El alfa Christopher Woo no cree en debilidades ni dependencias, pero Dylan Park le provoca varias dudas. Este beta que en realidad es un omega, es la solución a su extraño tormento. Su acuerdo matrimonial debería ser puro interés hasta que el tiempo juntos encienden algo más profundo. Mientras su relación se enrede entre feromonas y secretos, una amenaza acecha en las sombras, buscando erradicar a los suyos. Juntos, deberán enfrentar el peligro o perecer.
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ENTRE EL DEBER Y EL DESEO (parte 2)
Me pregunto que habría pasado si otro, en mi lugar, hubiera realizado la misión. ¿Habría descubierto la verdad de todos modos? ¿O seguiría en la ignorancia, creyendo que el mundo era tal como lo conocía?
La vida nunca es lineal. Cambia sin aviso, sin preguntar si estamos listos. A veces, basta un pequeño detalle para romperlo todo. Otras, una verdad oculta que, al salir a la luz, nos obliga a cuestionarnos quiénes somos y cuál es nuestro lugar en este mundo.
Yo no fui la excepción.
Siempre supe que debía ser cauteloso y que cada elección podría marcar mi destino. Pero, por más que intentemos controlar todo, hay cosas que simplemente escapan de nuestras manos. Durante años logré mantenerme al margen, viviendo a mi manera. Pero la vida no se detiene. Y el destino… el destino es un cabrón un retorcido sentido del humor.
Al aceptar esa misión, pensé solo en mi propio beneficio. «Seis meses. Solo seis meses…», me repetía. El tiempo pasa rápido. En un abrir y cerrar de ojos, todo terminaría con un “misión cumplida”. Luego, lo olvidaría. Seguiría con vida, concentrado en el trabajo, en mis hermanas y en lo poco que realmente me importaba.
Pero nada salió como esperaba.
No sé en qué momento todo comenzó a desmoronarse. Lo que al principio parecía una tarea simple se convirtió en un laberinto sin salida.
Y lo peor de todo… es que cambié.
Ya no era el mismo que aceptó la misión, seguro de que nada en su vida se vería afectado. No pude ignorarlo y comencé a entender mejor las cosas.
Y todo por culpa de este hombre que, con cada embestida, con cada gota de sudor deslizándose entre nuestros cuerpos, me hace desearlo más y más.
Recuerdo que me repetí una y otra vez que debía mantenerme alejado de él. Que estaba perdiendo el enfoque, que me estaba confundiendo. No era el momento para distracciones absurdas como el amor o cualquier otra tontería. Mi vida entera dependía del control y de la capacidad de separar lo personal de lo profesional, pero algo cambió.
Intenté convencerme de que todo esto era solo una respuesta instintiva, que no significaba nada. La sociedad estaba dividida en alfas, betas y omegas, con reglas no escritas que definían cada interacción, cada mirada y cada reacción química entre los cuerpos. No era nada más que eso, un mecanismo biológico que no debía tomar en serio.
Pero esta vez, no estaba observándolo desde lejos como un simple espectador. Ahora estaba atrapado en la sensación de su piel caliente contra la mía, en la forma en que su cuerpo se fundía con el mío sin reservas. Y lo más irónico de todo era que, para cualquiera que me viera, yo no era un omega. Nadie lo sospechaba. Me veían como un beta, fuerte y competente, alguien que jamás podría encajar en el rol que en realidad llevaba en la sangre. Pero él lo sabía. Él siempre lo supo.
Ahora que lo pienso, todo comenzó desde la primera vez que nuestras miradas se cruzaron. Hubo algo en él, en la forma en que me desafió sin decir una palabra y otras cuando me brindó su ayuda. Desde ese momento, supe que estaba en problemas. No fue solo la tensión del momento, no fue solo la adrenalina. Fue más profundo que eso.
Me hizo sentir como un omega.
Lo supe en el instante en que su cuerpo me atrapó con la misma fiereza con la que ahora me sostiene. Cuando sus labios reclamaron los míos y sus caricias incendiaron cada rincón de mi piel. Fue ahí cuando entendí lo que significaba realmente pertenecerle.
Cada embestida me hacía olvidar todo. Me aferraba a él sin pensar, sin querer apartarme, perdido en la necesidad de sentirlo más cerca. No importaba lo mucho que me resistiera y lo mucho que intentara negarlo. Aquí, en este instante, solo existíamos nosotros dos.
Su boca devoraba la mía, arrancándome gemidos que nunca permitiría a nadie más escuchar. Su tacto y su cuerpo hundiéndose en el mío con una necesidad que igualaba a la mía. En el instante en que llegó al clímax, su cuerpo se tensó y un escalofrío recorrió mi piel al sentirlo derramarse en mi interior Apenas logré recuperar el aliento cuando, sin previo aviso, volvió a embestirme.
Un gemido escapó de mis labios cuando me cambió de postura. Mi pecho chocó contra el suyo al colocarme sobre sus piernas, encajándome de una manera tan íntima que mi mente quedó en blanco. Mis brazos rodearon su cuello y mis piernas se apretaron con fuerza a su alrededor, buscando más de esa sensación abrumadora que solo él sabía provocarme.
Fue en ese momento, con su cuerpo dominando el mío y el mío respondiendo con la misma desesperación, que lo noté. Un dorado tan precioso inundaba el color de sus ojos. Me perdí en esa mirada que parecía perforarme hasta lo más profundo, reconociéndonos por lo que realmente éramos. No solo un alfa y un omega.
Él, un alfa dominante en toda su esencia: poderoso e imponente, de esos que no necesitan alzar la voz para ser obedecidos. Siempre lo supe, lo vi en cada uno de sus gestos calculados y en la manera en que el mundo parecía inclinarse ante su presencia. Así es Christopher Woo.
Y yo… yo nunca fui un omega común. Desde siempre supe que no encajaba en la imagen frágil e indefensa que la sociedad esperaba. Me convertí en algo distinto, un dominante. Forjé mi propio camino junto a mis hermanas, sin permitir que nadie me controlara ni mucho menos inclinarme ante otro.
Este alfa que me reclamaba con cada caricia, con cada roce de su cuerpo en el mío, es especial. Entre nosotros no existía sumisión. Era algo distinto. Un choque de dos fuerzas que no deberían encajar, pero que lo hacían de una manera que nunca creí posible. Mucho menos con él.