En un mundo dónde el sol es un verdugo que hierve la superficie y desata monstruos.
Para los últimos descendientes de la humanidad, la noche es el único refugio.
Elara, una erudita con genes gatunos de la élite, vive en una torre de privilegios y olvido. Va en busca de Kael, un cínico y letal zorro carroñero de los barrios bajos, el único que puede ayudarla a encontrar el antídoto para salvar a su pequeño y moribundo hermano.
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Capitulo 12: Sentenciados a Muerte
Afuera, en el mundo en llamas, Kael trabajaba. El calor era opresivo, el aire tan caliente que dolía respirar, pero su piel no se ampollaba. El patrón de escamas doradas bajo su piel era ahora un brillo constante, apenas visible, que disipaba la radiación. Se sentía extrañamente energizado. Bajo las instrucciones de Jax, que le gritaba desde la sombra del reptador, consiguió colocar el eje de dirección de nuevo en su sitio y soldarlo con una herramienta de plasma.
—Es un remiendo —dijo la voz de Jax por el comunicador interno, llena de frustración—. Aguantará, pero no podemos forzarlo. La velocidad máxima se ha reducido un treinta por ciento.
La noticia era nefasta. Su única ventaja en las llanuras: la velocidad, había sido mermada.
Cuando el trabajo estuvo terminado, Kael se refugió en la estrecha sombra del vehículo. Se comunicó con la tripulación.
—¿Cómo están?
—Vivos y confundidos —respondió la voz de Rhea—. Kael... ¿qué eres?
Hubo una larga pausa. —No lo sé —admitió él, y su confesión estaba cargada de una vulnerabilidad que Elara nunca le había oído—. No tengo ni idea.
Fue entonces cuando Elara habló, su voz saliendo desde la oscuridad de la lona. —Creo que yo sí tengo una idea, Kael... en los archivos, había leyendas sobre una Quimera primigenia. Un depredador supremo que los antiguos científicos idolatraban por su perfecta adaptación. Lo llamaban el Jaguar Dorado. Decían que su piel podía metabolizar la luz del sol. Era solo un mito... hasta ahora. Tu linaje... debe estar conectado a ese experimento. No eres un milagro. Eres un legado.
El silencio que siguió a sus palabras fue aún más profundo. La idea era tan aterradora como esperanzadora.
Pasaron las horas más largas de sus vidas, esperando a que la tiranía del sol disminuyera. El calor dentro del reptador reparado era casi insoportable. Cuando la intensidad del día finalmente comenzó a ceder, un nuevo sonido rompió la monotonía.
Un pitido agudo y urgente de la consola de Rhea.
—¿Qué es eso? —preguntó Kael por el comunicador.
—Alarma de proximidad —respondió Rhea, su voz de repente tensa como un alambre—. Un vehículo. Acercándose rápido. Por el amor de los Fundadores... es un Interceptor clase-Persecución. Es del Capitel.
El corazón de Elara se detuvo. Habían sobrevivido al sol. Habían sobrevivido a las Quimeras. Pero no podían sobrevivir a esto. El Capitel no enviaba un Interceptor para rescatar a nadie. Lo enviaba para borrar errores.
—Saben que estamos aquí —susurró Jax, aterrorizado—. ¿Cómo?
—Las baterías —dijo Elara, su voz llena de un pavor helado—. Emiten una firma de energía única. Nos han estado rastreando desde que salimos.
No podían correr. No podían luchar. Estaban atrapados, su reptador remendado no era rival para la máquina de guerra que se acercaba.
***
Dentro del Interceptor, Zaira observaba su consola táctil, sus intensos ojos verdes fijos en las lecturas. —La firma de energía está estable, Pretor Kass. -Observo con voz serena. -Pero mis sensores térmicos detectan algo anómalo. Bioseñales débiles, bajo una manta de dispersión. Están vivos.
Kass, el Gen-Hyaena, sonrió, una visión de crueldad depredadora. Se inclinó hacia el comunicador.
—Qué giro tan delicioso. Parece que son más difíciles de matar de lo que pensaba. Esto será mucho más divertido. Drako, prepara el cañón disruptor sónico. Vamos a sacarlos de su escondite.
