Después de la muerte de su padre, Naomi es llevada por su padrino a la Villa Lupinville, un misterioso lugar habitado por hombres lobos, que, hasta ahora, ella creía que solo existían en los cuentos. Pero pronto, Naomi descubrirá que su conexión con este lugar siempre estuvo ligado con ella, atrapándola en una antigua profecía, que parece señalarla como la clave de una batalla y la disputa de dos lobos por ganarse su corazón.
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CAPÍTULO DIECINUEVE: LO MEJOR, ES QUE TE VAYAS.
≈NAOMI≈
—Lo que escuchas. Lo mejor es que te vayas de la villa —repitió, con un tono más firme —. Por tu seguridad, necesitas estar en un lugar medianamente... normal.
—¿Qué quieres decir con “normal”? —le pregunté, intentando no llorar.
José suspiró, pesadamente.
—Con los humanos, no con nosotros. —sentenció —Por lo mucho que quiera tenerte cerca, no perteneces a este mundo, Naomi.
Sus palabras me cayeron como un balde de agua fría. Negué con la cabeza, casi de forma automática.
—¿Por qué? —murmuré, sin poder entender—. ¿Por qué me estás pidiendo esto?
—Ya te lo dije, no me obligues a repetirlo. —Dijo crudo, sin mostrarme ninguna emoción.
—No. No quiero irme. Quiero quedarme, José. —le insistí.
—Ya está decidido —respondió, poniéndose de pie y dándome la espalda, como si no pudiera soportar mirarme—. Te irás la próxima semana. —Ultimó levantándose de la silla, dando la conversación por terminada.
Y así hubiera sido, si lo dejaba pasar. Pero no lo hice.
¿Cómo podía simplemente marcharse, sin que le dijera nada?
—¡No puedes hacerme esto! —exclamé frustrada, apretando mis manos en las sábanas.
Pero José ni siquiera me miró. Continúo caminando como si mis palabras no valieran nada y cuando llego a la puerta, no me dejo opción.
La desesperación me ganó…
—¡Se lo prometiste a mi padre! —Solté cruda —le disté tu palabra. ¡Le prometiste que me cuidarías! —le grité.
José se quedó inmóvil por un momento, y luego giró apenas el rostro. Supe que lo había herido, su expresión lo delató.
—Le prometí cuidarte, Naomi. No dejar que te mataran. ¡Mírate! —. dijo volviéndose hacia mí de tres zancadas, tomando el venaje cubierto de sangre y agitándolo en mi cara. —¿Cuánto más crees que tu cuerpo resistirá? No puedes sanar como nosotros. — Escupió lanzándolo a mi lado. —Puedes siquiera pensar ¿si algo peor te sucede? El poder de curación de Lesly tiene un límite, y no voy a arriesgarte.
—Pero…
—¡No! ¡ya no más! —vociferó.
Intente contener con todas mis fuerzas las ganas de llorar, aunque José tuviera razón, y si bien supiera que no encajo y que soy débil comparada con ellos, no había forma de que aceptará irme.
Él y su familia, eran todo lo que tenía ahora. No había nadie más…
O eso se suponía.
Tan pronto ese pensamiento cruzo mi mente, supe lo que tenía que hacer.
—Perdóname, Lesly. —me dije a mi misma, inspirando profundo, mientras comencé a remover mi bolsillo y sentí la fría superficie de la piedra en mis dedos. —No voy a irme a ningún lado. —le asegure alzando la mano frente a él, mostrándole la piedra—. Lo creas o no, pertenezco aquí.
José se quedó helado, casi estupefacto, con los ojos fijos en la piedra como si estuviera viendo un fantasma.
Por un momento, sentí una pequeña chispa de esperanza, pensando por un segundo que tal vez, había logrado que cambiara de parecer. Pero me equivoqué.
Sus ojos se oscurecieron de la nada, volviéndose completamente negros, y su respiración se tornó pesada y agitada. Antes de que pudiera decir algo más, el bullicio de personas corriendo rompió el silencio. Mariel y Lesly irrumpieron en la habitación, las dos con los ojos muy abiertos y llenas de preocupación.
—¡Naomi, apártate! —gritó Lesly. Esta vez no lo dude. Me apresuré a bajar del lado contrario de la cama y corrí hasta ellas. Mariel me manoteo en la marcha y me envolvió en sus brazos, como si intentara protegerme.
Cuando me di la vuelta para ver a mi padrino, ya se había transformado en un gigantesco lobo negro. Lesly, desesperada, le rogó que se calmara, pero él no escuchó.
Con sus enormes manos convertidas en garras, comenzó a arrojar todo lo que estorbaba a su paso: la silla, la mesita de noche y el ventanal. Si, el ventanal. De repente, corrió hacia el balcón y en un instante, sin pensarlo dos veces, se lanzó al vacío.
—¡Cuidado! —exclamó Mariel haciéndome girar y cubriéndome con su cuerpo. Luego, en una fracción de segundo, llego a mis oídos un estallido, seguido del sonido de los cristales dispersándose por todos lados. Sentí cómo el cuerpo de Mariel se tensó y su respiración se volvió entrecortada, presionando su cuerpo contra el mío mientras los pedazos de vidrio rebotaban y caían en el suelo de la habitación.
Mariel permaneció firme, con la espalda arqueada sobre mí como si fuera un escudo hasta que el ruido cesó. —¿Estas bien? —Me pregunto apartándose un poco. Asentí con la cabeza, percibiendo como las lágrimas corrían por mi rostro.
—Tranquila Nao, ya todo paso. —Dijo pasando las yemas de sus dedos por mis mejillas. —¿Estas bien mamá?
—Si, hija. Lo estoy. —le aseguro Lesly, mirando, posiblemente cómo su esposo desaparecía en alguna parte. Mariel, aún a mi lado frunció el ceño en su dirección.
Lesly y yo nos miramos.
En ese instante supe que ambas estábamos pensando lo mismo.
No hacía falta decirlo en voz alta, porque el brillo en los ojos de Mariel, lo decía todo.
Mi corazón me estrujó el pecho cuando la vi dirigirse hacia la cama con la mirada fija en el suelo. Fue peor aún, cuando se agacho para recogerlo…
Al verla parpadear, supe que no ya no había vuelta atrás. Mariel había encontrado la piedra Qmari.
Mi piedra Qmari…
—¡¿Qué carajos...?! —soltó, molesta y sorprendida.
Trague grueso, finalmente, la tenía entre sus manos… ¡Mierda!
[…]