Oro
...TIFFANY:...
Por culpa de mi madre estaba internada en un convento, fue ella quien persuadió a papá, él jamás me habría dejado abandonada en un lugar tan tétrico. Yo era la niña de sus ojos, era su consentida, un regalo que siempre atesoraba, por eso sabía que era imposible que hubiese tomado esa decisión por cuenta propia.
Mi madre siempre miraba con malos ojos mi comportamiento, al ser demasiado espontánea e impertinente, me condené a mi misma.
Siempre recibía regaños de su parte y juzgaba cada gesto que hacía cuando había un hombre cerca.
Yo no podía ser diferente, mi personalidad era así, solía ser melosa porque mi padre siempre me permitió abrazarlo, él era muy cariñoso y eso me llevó a pensar que yo debía ser así con los demás hombres.
Tenía interés también en conocer más de ellos, al fin y al cabo iba a casarme o eso creía. En mi mundo ser así era muy insultante, inapropiado y cuando fue mi primera temporada en los bailes, corroboré que disgustaba a todos los hombres.
Yo no era la imagen de una señorita en edad casadera de la nobleza.
Las malas lenguas decían que yo era una ofrecida, por eso mi madre estalló en enojo y decepción, me prohibió asistir a otro baile y luego me prohibió salir de la casa.
La gota que derramó el vaso fue cuando me encontré hablando con el jardinero de la mansión.
Creyó nuevamente que yo me le estaba ofreciendo a un hombre. Me castigaron, pero logré salir de mi habitación y escuché a mis padres hablar en el estudio.
— Envíala a un convento, he estado averiguando uno de buen ver — Dijo mi madre y me llevé la mano a la boca.
— No lo sé, no me parece correcto — Mi padre se negó — No quiero que mi hija pase toda su vida en un lugar así, sola.
— ¿Prefieres que siga manchando el nombre de los Mercier con su horrible comportamiento? Ella no tiene reparo, además, solo serán dos años, después iremos a buscarla. Es solo para que aprenda a comportarse.
Mi padre se dejó convencer.
Al día siguiente montaron mis pertenencias a un carruaje y me enviaron con una sirvienta a un recorrido muy largo que duró varias semanas.
Ni siquiera tuvieron la decencia de acompañarme.
El lugar al que llegué estaba en la cima de una montaña, no había pueblos, ni siquiera casas al rededor de esa construcción con aspecto de prisión.
Eran cuatro torres de piedra gris, conectadas por varios puentes abovedados y grandes salones.
El edificio estaba rodeado por un muro de casi diez metros de altura que tenía una enorme puerta de hierro.
El carruaje se detuvo en un enorme patio y varias mujeres en hábitos negros se acercaron a recibirme.
La que tenía aspecto mayor y rostro frío se aproximó cuando salí.
— ¿Esta es la chica? — Preguntó a la sirvienta que venía acompañándome.
— Así es, ella es.
La monja me sostuvo con fuerza de la barbilla y me obligó a observarla.
— Tranquila, te enseñaré como ser una señorita de buen comportamiento.
Solo tenía que soportar aquello por dos años.
Eso creí.
Pasaron seis años y yo seguía entre esos muros.
Lo primero de lo que tuve que despedirme fue de mi cabello, mientras una de las monjas iba cortando sin cuidado, yo trataba de contener las lágrimas al ver mis largos rizos dorados caer al suelo.
— Está ropa es inadecuada — Gruñó la madre superiora, sacando mis vestidos de las valijas — Estos vestidos incitan al pecado, a la lujuria, son una ofensa para dios — Los rompió frente a mí con sus manos y las otras monjas trajeron otras ropas de tono gris — Usarás este — Sacó un vestido largo y cubierto — Conforme vayas avanzando tu uniforme irá cambiando.
Me vestí después de bañarme con agua helada.
Toqué mi cabeza cuando salí de los baños y no pude agarrar más que tres centímetro de cabello.
No la fue la peor de mis desgracias.
Las novicias eran las que más trabajo tenían.
Yo limpiaba los suelos con cepillos desgastados, recibía gritos y humillaciones, a veces al terminar el trabajo volvían a echar agua sucia.
Lavaba la ropa junto a las otras novicias y luego la madre superiora, llamada Martina se acercaba a supervisar.
Desechaba todo mientras nos humillaba y teníamos que volver a hacer el trabajo nuevamente.
Ayudaba en la cocina y terminaba hasta muy tarde despierta, solo dormía unas dos horas porque después había que levantarse muy temprano a orar.
