La humanidad siempre ha creído que su mayor amenaza vendría de la guerra, la enfermedad o la escasez. Nunca imaginaron que el verdadero peligro se gestaba en un reino que pocos pueden ver: el Mundo Astral. Un plano donde los sueños y la conciencia convergen, donde los pensamientos tienen peso y las emociones dan forma a la realidad misma. Para la mayoría, es un espacio inaccesible, un misterio olvidado por la civilización moderna. Pero para unos pocos, es un campo de batalla.
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Resonancia pt. 5
El grito de Meave resonó por todo el bosque, un eco de dolor que se mezcló con el susurro de las hojas. Su cuerpo se convulsionaba bajo el dolor mientras tosía sangre, pero esa misma sangre se convirtió en su aliada. Pequeñas esferas carmesí comenzaron a flotar a su alrededor, pulsando con un poder inquietante. Al ver esto, Pax e Issac no dudaron en atacar, pero los proyectiles y los gusanos astrales fueron detenidos fácilmente por las esferas, que se movían como un escudo orgánico y letal.
Mientras esto ocurría, Meave parecía sumergirse en una transformación. Su piel, tan pálida como la nieve, comenzó a adquirir un tono rojizo, las venas de su frente y brazos se marcaron con fuerza, y su cuerpo, antes delgado y esbelto, se volvió más fornido, con músculos definidos que resaltaban bajo su piel.
Meave alcanzó con sus manos las ataduras de los gusanos astrales que la sujetaban. Sus uñas, ahora transformadas en garras afiladas, rasgaron la carne etérea de los gusanos, desgarrándolos con facilidad. Liberó primero sus manos y luego, con un simple movimiento, rompió las ataduras de sus pies, quedando completamente libre.
No dijo nada, pero su mirada era suficiente para helar la sangre. Aquellos ojos azules, llenos de furia asesina, se clavaron en Pax e Issac. Luego, sin previo aviso, comenzó a flotar, sus movimientos llenos de una gracia amenazante.
Pax e Issac no dudaron en responder. Desde el suelo, Issac invocó más gusanos astrales, que se lanzaron hacia Meave como serpientes hambrientas. Pero la pelirroja, con un movimiento rápido, extendió sus dedos, y desde las puntas brotaron hojas de sangre que cortaron los gusanos en un instante. Pax, aprovechando el momento, disparó un proyectil masivo que logró empujarla hacia atrás. Las esferas de sangre absorbieron la mayor parte del impacto, pero la explosión restante la alcanzó, desorientándola brevemente.
“Si lucho a larga distancia, perderé“, pensó Meave mientras se ocultaba en el humo. Pero su refugio fue interrumpido por un tentáculo invisible que se deslizó por detrás. Con rapidez, lo cortó, maldiciendo en silencio —Malditas cosas, son invisibles hasta que te tocan.— Sin embargo, otro golpe le acertó en el estómago, aunque no logró atravesar su piel endurecida. El impacto fue fuerte, pero no suficiente para atravesar su piel, ahora endurecida por su transformación. Pax, quien había lanzado el ataque, miró con asombro cómo su lanza se rompía contra el cuerpo de Meave. Sin tiempo para retroceder, Pax sintió que el contraataque de la pelirroja sería inevitable. Pero Issac, actuando con precisión, desvió el ataque justo a tiempo, obligando a Meave a retroceder unos pasos.
El bosque era un caos. El suelo estaba cubierto de ramas rotas, marcas de quemaduras y sangre, los árboles cercanos desgarrados por el impacto de la feroz batalla. El intercambio entre los tres combatientes continuaba con un frenesí casi inhumano.
El intercambio de golpes continuó, un torbellino de violencia y estrategia que parecía no tener fin. Issac, a pesar de su habilidad para regenerar sus extremidades, se encontraba cada vez más desfigurado. Su brazo había sido cortado varias veces, y con cada regeneración, adquiría un aspecto más bestial y grotesco. Perdió una pierna y parte de su mano, ambas regeneradas con la misma energía oscura que lo mantenía en pie. Pax, por su parte, había perdido una mano, pero gracias a su magia de fortalecimiento, era complicado cortarla, y la regeneración fue rápida.
Meave, aunque ilesa en términos de extremidades, estaba al borde de sus límites. Su cuerpo, marcado por cortes y golpes, era una maraña de dolor. La herida en su muslo pulsaba con cada movimiento, y su respiración era pesada, pero sus ojos ardían con determinación. Sabía que rendirse no era una opción.
En un momento crítico, Meave intentó tomar un respiro, pero su instinto la alertó de un nuevo ataque. Pax se lanzó hacia ella a una velocidad absurda, un destello rubio cruzando el campo. Meave logró evadir por poco, pero en el proceso perdió de vista a Issac, quien aprovechó su distracción para acercarse.
Aunque Meave había anticipado un ataque coordinado, se vio sorprendida por la habilidad de Issac. “¡Mierda, esto es algo nuevo!” pensó Meave cuando fue atrapada por un par de tentáculos que surgieron del brazo del hombre. Incapaz de soltarse, fue arrastrada a través de árboles y el suelo, su cuerpo golpeando con fuerza contra los obstáculos.
—Cierto que eres fuerte, pero no tanto como se decía—dijo Issac con un tono burlón, disfrutando momentáneamente de su aparente victoria.
Pax, junto a él, permaneció en silencio, su expresión seria mientras observaba la escena. Pero la tensión se rompió cuando ambos sintieron una extraña sensación en su piel, un cosquilleo que pronto se tornó en dolor. —¡Pax! Alej… —intentó gritar Issac, pero su advertencia llegó demasiado tarde.
Unos finos hilos carmesíes habían aparecido alrededor de ellos, casi invisibles en el caos del combate. Los hilos atravesaron la carne de ambos con precisión quirúrgica, haciendo que Issac soltara a Meave por reflejo, su agarre destrozado por el dolor repentino.
Meave cayó al suelo de manera desordenada, rodando por el impacto hasta detenerse. Quedó en el suelo, apoyada sobre sus rodillas, su cuerpo temblando. Su cabello desordenado cubría parcialmente su rostro, pero no ocultaba la expresión perdida en sus ojos. Lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas mientras miraba al frente, su mirada fija en nada en particular.