Elena, la preciosa princesa de Corté, una joya, encerrada en una caja de cristal por tanto tiempo, y de pronto es lanzada al mundo, lanzada ante los ambiciosos, los despiadados, y los bárbaros... Pureza destilada ante la barabrie del mundo en que vivía. ¿Que pasará con Elena? La mujer más hermosa de Alejandría cuando el deseo de libertad florezca en ella como las flores en primavera. ¿Sobrevivirá a la barbarie del mundo cruel hasta conseguir esa libertad que no conocía y en la cuál ni siquiera había pensado pero ahora desa más que nada? O conciliará que la única libertad certera es la muerte..
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Capitulo 23
En el anexo apartado donde Elena había pasado toda su vida, el día de su decimosexto cumpleaños se deslizaba lentamente hacia la tarde. Estaba sentada junto a una ventana alta, el mismo lugar donde había pasado tantos días de su vida, observando el paisaje que se extendía ante ella, un paisaje cubierto con un manto blanco que ya no le ofrecía consuelo ni novedad.
Su cabello largo y dorado, que caía más allá de su cintura, brillaba suavemente a la luz del sol. Su belleza, que había florecido con los años, parecía casi etérea, como si no perteneciera a ese mundo. Se encontraba sentada junto a la ventana. El cuerpo de la niña que había sido no se veía por ninguna parte; ahora era esbelta, pero con curvas tentadoras que hablaban de su madurez reciente. Sus ojos azules, grandes y profundos, miraban al horizonte, pero ella no parecía estar viendo nada en absoluto. Elena estaba sufriendo, y la tristeza era evidente en cada línea de su rostro.
Con un suspiro, apartó la vista del paisaje y se volvió hacia el escritorio donde reposaba una hoja de papel en blanco. Tomó la pluma con manos temblorosas y comenzó a escribir una carta para su hermano Devon.
Sus palabras, que solían ser ligeras y llenas de anécdotas para no preocuparlo, ahora brotaban con desesperación. No había nadie más con quien pudiera compartir su dolor, nadie más que pudiera entender lo que significaba estar atrapada en ese hermoso pero sofocante aislamiento.
La tinta fluía sobre el papel, formando palabras que reflejaban la tristeza que Elena había ocultado durante tanto tiempo. Al final de la carta, tras una pausa en la que dejó que una lágrima cayera sobre la hoja, escribió una pregunta que contenía todo el dolor que sentía.
"¿Me has abandonado?"
Ahora solo podía esperar, con el corazón en vilo, una respuesta que le devolviera la esperanza, una señal de que no estaba tan sola como se sentía.
Pero la carta de Elena no llegó a manos de Devon, lo que si llego a él fue un mensaje de su padre, el Duque.
Devon recibió la orden de su padre de regresar al Ducado. La frontera estaba bajo control, y el conflicto había estado en calma por un tiempo, pero estos no eran los verdaderos motivos detrás de su regreso.
Montado en su caballo, casi no había descansado en el camino de regreso. La urgencia en su corazón no le permitía hacerlo. Con cada milla que recorría, sentía que se acercaba a algo que había anhelado por demasiado tiempo. Sin embargo, antes de dirigirse a la mansión Cortés, Devon hizo un desvío inesperado.
Finalmente, una semana después de haber dejado la frontera, Devon cruzó las puertas del ducado. Su caballo, exhausto pero fiel, lo llevó hasta el patio principal, donde desmontó con un movimiento ágil. Apenas sus pies tocaron el suelo, Devon se dirigió directamente hacia el anexo, su corazón acelerado y sus pasos firmes.
El anexo estaba en silencio, una calma que ahí era habitual. Avanzó por los pasillos, sus pasos resonaban. Cuando llegó a las puertas del estudio de Elena, no dudó; las abrió de par en par con una mezcla de desesperación y emoción contenida, deseando ver finalmente a su hermana después de tanto tiempo.
Pero lo que encontró lo dejó completamente paralizado.
Elena levantó la vista al escuchar el ruido de las puertas, y sus ojos azules se encontraron con los de Devon. Por un instante, ninguno de los dos se movió, como si el tiempo se hubiera detenido en ese espacio compartido. Devon, que había llegado con el propósito firme de abrazar a su hermana, se encontró incapaz de moverse, atrapado por la visión de la joven frente a él.
—¿Quién es?
Se preguntó, no en el sentido de desconocerla, sino asombrado por la transformación que veía ante él. Era Elena, sí, pero también alguien completamente diferente a lo que recordaba.
Devon permanecía inmóvil en el umbral de la puerta, como si su cuerpo se hubiera negado a avanzar. Allí, frente a él, estaba Elena, pero la niña que recordaba no estaba por ningún lado. Su hermana había cambiado de manera tan impactante que, por un instante, él se sintió como un extraño en su presencia.
Elena estaba de pie junto a la ventana, la luz del sol bañándola en un resplandor dorado que acentuaba cada una de sus características. Su cabello, largo y dorado, caía en cascada más allá de su cintura, brillando como hilos de oro bajo la luz del atardecer. Las ondas suaves y naturales de su cabello enmarcaban un rostro que parecía esculpido por manos divinas.
Sus ojos azules, profundos y luminosos, tenían un tono tan puro que casi se confundía con el cielo, pero en ellos había una sombra de melancolía que contrastaba con su belleza. Las pestañas largas y doradas se arqueaban sobre esos ojos, dándoles un aspecto aún más dramático y expresivo.
Elena tenía un rostro que parecía tallado en alabastro, con una piel clara y suave que no mostraba ninguna imperfección. Sus pómulos estaban elevados y bien definidos, dándole un perfil noble y elegante. La nariz pequeña y recta, perfecta en proporción con su rostro, y los labios, carnosos y rosados, curvados en una línea que oscilaba entre la tristeza y amargura.
Devon se sintió aturdido, como si el tiempo y el espacio hubieran perdido su significado. La Elena que tenía ante él no era la niña que había dejado atrás, sino una mujer cuya belleza era tan aguda que casi dolía mirarla. Parecía una figura sacada de un sueño, demasiado perfecta para ser real.
Elena fue la primera en romper el silencio, su voz suave y temblorosa llenó el espacio entre ellos.
—Hermano...
Susurró, como si no pudiera creer que él estuviera allí.
Su voz lo sacó de su aturdimiento, y Devon, apenas logrando dar un paso adelante, no tuvo tiempo de reaccionar antes de que Elena cruzara la distancia que los separaba y lo abrazara con fuerza. Su cuerpo se presionó contra el suyo, sus brazos rodeando su cuello en un gesto desesperado, como si temiera que él pudiera desvanecerse si lo soltaba.
—Incluso ahora, no puedo creerlo… en verdad eres tú...
Dijo Elena, su voz entrecortada, enterrando su rostro en su pecho.
Devon, sorprendido por la intensidad del abrazo, quedó en silencio por un momento, sintiendo el calor del cuerpo de su hermana contra el suyo, un calor que no había sentido en mucho tiempo. Lentamente, sus brazos se movieron, rodeando el cuerpo esbelto de Elena. Una de sus manos la sostuvo firmemente contra él, mientras la otra se deslizaba hacia arriba, enredándose en su larga cabellera, que se sentía suave y sedosa bajo sus dedos.
—Sí, Elena.
Susurró Devon, cerrando los ojos y permitiéndose perderse en ese momento.
—He regresado.