El Mejor Amigo De Mi Hermano Me Besó

El ruido en el pasillo me hace abrir un ojo. ¿Quién hace escándalo tan temprano?

Mientras mi mente se aclara y despierta, un recuerdo viene a mi mente: ¡hoy es mi cita con Chris!

Las mariposas en mi estómago están locas de la emoción. ¿Habrá preparado algo? No me sorprendería, porque él es sumamente detallista y tierno, con todos y en especial con los chicos de la banda.

Empiezo a patalear de la emoción y doy brinquitos en la cama, hasta que el sonido de alguien llamando a la puerta capta mi atención.

Me dirijo a la puerta, y antes de que pueda abrirla, veo una nota deslizarse por debajo del marco.

Es una hoja roja con el siguiente mensaje:

"Despierta, pequeña Bella Durmiente. Prepárate para las 10:00. No preguntes, solo confía en mí."

No puedo evitar sonreír y emocionarme. Últimamente disfruto más de la compañía de Chris que en toda mi vida.

Solo recordar lo tierno que fue ayer con mi madre me hace querer besarlo. No puedo dejar de pensar que la chica que se case con él será muy afortunada.

A las 10 en punto, bajo y lo encuentro sentado en el sofá de la sala esperando como un niño pequeño. Su sonrisa deslumbrante me sonroja.

—Qué hermosa eres —me dice mientras se levanta del asiento para ofrecer su mano, la cual tomo.

—Tú te ves muy guapo —y no miento, su cabello recogido hacia atrás le da unas vibras elegantes y casuales al mismo tiempo.

Caminamos agarrados de la mano hasta la puerta principal. Menos mal que ninguno de los chicos estaba por ahí.

Al salir, la brisa caliente del verano de pleno agosto nos golpea, y sonreímos al unísono de manera cómplice, como si estuviéramos escapando a escondidas.

—¿Lista? —pregunta mientras abre la puerta del coche para mí.

Asiento, sintiendo una mezcla de curiosidad y expectación. No sé a dónde vamos, pero la idea de pasar el día con él es suficiente para llenar mi pecho de una calidez inexplicable.

En el camino no deja de tomar mi mano, mientras música suave llena el silencio dentro del coche.

Nuestro primer destino es un pequeño café escondido en un rincón tranquilo de Seúl, un lugar que jamás habría encontrado por mi cuenta. 

La decoración es fantástica, y me encanta. Todo tiene un toque de aviones: las mesas y mostradores son como cabinas, y del techo cuelgan diferentes modelos de aviones a menor escala.

—¿Cómo supiste que este lugar me gustaría? —pregunto, mirando a mi alrededor con asombro.

Chris se encoge de hombros, pero sus ojos no pueden ocultar la satisfacción que siente al ver mi reacción.

—Recuerdo que durante un tiempo te obsesionaste con los aviones y, más aún, con aquellos sobrevivientes de los Andes. Así que supuse que este lugar te encantaría.

Mi rostro no puede ocultar mi sorpresa. En efecto, es cierto, pero no puedo creer que recordara eso.

 Mi corazón se llena de gratitud al saber que, al menos, alguien sí prestaba atención a las muchas cosas que contaba emocionada.

Nos sentamos, y no puedo evitar darle un "podcast" acerca de temas interesantes sobre aviones.

—Se dice que los asientos más seguros en un avión son los de la parte trasera, detrás de las alas —le digo—, pero yo no lo creo. En diversos accidentes se ha demostrado que el avión, al aterrizar en emergencia, se parte en dos, y la cola se lleva la peor parte. —Me encojo de hombros—. Supongo que es cuestión de suerte.

—Eso suena aterrador —ríe.

—Además, ¿sabes que debes beber más agua en el avión? —Él niega con la cabeza—. Eso es porque el avión es seco; su humedad es de entre el 10 % y el 20 %, incluso más seco que algunos desiertos.

Agacho la mirada, avergonzada. Seguro le puede parecer aburrida esta plática.

Chris me observa de una manera que hace que mi corazón lata más rápido. Parece que me presta toda la atención del mundo.

—Discúlpame si te aburro —admito.

Toma mi mano y la acaricia.

—Escucharte hablar sobre temas que te interesan y que desconozco me gusta mucho. Es más, cualquier cosa que salga de tus labios es suficiente para mí.

El rubor en mis mejillas estalla, y lo golpeo ligeramente en el hombro.

—Cállate —bromeo—, eres todo un seductor.

Él ríe con una sonrisa tan sincera que calienta mi pecho.

Después del café, me lleva a un parque junto al río Han. El viento acaricia mi rostro mientras caminamos por un sendero cubierto de árboles desnudos. Chris camina a mi lado, con un gorro y cubrebocas.

 Pienso que incluso es más llamativo así, pero omito mi comentario. Además, no hay gente en los alrededores.

