Esther renace en un mundo mágico, donde antes era una villana condenada, pero cambiará su destino... a su manera...
El mundo mágico también incluye las novelas
1) Cambiaré tu historia
2) Una nueva vida para Lilith
3) La identidad secreta del duque
4) Revancha de época
5) Una asistente de otra vida
6) Ariadne una reencarnada diferente
7) Ahora soy una maga sanadora
8) La duquesa odia los clichés
9) Freya, renacida para luchar
10) Volver a vivir
11) Reviví para salvarte
12) Mi Héroe Malvado
13) Hazel elige ser feliz
14) Negocios con el destino
15) Las memorias de Arely
16) La Legión de las sombras y el Reesplandor del Chi
17) Quiero el divorcio
18) Una princesa sin fronteras
19) La noche inolvidable de la marquesa
** Todas novelas independientes **
NovelToon tiene autorización de LunaDeMandala para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Noticias
El día transcurrió de manera casi mágica. Cada momento parecía teñido de esa nueva cercanía que había surgido entre ellos, tan sutil que casi nadie más podría percibirla, pero lo suficiente para cambiarlo todo entre ellos.
En la mañana, mientras caminaban por los jardines de la mansión, Esther se adelantó un paso y tropezó con una raíz. Antes habría intentado disimularlo con una sonrisa traviesa o un comentario irónico, pero esta vez Arturo estaba a su lado en un instante, apoyando una mano firme en su cintura.
—Tranquila —dijo, sin reproches, con voz suave—. No tienes que fingir fortaleza frente a mí.
Esther bajó la mirada, con el corazón latiéndole rápido, y solo acertó a sonreír tímidamente, dejándose guiar por él. Esa simple cercanía le hacía sentirse segura de un modo que no había sentido antes.
Más tarde, en la biblioteca, ella hojeaba un libro mientras Arturo revisaba unos mapas y documentos. Esther sintió un impulso y se inclinó un poco hacia él, apoyando la cabeza en su hombro. Él no se movió ni la apartó; al contrario, colocó su brazo alrededor de ella, acomodándola con cuidado.
—¿Te molesta? —preguntó con una leve sonrisa.
—No —respondió ella con sinceridad, y por primera vez su voz no escondía nada—. Es… agradable.
Durante el almuerzo, la dinámica siguió cambiando. Los sirvientes trajeron la comida, y Esther, nerviosa, casi derrama una copa de vino. Arturo estuvo rápido a su lado, sujetando suavemente la copa para que no cayera. Ella lo miró con ojos brillantes, sonrojada, y él simplemente murmuró:
—Lo ves, siempre puedo ayudarte.
A medida que pasaba la tarde, los pequeños gestos se acumularon: una caricia discreta en la mano cuando le entregaba un pergamino, una sonrisa compartida al ver un pajarillo en los jardines, incluso un silencio cómodo, mientras caminaban uno al lado del otro, sin necesidad de palabras. Cada acto, por pequeño que fuera, reforzaba esa intimidad genuina que antes no existía.
Al caer la noche, cuando finalmente se sentaron frente a la chimenea, la luz del fuego reflejaba sus rostros. Esther apoyó la cabeza en el hombro de Arturo sin pensarlo, y él la rodeó con un brazo, dejando que sus dedos jugaran con los suyos.
—Hoy… ha sido diferente —susurró ella, con una sonrisa tímida—. Me gusta esta cercanía contigo.
Él la miró, serio por un momento, y luego dejó escapar un leve suspiro:
—A mí también. Y quiero que sigamos así… sin juegos, sin máscaras. Solo nosotros.
Al día siguiente, Arturo estaba revisando unos documentos en su despacho, cuando el mensajero apareció, casi sin aliento, entregándole un pergamino sellado con urgencia. Al romper el lacre, la información cayó sobre su escritorio con un peso inesperado.
El informe detallaba lo que ya sospechaba: la red criminal detrás del secuestro de Esther había sido completamente desenmascarada gracias a la investigación posterior. Cada miembro había sido identificado, y su padre ya había enviado la orden de captura para todos los involucrados.
Una mezcla de alivio y preocupación se instaló en su pecho. La amenaza que pendía sobre Esther se había desvanecido; finalmente estaba a salvo. Pero la noticia tenía un precio:
No quedaba mucho tiempo. Su estancia en el ducado Spencer estaba contada. Las órdenes del emperador eran claras: todos los involucrados serían detenidos, por lo que solo faltaba supervisar personalmente la caída de la red y asegurar que no quedara rastro de su operación.
Arturo dejó caer el pergamino sobre la mesa y cerró los ojos un instante. Sentía la tensión acumulada de semanas comprimida en ese momento: la culpa por no haber podido proteger a Esther antes, la rabia contenida durante el rescate, y ahora, la urgencia de tomar decisiones rápidas.
—Todo ha terminado… para los mercenarios —murmuró, más para sí mismo que para nadie—, pero no para mí.
Al mirar por la ventana, hacia los jardines donde Esther caminaba distraída, sonriendo ante algo que un sirviente le había dicho, Arturo sintió un nudo en el estómago. Cada minuto que pasaba a su lado se volvería más precioso, más urgente. Y, aunque su deber lo llamara lejos, estaba decidido a aprovechar cada instante que le quedara con ella antes de partir.