Bajo La Mentira Del Diamante

Christian adoptó una expresión seria. —Las cosas de negocios están avanzando. Lo otro también, pero no tan rápido como esperábamos. En cuanto a la contención de los Mancini, las cosas siguen su curso, pero seguimos atascados con lo de las pruebas físicas.

«Mierda». —Asegúrate de resolverlo antes de la boda. Y manténme al tanto.

—Siempre —Christian miró detrás de mí y sus ojos brillaron de nuevo con diversión—. Viene hacia aquí.

La noté antes de verla. El sonido de sus tacones, el aroma de su perfume—jazmín, vainilla y ese toque especiado que solo ella tiene—, el suave roce de la seda contra su piel. Me terminé el whisky de un trago mientras sentía a Valeria acercarse por detrás.

—Siento interrumpir —me rozó el brazo y sonrió a Christian; esa encantadora máscara de prometida le quedaba perfecta. Sentí un cosquilleo en la piel bajo su toque y casi sacudí el brazo para apartarla, pero entonces recordé dónde estábamos. «Es una fiesta de compromiso. Somos una pareja encantadora. Sigue el juego».

—Tengo que robarte a Damián un segundo —dijo dirigiéndose a Christian—. Los de la revista quieren sacarnos unas fotos para el especial de bodas.

—Por supuesto —contestó Christian, alargando las palabras—. Que tengan suerte.

Algún día le devolvería toda esa ironía por lo de Valeria. La seguí hasta el set fotográfico, donde Armando Montenegro nos esperaba junto a su esposa Cecilia, la hermana de Valeria y su marido. Mi hermano Matteo estaba al otro lado, absorto en su móvil, mientras el fotógrafo ajustaba su cámara.

Una sensación peligrosa se arremolinó en mi pecho. Había estado evitando a Armando todo el día. No merecía mi atención en público; eso solo alimentaría su ego. Pero mi suerte había llegado a su fin.

—No sabía que se trataba de una foto familiar —dije, y la última palabra me salió con un regusto metálico.

Claro, bueno... solo quería felicitarte. Quiero disculparme y darte las gracias —me sentía realmente avergonzado—. Sé que no lo digo a menudo, pero eres un gran hermano. Siempre lo has sido.

Sentí que mi corazón se encogía y asentí brevemente.

—Ve a disfrutar de la fiesta. Nos vemos en la cena de la próxima semana.

Tenía que ver cómo le iba en la joyería y asegurarme de que se mantuviera alejado de Sofia Mancini. A pesar de su aparente arrepentimiento, no confiaba lo suficiente como para dejarlo solo.

Cuando Matteo se fue, intenté acercarme a la barra. Pero Armando—que hasta ese momento estaba hablando con un socio—me interceptó.

—La asistencia ha sido un éxito rotundo —dijo, mientras su interlocutor se perdía entre la multitud—. Parece que todos los miembros del Club Valhalla de la costa Este han venido. Eres una figura importante en la asociación, ¿no?

Lo miré con frialdad. La tensión de la conversación con Matteo se ahogó en un mar de aversión. Mi bisabuelo había sido uno de los doce miembros fundadores. Si nominaba a alguien, su entrada estaba casi asegurada.

—Como todos los miembros —respondí.

—Ya —la sonrisa de Armando era la de un tiburón que huele sangre—. Escuché que pronto abrirán nuevas solicitudes en la sede de Boston. Algo relacionado con la bancarrota de Peltzer.

Me pareció irónico su entusiasmo, considerando que pronto estaría en la misma situación que Peltzer. No podía esperar a verlo caer.

—Sí, eso escuché —asentí levemente—. La última vez que lo intentaste, rechazaron tu candidatura, ¿no? Quizás ahora tengas más suerte.

El rostro de Armando se oscureció, pero rápidamente recuperó la sonrisa.

—Con tu ayuda, seguro que sí. Ahora somos prácticamente familia, y la familia se ayuda, ¿verdad? —desvió la mirada hacia Matteo con una clara intención de amenaza.

La rabia me invadió. Los descendientes de fundadores podíamos nominar a cinco personas en nuestra vida. Ya había nominado a Christian y Adrián. Preferiría cortarme la mano antes que ayudar a Armando.

—No tengo mucha conexión con la sede de Boston —dije, siendo un poco honesto—. El comité de membresía es bastante diligente. Si realmente lo merecen, los aceptarán.

Mi indirecta hizo que Armando se sonrojara de rabia.

—Estoy totalmente a favor de ayudar a la familia... —mi sonrisa se transformó en una advertencia—, pero deberían saber que no es buena idea presionarme demasiado. Nunca termina bien.

Armando tenía el valor para chantajearme, pero no lo suficiente para enfrentarse a mí de manera directa. Estaba poniendo a prueba mis límites. Lo que no sabía era que lo tenía en la mira desde el momento en que dejó esas pruebas sobre mi escritorio.

Antes de que pudiera contestar, Valeria regresó, notablemente más sonrojada que antes. Seguramente por el champán.

—¿Qué me perdí? —preguntó.

—Estábamos hablando de detalles de la boda —respondí sin apartar la vista de Armando—. ¿Verdad?

Sus ojos brillaron con resentimiento, pero no se atrevió a contradecirme.

—Así es.

Valeria nos miró alternativamente. Debió notar la tensión, porque rápidamente señaló al columnista de sociedad antes de llevarme a un lado.

—No sé de qué hablabas en realidad, pero no deberías provocar a mi padre —me advirtió—. Es como jugar con un tigre herido.

Una chispa de diversión enfrió mi enojo.

—Tu padre no me asusta, mi Vida —dije, disfrutando de cómo fruncía el ceño ante el apodo—. Si no le gusta lo que digo, que venga a decírmelo él mismo.

—No me llames así —protestó—. Es insultante.

—¿Por qué?

—Porque no lo sientes.

—La gente dice cosas que no siente todo el tiempo —señalé a un hombre canoso junto a la barra—. Como tu fascinante charla con Thomas Dreyer sobre deducciones fiscales. No creo que te importen realmente.

—¿Cómo oíste...? Da igual —sacudió la cabeza—. Sé que para ti esto es solo un negocio; tú tampoco estás en mi lista de "personas con las que soñaba casarme", pero eso no cambia el hecho de que tenemos que convivir. Al menos deberíamos intentar que sea llevadero.