Nuestras manos se tocan ligeramente al andar, y lo nota. Así que, en cada toque, acaricia rápidamente mis dedos.

Nos detenemos en un mirador bastante vacío, donde ha preparado un pequeño picnic. La manta está cuidadosamente extendida, y los recipientes con comida parecen sacados de un catálogo.

—¿Hiciste todo esto tú? —pregunto, sorprendida.

—No tiene tanto mérito si disfruto haciéndolo —responde, sus mejillas tomando un leve tono rosado.

Mientras comemos, siento que las barreras entre nosotros se desvanecen. Nos reímos, hablamos, y en algún momento, Chris se inclina para quitarme una migaja de pan del rostro con una delicadeza que me deja sin aliento.

—Siempre haces eso —digo, mi voz más suave de lo que esperaba.

—¿Qué cosa?

—Cuidarme.

Chris me mira, y por un instante, creo ver algo más en sus ojos. Algo que parece tan familiar, pero que aún no sé cómo nombrar.

—Quiero besarte —confiesa.

Casi me ahogo con mi bebida por la sorpresa, y mis orejas se enrojecen.

—No, no puedes hacerlo —respondo rápido—. Alguien podría vernos.

De un momento a otro, me toma de la mejilla y deposita un beso rápido en mis labios. El toque húmedo de sus suaves labios, con sabor a vino, me deja paralizada.

Al separarse de mí, sigue disfrutando de la comida como si nada hubiese pasado, dejándome fuera de balance.

Después del picnic, me lleva a un lugar que jamás habría imaginado: un pequeño estudio de pintura.

—Sé cuánto amas pintar, así que siéntete libre de hacer lo que quieras aquí.

Mis ojos se llenan de lágrimas, pero me las seco rápidamente, sin querer que me vea tan emocionada.

Se siente tan nostálgico estar rodeada de estos olores a pintura, lienzos y madero. Se siente como una espina en el corazón, con la pérdida de un sueño, con el “hubiera” colgado de un hilo…

¿Qué hubiera pasado si fuese lo suficientemente valiente para hacer lo que amo en vez de obedecer órdenes, o temer a la carencia?

Mi padre me repetía que este sueño no me daría de comer. 

Cada vez que me veía con un pincel en la mano se aseguraba de romperlo y hacerme saber que mi única obligación era ser la número uno en la escuela, porque esa era mi única obligación y lo que me daría un futuro digno.

Pero eso no era lo que quería… ¿por qué tenía que ser infeliz ganándome la vida? ¿No puedo ser feliz y hacer lo que amo?

Los brazos de Chris envueltos en mi cintura me sacan de mis recuerdos. Su respiración en mi hombro me calma, y al sentir su calor siento que todo estará bien y que de alguna manera hay esperanza.

—Vamos a pintar —me anima mientras me ofrece un pincel.

Ver sus manos ofreciéndome un pincel es hermoso, contrastando la imagen de mi padre quitándomelo. Es como una premonición.

Después de un par de horas, ambos decidimos mostrarnos nuestras pinturas.

Inicio yo, que he pintado la luz de la luna reflejada en el mar, con la luna posicionada en el centro, dándole protagonismo.

Y él pintó dos manos entrelazadas.

—El mío se llama "Amanecer" —digo. Me mira confundido. —Que sea de noche no significa que no vaya a amanecer, ¿verdad?

—Tiene sentido… —asiente comprendiendo— después de todo, para que haya día, debe haber noche —deduce—. Me gusta. La mía se llama "Amantes", y es para ti —me ofrece.

—¿Qué? —pregunto ofuscada— yo… no te hice una pintura, ¿debí hacerlo? —pregunto mortificada. Ríe.

—No, solo quise hacerlo —me dice mientras me trae a sus brazos—. Lo hice pensando en ti —y me besa.

Al salir del estudio lo noto nervioso mientras maneja a un lugar que desconozco. 

Estoy intrigada, pero sé que no me dirá a dónde vamos, así que espero.

Después de al menos media hora nos acercamos a un hotel lujoso pero solitario, ¿es aquí?

Mil cosas pasan por mi cabeza mientras entra al estacionamiento directamente, ¿de verdad vamos a pasar la noche aquí?

Los nervios me soldan los labios y camino silenciosa por todo el trayecto hasta llegar a la habitación.

Él la abre delante de mí con delicadeza, dejando ver una habitación hermosa y elegante, llena de peonías rosas, mis favoritas.

Llevo mi mano a mi boca con asombro. La luz de las velas da un aspecto tan romántico y acogedor que me quedo sin palabras.

Antes de que pueda mirarlo y expresarle mi agradecimiento, me toma en sus brazos y me mete a la habitación.

—Esto es para ambos —confiesa.

Su mirada es tan fija y cálida que no hago otra cosa que pensar en él.