Debía hacerlo arrodillada, así que terminaba más cansada.
La madre superiora implementada castigos si se cometía errores y yo siempre solía ser de las más torpes en aprender, así que recibía la mayor de las reprimendas.
Ni siquiera me daba tiempo de llorar, pero en todas me repetía que solo debía soportar dos años.
Mi familia se olvidó de mí y cada año que pasaba era una resignación a quedarme allí para siempre.
...****************...
Recibí los hábitos y también hice mis votos.
Lo llevé a cabo al resignarme, al no recibí ni una carta de parte de mi familia.
Las visitas estaban prohibidas, pero las demás monjas siempre recibían cartas de sus familiares.
Nunca hubo una para mí.
— A la próxima habrá una para ti — Me consolaba Ana, mi compañera de cuarto.
— Lo prefiero así, renunciamos a todo al estar aquí — Susurré, estábamos en pleno comedor, tratando de comer el desayuno, un insípido plato de avena — Voto de pobreza, castidad y obediencia — La removí con la cuchara, con hambre.
— Debe ser muy difícil para ti — Dijo Romina, la monja que solía hacer comentarios inapropiados — Estabas tan acostumbrada a vanidades cuando eras una noble. Esto debe ser una tortura para ti.
Me limité a lanzarle una mirada desdeñosa.
— ¡Escuchen! — Gritó la madre superiora, entrando al comedor — ¡Hoy vendrá el obispo a darle su bendición a las que recibieron sus votos recientemente, las quiero reunidas en el salón a las once, sin falta y no quiero quejas! ¡Gracias al obispo, se fundo nuestro convento y debemos todo a él!
Caminamos hacia el salón principal y nos reunimos en fila.
Éramos díez monjas y bajamos la cabeza cuando las puertas se abrieron.
Los pasos se escucharon.
— Su señoría, estás son las señoritas que recién recibieron sus votos la semana pasada — Dijo, primera vez que escuchaba un tono dulce de parte de la madre.
Fue nombrando a las chicas y ellas saludaban, alzando la mirada.
— Sor Ana — Dijo, mi compañera elevó la cabeza e hizo un saludo — Sor Tiffany.
Elevé mi mirada.
Un hombre de sotana con arrugas y canas me observó.
— Un es honor, su señoría.
— Bienvenidas al servicio entero de nuestro señor — Dijo y agradecimos a unísono.
— Sor Tiffany, tu serás la encargada de atender al obispo, acomoda un cuarto para el en la torre sur.
Obedecí de inmediato y caminé hacia las escaleras, busqué primero en el almacén fundas nuevas, también velas y un candelabro.
Acomodé el cuarto que usaría el obispo.
Eso no me correspondía pero la madre siempre se empeñaba en hacerme la vida de cuadritos. Estaba segura que era por orden de mi madre.
Sus castigos eran horribles, incluían torturas con cera derretida, golpes con fusta y arrodillarse en vidrio machado.
Todo eso lo había soportado por años.
Encendí las velas del candelabro y me dispuse a irme.
En esa momento se abrió la puerta y entró el obispo.
Hice una reverencia.
— Su habitación está terminada, su señoría.
Me dispuse a marcharme pero cerró la puerta y se atravesó.
— Eres una criatura muy linda — Me tomó de la barbilla y elevó mi rostro — Las mujeres con rasgos así no deberían estar aquí. Son una tentación y ya me a contado la madre superiora lo que solías ser antes de encaminarte a la vida religiosa. Es mi deber como obispo comprobar que no haya un gramo de lujuria en tu ser, en tu pureza.
Retrocedí, alarmada ante su mirada lujuriosa.
— Señoría, déjeme pasar...
Sacó un pañuelo, me cubrió la nariz y la boca.
...****************...
Observé por la ventana, desde mi habitación se podía ver el patio.
Los días miércoles llegaban carretas con cestas de comida y medicamentos.
La abadesa era la única que tenía la llave para abrir la puerta y permitía a los campesinos entrar para dejar la comida.
Habían voluntarias, pero no a todas permitían ir a ayudar.
— Tengo que ir a ayudar cuando vengan las carretas con el mercado — Se quejó Sor Ana y me volví hacia ella.
— ¿Qué dijiste?
Empezó a estornudar de nuevo, tenía fiebre, pero las enfermedades no eran una excusa para no cumplir con el servicio.
— Así como lo oyes, me siento horrible para andar cargando cestas hasta la cocina...