***
El mundo fuera del reptador era un infierno carmesí. El sol, un ojo hinchado y sangrante en el horizonte, bañaba la llanura de sal con una luz que era a la vez hermosa y asesina. La Tregua del Ocaso había comenzado. Dentro del vehículo, un cronómetro en la consola de Rhea mostraba una cuenta atrás: 15:00. Quince minutos antes de que la exposición a la radiación se volviera crítica.
Fue en ese preciso instante cuando el Interceptor apareció, una mancha negra que descendió con una velocidad depredadora.
—Estaban esperando —susurró Rhea, su voz cargada de una mezcla de odio y respeto a regañadientes—. Han cronometrado su llegada a la perfección.
El pánico, frío y afilado, amenazó con apoderarse de la tripulación. Pero la voz de Kael, tranquila y dura como el diamante, lo cortó de raíz.
—No vamos a correr —dijo, sus ojos fijos en la nave enemiga—. Vamos a robarles la jaula.
El plan era una locura nacida de la más pura desesperación, pero era un plan. Mientras Jax, con manos temblorosas pero rápidas, conectaba un condensador a una granada de PEM, los demás se preparaban. Elara sintió el peso del Aguijón en su cadera. Ya no era un regalo; era una responsabilidad.
La rampa del Interceptor bajó. Kass y Drako emergieron, sus figuras recortadas contra el sol poniente. El calor era tan intenso que el aire ondulaba a su alrededor.
—Quédate en la nave y vigila, Zaira —ordenó Kass, su voz resonando en el aire quieto—. No dejes que las alimañas del desierto se acerquen a nuestro premio.
Kass sonreía mientras se acercaba, saboreando la victoria. Drako caminaba a su lado, una montaña de músculo y escamas. Estaban a veinte metros del reptador cuando Kael, oculto tras una duna de sal, apretó el detonador.
La onda de choque fue invisible y silenciosa, pero sus efectos fueron devastadores. Las luces del Interceptor parpadearon y se apagaron. Un pulso sónico secundario golpeó a los dos cazadores, un sonido de alta frecuencia que los hizo tropezar, desorientados, con las manos en los oídos.
—¡AHORA! —rugió Kael.
Salir al exterior fue como saltar a una hoguera. Elara sintió que miles de agujas incandescentes le picaban la piel. El aire era fuego líquido en sus pulmones. A su lado, Rhea y Orion cargaban, sus rostros contraídos por el dolor y la determinación.
Orion, en un acto de increíble valentía, no atacó. Se lanzó hacia Drako y lo embistió con todo su peso, un ariete de carne y hueso. El impacto fue brutal. El gigante reptil tropezó, sorprendido por la ferocidad del ataque. No le dio tiempo a usar su arma.
Ese fue el momento que Rhea necesitaba. Se movió como un relámpago plateado, sus cuchillos de plasma zumbando. No apuntó al torso blindado de Drako, sino a los tendones detrás de sus rodillas. Drako rugió de dolor y furia cuando uno de los cuchillos le abrió una herida humeante en la pierna, haciéndole arrodillarse.
Mientras tanto, Kael se enfrentaba a Kass. El hiena, recuperándose, se rió, un sonido maníaco. —¡Eres valiente! -Dijo mientras sonreía divertido -¡Pero estúpido!
Su cuchilla de plasma se encontró con el sable de Kael. La lucha fue un torbellino. Kass era salvaje y errático, cada golpe cargado de crueldad. Pero Kael estaba en su elemento. El calor que debilitaba a Kass a él lo energizaba. No sudaba. No jadeaba. Sus escamas doradas brillaban débilmente, y sus movimientos eran fluidos y precisos. Cada parada, cada esquive, era un paso más hacia la victoria.
—¡Elara, VE A LA NAVE! —gritó Kael, bloqueando un golpe que habría decapitado a un hombre menor.
Elara corrió. El suelo quemaba a través de sus botas. El mundo era un borrón de luz carmesí y sombras danzantes. El sonido de su propia respiración era un trueno en sus oídos. Vio la rampa del Interceptor como un faro. Subió corriendo, tropezando con el último escalón y cayendo de rodillas en la cabina.