ¡Nos lo están robando! ¡Es el hechizo! ¡Está absorbiendo toda la magia!

Marcus, apenas de pie, trató de conjurar un contrahechizo, pero su voz tembló. Nada respondió.

— ¡No... no puede estar pasando...!

En ciudades de todo el mundo, los vampiros sintieron cómo sus sentidos disminuían. La velocidad, la fuerza, la sed... todo comenzó a desaparecer. Algunos colapsaron en las calles. Otros despertaron en medio de la noche con el corazón latiendo por primera vez en siglos.

En Nueva York, un vampiro de más de cuatrocientos años cayó de rodillas, mirándose las manos temblorosas.

— ¿Qué... qué está pasando?

En Tokio, una vampira convertida en 1889 sintió cómo sus colmillos retrocedían. Su piel se tornaba más cálida. El hambre de sangre desaparecía.

Y en el medio del Amazonas, una comunidad entera de vampiros, aislada durante generaciones, gritó en confusión. El mundo estaba cambiando.

En la mansión Michelson, la energía del hechizo crepitaba como fuego celestial. Jay cayó de rodillas, jadeando.

— ¡Hope... el aire... arde! —dijo con dificultad.

Los hombres lobo que la protegían se retorcieron. Durante unos segundos, sus formas animales fueron forzadas a deshacerse. Hombres y mujeres cayeron desnudos al suelo, jadeando, sin entender cómo habían vuelto a sus formas humanas.

Stefan miró a su alrededor. Nunca había sentido tanto poder... ni tanto silencio. El mundo entero parecía contener la respiración.

Hope estaba de pie en el centro del círculo. Su cabello flotaba como si el viento la reclamara, y su cuerpo brillaba con marcas ancestrales que no le pertenecían... sino que había heredado de su linaje.

Entonces, el hechizo alcanzó su punto culminante.

Una luz blanca brotó del suelo, y el círculo se elevó en una cúpula perfecta. Hope gritó, un sonido desgarrador que parecía venir desde su alma.

— ¡Que la humanidad los reclame...!

Y el mundo tembló.

Cuando todo terminó, Hope cayó al suelo. Jay fue el primero en llegar a ella, atrapándola antes de que se golpeara.

— Lo hiciste... Hope, lo hiciste.

Stefan miraba el círculo vacío. La energía mágica había desaparecido por completo. No quedaba rastro. Ni una pizca de poder sobrenatural flotaba en el aire. Era... silencio puro.

— Se ha ido... —murmuró—. Toda la magia... absorbida... canalizada en el hechizo.

Horas después, ya con el sol despuntando en el horizonte, el mundo comenzaba a reaccionar. Las noticias hablaban de desmayos masivos. Cambios biológicos en miles de personas. Clínicas colapsadas por “milagros médicos”. Vampiros convertidos en humanos sin explicación lógica. La comunidad sobrenatural estaba de rodillas... y nadie entendía cómo había sucedido.

Pero Hope sí.

En la sala principal de la mansión, Nicolai observaba sus manos humanas. No sentía el fuego del sol, ni la sed, ni el instinto de matar.

— ¿Qué nos hiciste...? —preguntó en voz baja.

Hope estaba sentada, débil, con la cabeza vendada y los ojos llenos de lágrimas.

— Les di la oportunidad de decidir. De vivir. Como personas.

Klaus y Rebekah miraban en silencio. Había furia, sí. Pero también... alivio.

— Esto es una maldición. —dijo Elijah, aunque sin convicción.

— O una bendición disfrazada. —replicó Stefan desde el marco de la puerta.

Todos lo miraron.

— A veces —continuó—, la única forma de salvar el mundo... es renunciar al poder que nos dio ventaja sobre él.

Hope alzó la vista hacia su padre.

— No lo hice por odio. Lo hice por amor. Quiero... que tengamos una vida. Una real. Con errores. Con humanidad. Con libertad.

Nicolai no respondió. Simplemente se levantó, cruzó la estancia y salió en silencio. Como si necesitaran tiempo para asimilar lo que eran ahora: mortales.

***

Esa noche, el mundo cambió.

Las brujas lloraron la pérdida de su magia, los vampiros despertaron con un corazón palpitante en el pecho, y los hombres lobo sintieron por primera vez en siglos que el control estaba al alcance.

No todos lo aceptarían. Algunos lucharían por recuperar lo perdido. Pero otros... otros agradecerían la redención.

Y Hope, desde una ventana alta, con la vista fija en el horizonte, susurró:

— Al fin... no estamos solos.