No era necesario que ocultaran todo. Yo, Bianca Chevalier, primera princesa de este imperio y heredera del archiducado Chevalier, rompo mi compromiso contigo, duque Paul Mesellanas. — Bianca habló con tanta fuerza en su voz que todos escucharon con claridad.
Bianca se dio la vuelta, ignorando el torrente de lágrimas que caían por las mejillas de la novia. Los presentes la miraban con desaprobación, considerando que había arruinado un momento tan especial y que había ofendido a la novia.
Pero, ¿quién era la verdadera ofendida? ¿La mujer que lloraba desconsolada porque su matrimonio había sido opacado, o la mujer que había sido traicionada por su prometido y decidió enfrentarlo ante todos?
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No estás a la altura para ordenar nada.
Los soldados se mostraban complacidos de poder ver de cerca a la primera princesa; varios de ellos habían sido beneficiados por sus diversos aportes a la sociedad.
Bianca tenía una reputación impecable. Ella era tan bondadosa y audaz que constantemente era elogiada por su habilidad en la alta sociedad.
Desde muy corta edad, había dirigido varios proyectos sociales a favor de los barrios bajos, las viudas y los huérfanos. También había implementado la función de una casa en donde empleaban mujeres que se encargaban de cuidar a los niños cuando sus padres estaban trabajando; tanto hombres como mujeres podían llevar a sus hijos por un bajo costo.
Al pisar los terrenos de la propiedad, Bianca no pudo disfrutar del hermoso paisaje. Se encontró con un espectáculo que le robó la paz: un grupo de guardias estaba tratando de contener a una joven alborotadora, cuya vestimenta delataba su linaje noble. Los soldados formaron un cerco protector alrededor de Bianca, pero esto captó la atención de la mujer, avivando su furia.
— ¿Cómo te atreves a introducir a una meretriz en lo que debería ser nuestro hogar? Conmigo, puedes tenerlo todo; ¡te ordeno que la expulses de aquí! Estás destinado a ser el heredero de mi padre, así que, ¿por qué sigues negando la posibilidad de un matrimonio? Soy tu única alternativa; nadie más se atrevería a unirse a un hombre sin título. — La joven era la primogénita de un marqués de renombre, pero el caballero solo contaba con hijas, quienes no podían heredar sin haber contraído matrimonio previamente.
Esta joven desarrolló una profunda obsesión por el gran general desde el momento en que lo observó realizando una inspección de las tierras adyacentes al marquesado. Su desespero por captar su atención fue tan intenso que se vio impulsada a enviar múltiples cartas al conde Leyer con el propósito de obtener un compromiso con el gran general. Sin embargo, la condesa Adanis Colonna no tomó con agrado estas acciones y rechazó todas las proposiciones, enviando una reprimenda al marqués por el comportamiento tan inapropiado de su hija.
Bianca salió del medio de los soldados con una serenidad inigualable; sus movimientos eran elegantes y delicados, propios de una princesa. Sin embargo, su mirada destilaba una intensa furia; ella quería asesinar a esa mocosa insolente, pero no podía darse el lujo de dañar su reputación.
— Al parecer, su familia no dispuso de los recursos económicos necesarios para proporcionar una educación adecuada para la hija de un marquez. Como la primera señorita de un marquesado, deberías ser consciente de tus limitaciones; acabas de dirigirte a la primera princesa de este imperio con un término despectivo. Llamarme meretriz es una ofensa directa hacia la familia imperial. ¿Es usted consciente de las consecuencias que conlleva ofender a la familia imperial? — Bianca esbozó una sonrisa tétrica, manteniendo su mirada fija en la joven aterrorizada.
— La muerte es el castigo por ofender a un miembro de la realeza, pero seré piadosa. Sería incapaz de imponer una pena de muerte a algún individuo, no porque el criminal no se lo merezca, sino porque el verdugo tendría que cargar en su pobre conciencia la muerte de un ser tan inmundo. — Bianca se acercó lo suficiente para encarar a la mujer que estaba paralizada en el mismo sitio por el terrible miedo que sentía.
— Sostenla de los brazos y arrodínenla. — La orden fue clara; los escoltas de Bianca la cumplieron a la perfección.
— No estás a la altura para ordenar nada. Debería darte vergüenza utilizar tu posición para humillar a los demás y doblegarlos a hacer tu voluntad. — Bianca, con una mano, la tomó de las mejillas, enterrando sus uñas en ellas.
— ¿Cómo te atreves a intentar intimidar a mi prometido? ¿Qué mayor título honorable existe que el de general del imperio, el hombre encargado de resguardar las fronteras para prevenir el ingreso de posibles enemigos? ¿Quién te crees para menospreciar su autoridad en sus propias tierras? No solo me ofendes, sino que también manifiestas un deseo de apropiarte de lo que es mío. Que esta sea la última vez que dirijas tu mirada hacia él; en caso de que lo intentes nuevamente, sacaré tus ojos de sus cuencas con mis propias manos, y no descansaré hasta que tu linaje se pierda por completo. — La joven tembló ante las palabras de Bianca.
La joven no era consciente de que los condes habían arreglado un compromiso entre el gran general y la primera princesa. De haberlo sabido, ella no habría tenido la osadía de mirar al gran general. Las princesas no eran personas fáciles de tratar. Eran admiradas por el pueblo, pero en la nobleza eran temidas; no se sabía cuál era peor entre ellas.
— No puedo dejar pasar tu ofensa. ¡Guardias, azoten su espalda veinte veces! No rasguen su vestido, déjenla que conserve su dignidad. — Los soldados fruncieron el ceño, ya que consideraban que la princesa estaba siendo excesivamente indulgente con el castigo. Sin embargo, esa era precisamente la intención de Bianca: que todos la percibieran como una persona de carácter blando. Todavía no podía mostrar su verdadero ser, y hoy casi sucumbe ante sus impulsos; tenía que controlarse un poco más.
La mujer no protestó en absoluto; sabía que su castigo sería peor si lo hacía. Esas marcas arruinarían la posibilidad de un buen compromiso, pero no podía darse por vencida; era mejor que ella escogiera a su esposo a que su madre lo hiciera.
Todos en la propiedad presenciaron el castigo; las doncellas estaban aliviadas, ya que esa joven era una pesadilla andante. Sin embargo, con la protección de la primera princesa, ya no vendrían esas molestas señoritas a tratar de enredar al gran general en sus artimañas.
Al terminar el castigo, la joven fue trasladada en un carruaje, en compañía de un escolta de Bianca. El marqués tenía que darle una mejor educación a sus hijas, así que ese guardia llevaba un gran mensaje.
Lo que pocos sabían era que el problema no era el marqués, sino su esposa.
Nota: Llevo tres días escribiendo este capítulo; he estado demasiado ocupada. Esta novela es una protesta. Al final de la novela, les explicaré el porqué.
Nunca dejes que comentarios inoportunos te hagan retroceder, eres talentosa, tu narrativa envuelve, es tan agradable leer tus novelas💐