"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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Caos
Dahna observaba todo el caos desde la distancia, la ligera sonrisa en sus labios delatando su satisfacción. Las risas burlonas y las miradas despectivas de los días pasados se habían desvanecido. En su lugar, la universidad Iris era un hervidero de murmullos, acusaciones y peleas entre aquellos que habían sido los más populares y altivos. Todo por un simple video y unas palabras estratégicamente colocadas. Tomó un sorbo de su bebida, disfrutando del sabor frío y dulce en su boca mientras veía cómo su plan se desarrollaba a la perfección.
Los gritos y los empujones se intensificaban. Aquellos que alguna vez habían sido intocables ahora se señalaban unos a otros, como si en cuestión de segundos la confianza se hubiera evaporado. Dahna sabía lo que había hecho y no le importaba. Había esperado mucho tiempo para esto. Años de ser ignorada y menospreciada, de soportar comentarios hirientes y miradas por encima del hombro, todo había culminado en este momento.
Cerca del epicentro del conflicto, Dahna se levantó, sacudiéndose el polvo de la ropa. Había sido empujada en la confusión, pero lo que más le molestaba no era la agresión física, sino el hecho de que ahora estaba frente a Javier Moretti, el chico que, en su día, le había hecho sentir más pequeña que un grano de arena. El chico que con una sola mirada podía hacerla dudar de sí misma. Él le sonrió de una manera que ella no esperaba.
—¿Podemos hablar? —preguntó Javier con un tono que no era ni autoritario ni distante, sino casi... vulnerable.
Dahna frunció el ceño. Su primer instinto fue ignorarlo, seguir caminando y dejarlo allí plantado. Pero la curiosidad pudo más. ¿Qué quería decirle ahora? ¿Por qué en medio de todo este caos?
—Habla —respondió, manteniendo su voz firme y sin emociones.
Javier esbozó una sonrisa ligera, una que no alcanzaba sus ojos. —Te pido una disculpa por lo hecho anteriormente hacia tu persona, pero debes aceptar que eras demasiado fastidiosa —dijo, dejando salir un suspiro al final.
Dahna alzó una ceja, escudriñando su rostro. ¿Eso era todo? ¿Una disculpa a medias con un toque de justificación?
—¿Te estás disculpando o excusando tus acciones? —replicó, cruzando los brazos sobre el pecho. Su tono no dejaba lugar a dudas; no iba a aceptar una respuesta ambigua.
Javier bajó la mirada por un segundo, antes de volver a encontrar los ojos de Dahna. —Disculpando. La verdad es que sé que a veces soy demasiado frío y calculador. Pero también sé reconocer cuando me equivoco. No espero que esto cambie nada entre nosotros. No te pido que seamos amigos ni nada que se le parezca, simplemente que llevemos la fiesta en paz —concluyó, con una sinceridad que ella rara vez había visto en él.
Dahna entrecerró los ojos, tratando de descifrarlo. Sabía que Javier era calculador, cada movimiento suyo tenía un propósito. Y en ese momento, algo en su mirada le decía que había más detrás de sus palabras. Esbozó una sonrisa, una que no alcanzaba a ser amigable, pero que denotaba cierto desafío.
—Vamos, Javier. Di lo que realmente quieres decir. A mí no se me puede mentir —le espetó, adelantándose un poco.
Él se quedó en silencio por un momento, su sonrisa maliciosa reflejando esa chispa que lo hacía tan atractivo como peligroso.