— Yo puedo cubrirte — Dije y me evaluó, sentada desde su cama.
— Eso no está permitido.
— Nadie tiene porque saberlo.
Me apenaba meterla en líos, pero era mi única oportunidad para escapar.
— ¿En serio?
— Yo hay estaré en contemplación, nadie suele ir al altar, solo la madre superiora, pero ella estará ocupada supervisando las nuevas novicias.
— No lo sé, es muy arriesgado...
— Solo serán dos horas, toma mi lugar y luego yo iré al altar a buscarte para volver a mi sitio, no quiero que estés esforzándote — Insistí.
Aceptó y me dió el papel con la orden de servicio.
Salí apresuradamente después de la hora acordada y después de seis años pude pisar el patio.
Las puertas ya estaban abiertas y tres carretas fueron dirigidas y detenidas junto al patio trasero.
Entregué el papel con la orden a la abadesa y me ordenó colocarme junto a las otras cinco, me formé en la fila.
Los campesinos bajaron las cestas, pero yo estaba concentrada en las carretas.
Las monjas empezaron a cargar las cestas hasta el almacén y fue mi turno.
Hice varios viajes, cargando las cestas hacia el almacén.
Me metí a las pilas y empujé cuando las demás sor salieron.
Las pilas de cestas se cayeron y las frutas rodaron por el suelo.
Me escondí cerca de la entrada cuando las sor vinieron a comprobar que había causado semejante ruido.
— ¡Ayuda, rápido, recoge antes de que nos vea la abadesa! — Dijeron y salí rápidamente.
Me aproximé a los campesinos.
— ¿Oigan, podrían ayudarnos? Las cestas se cayeron en el almacén.
— Claro, hermana — Dijeron, muy dispuestos.
Se marcharon y corrí rápidamente, después de comprobar que nadie me viera me metí a la carreta que estaba completamente descargada.
Me escondí tras una pila de cestas vacías.
Estaba muy nerviosa y mi corazón latía apresuradamente.
Me sudaba la piel bajo los hábitos y el manto.
Junté mis manos y oré en silencio, esperando que esas oraciones sirvieran de algo.
— Aquí están las piezas por las cestas — Dijo la abadesa, cerca de la carreta.
— Gracias, ya descargué toda la mercancía, déjeme verificar que no falte nada — Dijo un hombre de voz profunda y gruesa.
Me llené de pánico cuando escuché sus pasos acercarse y me abracé las rodillas, la carreta se estremeció como si un elefante hubiese subido.
Una figura enorme avanzó agachada a causa de la lona.
Deseé que no me viera e hice un movimiento rústico que hizo volcar una cesta con pocas manzanas.
Cayeron y me estremecí.
El hombre se aproximó hasta el fondo y terminó divisando mi presencia detrás de las cestas.
Debido a la poca luz, no pude ver su impresión, solo podía ver su silueta enorme.
Hice un gesto con las manos.
Me llevé el dedo a los labios.
Supliqué, juntando mis manos.
El hombre se mantuvo evaluando la situación, inmóvil, decidiendo si delatarme o ignorar mi presencia.
— Abadesa...
Me levanté, tomando una manzana y se la metí a la boca, tuve que estirarme para poder alcanzarlo.
Fue una reacción impulsiva por el miedo.
Retrocedió, casi tropezando por el poco espacio.
— Por favor — Susurré cuando se sacó la manzana de la boca y soltó un gruñido de furia — Por favor, no me delate, necesito salir, por favor... — Volví a juntar mis manos — Ayúdeme.
Soltó la manzana y se giró, saliendo de la carreta.
Me preparé para ser delatada.
Lady Tiffany Mercier:
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Comments
Dulce Cira
Es muy linda ☺️💕 traviesa e inteligente 🌹
Estoy hecha una furia con esos seres del demonio del convento 😡😡👊🏻👊🏻👊🏻 será que el obispo abuso de ella por años ahí no no y porque el padre no la busco más 🤬 seguro lo engañaron con cartas falsas 😑a pesar de todo me es tan injusto 🥺💔
2024-12-11
11
Oak Palu
sin ofender las creencias de nadie pero las Iglesias con sus lideres han sido las organizaciones que más delitos atroces han cometido y se escudan en Dios y la fe de la gente
2024-12-11
6
Ruth Godoy
que lindo escribes querida autora esperando con mas ganas cada capitulo este sera otra obra maestra
2024-12-11
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