—De eso estoy seguro —replicó. Dio un paso más cerca de ella, reduciendo la distancia entre ellos. —Simplemente me alegro de que, con tus acciones, destruyeras a tantos idiotas en esta universidad. La verdad, yo también fui uno de ellos. Pero ahora veo lo astuta que eres y, debo admitirlo, me agrada. Tu manera malvada de pensar es... encantadora. Antes eras sumisa y detestable, siempre siguiéndome y acosándome. No te aguantaba. Fui rudo contigo muchas veces con la esperanza de que te alejaras, pero seguías detrás de mí. Era molesto, incluso más que Cassandra. Así que cuando ella finalmente logró que te apartaras, sentí alivio y la dejé... pero resulta que Cassandra es una sosa engreída que cree que el dinero es suficiente para conquistarme. Y tú... —hizo una pausa, dejando que sus palabras colgaran en el aire—. Tú te encargaste de destrozarla en unos pocos movimientos meticulosos. Admirable, realmente.
Dahna contuvo la respiración. Había esperado muchas cosas de Javier, pero no esto. No una confesión tan brutalmente honesta. Sin embargo, lo que más le sorprendió fue la chispa de admiración en sus palabras.
—Llevemos la fiesta en paz, es todo —agregó Javier con voz más baja, como si lo que acababa de decir fuera tan natural como un saludo.
Dahna alzó una ceja, una sonrisa más amplia y peligrosa dibujándose en su rostro. —¿No será que el gran Moretti ahora se siente amenazado por mí? —preguntó, con una pizca de burla en su voz.
Los ojos de Javier brillaron con algo nuevo. —Amenazado nunca —respondió, avanzando otro paso, tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de él—. Encantado, tal vez. —Su voz se volvió un susurro apenas audible. —Lo que me asusta es que llegues a gustarme, y eso es peligroso. No soy bueno para nadie.
Sin más, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Dahna con un torbellino de emociones y pensamientos. Los murmullos de los estudiantes que habían presenciado la interacción comenzaban a surgir, asombrados por lo que acababan de ver. Javier, el inalcanzable, había mostrado interés en alguien que todos habían creído insignificante.
El despacho del abogado estaba impregnado de un aire solemne y formalidad, con las estanterías llenas de tomos de leyes que conferían al espacio un aspecto imponente. Dahna entró al despacho sin titubear, su mirada oscura y afilada revelaba la verdadera naturaleza que yacía oculta bajo la apariencia de la joven universitaria. No le importaba lo que su padre pensara o hiciera; el control y el poder eran lo único que la motivaba, y este paso la acercaba a sus objetivos.
El abogado, un hombre mayor de cabello gris meticulosamente peinado y expresión severa, se levantó al verla. Desconocía la oscuridad que se ocultaba tras la joven y la trataba con la deferencia que correspondía a una heredera de renombre.
—Señorita Amara, bienvenida. Todo está listo. —Le señaló el asiento frente a él—. El proceso se completará en dos días, y el fideicomiso pasará completamente a sus manos. Por ahora, su padre ya debe haber recibido la notificación formal.
Dahna curvó sus labios en una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Aquello le importaba poco y nada; el poder ya estaba prácticamente en sus manos, y eso era lo que contaba.
—Excelente. Ha hecho un trabajo impecable. —Su voz sonaba sedosa, con una cadencia que podía resultar hipnótica si uno no prestaba atención.
El abogado asintió, satisfecho con el reconocimiento, aunque había algo en la mirada de Amara que siempre le resultaba perturbador. Tal vez era la frialdad con la que observaba, como si analizara cada movimiento y pensara cinco jugadas por adelantado.
—Gracias, señorita. Si hay algún detalle que deba revisar o cualquier cosa adicional que desee cambiar, este es el momento.
—No es necesario. Todo está tal como lo esperaba. —Dahna se levantó, su figura elegante proyectando una sombra que parecía más larga y oscura de lo normal, algo que el abogado achacó a la luz artificial del despacho.
Mientras salía del lugar, el demonio que residía en ella disfrutaba el momento. Cada paso la llevaba más cerca de desatar un caos que la humanidad no estaba preparada para enfrentar. Y aunque todos pensaban que era simplemente Amara, la joven universitaria con un pasado complicado, Dahna sabía que su verdadera identidad quedaría al descubierto solo cuando fuera el momento adecuado.