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¿Y Si Me Quedo?

¿Y Si Me Quedo?

Status: Terminada
Genre:Romance / Yaoi / Doctor / Maltrato Emocional / Atracción entre enemigos / Completas
Popularitas:262
Nilai: 5
nombre de autor: Raylla Mary

Thiago siempre fue lo opuesto a la perfección que sus padres exigían: tímido, demasiado sensible, roto por dentro. Hijo rechazado de dos renombrados médicos de Australia, creció a la sombra de la indiferencia, salvado únicamente por el amor incondicional de su hermano mayor, Theo. Fue gracias a él que, a los dieciocho años, Thiago consiguió su primer trabajo como técnico de enfermería en el hospital perteneciente a su familia, un detalle que él se esfuerza por ocultar.

Pero nada podría prepararlo para el impacto de conocer al doctor Dominic Vasconcellos. Frío, calculador y brillante, el neurocirujano de treinta años parece despreciar a Thiago desde la primera mirada, creyendo que no es más que otro chico intentando llamar la atención en los pasillos del hospital. Lo que Dominic no sabe es que Thiago es el hermano menor de su mejor amigo y heredero del propio hospital en el que trabajan.
Mientras Dominic intenta mantener la distancia, Thiago, con su sonrisa dulce y corazón herido, se acerca cada vez más.

NovelToon tiene autorización de Raylla Mary para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 10

Cuando la Cura se Tambalea

El tiempo pasó. Tres meses desde la noche en que Thiago casi partió.

Tres meses desde que el mundo se detuvo para Theo — y giró con cuidado alrededor del dolor del hermano.

Pero había señales de mejoría.

Pequeñas, sutiles, pero reales.

Thiago ya conseguía salir de la cama sin miedo todos los días. Ya ayudaba a Theo en la cocina, oía música baja en las mañanas silenciosas e incluso sonreía — tímido, casi como quien pide disculpa por estar feliz.

Las sesiones de terapia ayudaban. El acompañamiento con la psiquiatra también. Y Dominic… bien, Dominic continuaba visitando. Siempre con cuidado, sin sobrepasar límites, respetando el espacio y los silencios.

Todo parecía lentamente entrar en los ejes.

Hasta aquel día.

Era un martes grisáceo, con el cielo cerrado y el aire húmedo. Theo tenía exámenes marcados en el hospital. Solo estaría fuera por algunas horas.

Thiago garantizó que estaría bien. Dijo que tomaría el té calmante y se quedaría en el sofá viendo serie.

Theo lo abrazó antes de salir.

— Cualquier cosa, me llamas.

— Lo sé.

— Te amo, bajito.

— También te amo, hermano.

Él sonrió. Una sonrisa que decía que estaba todo bajo control.

Pero no lo estaba.

Media hora después de que Theo salió, el timbre tocó.

Thiago pensó que fuese Dominic. O tal vez un repartidor. Se levantó con calma, vistiendo la blusa de sudadera azul clara que Theo dejaba doblada en el brazo del sofá.

Pero cuando abrió la puerta… se congeló.

— Thiago.

La voz de la madre fue como una lámina cortando el aire. Fría, calculada.

Y detrás de ella, el padre, con los brazos cruzados, la mirada de juicio estampada en el rostro como un tatuaje antiguo.

— ¿Puedo entrar? — ella preguntó, sin esperar respuesta.

Entró.

El padre vino enseguida detrás.

Thiago retrocedió, pálido, los latidos acelerándose. Las manos sudaban. El estómago se revolvía.

— Nos enteramos… de lo que sucedió — el padre comenzó. — Pero nos quedamos esperando a que te pronunciaras. Creímos que era lo mínimo.

Thiago no respondió. No conseguía.

— Tres meses — la madre continuó, los ojos barriendo el ambiente con desprecio. — Y tú encerrado aquí, mientras tu hermano lo hace todo. Abandonó la vida para cuidarte como si fueras un inválido.

La palabra dolió. Cruel, pesada.

— Él… él quiso quedarse — Thiago intentó decir.

— ¿Quiso? ¿O tú obligaste? — el padre replicó. — Desde niño, siempre exigiendo demasiado. Siempre llorando por cualquier cosa. Débil. ¿Ahora quieres llevar a tu hermano junto en ese abismo?

Thiago sintió el aire desaparecer.

— Yo no le pedí que… — murmuró, la voz fallida.

— Pero tampoco dijiste "vete". No lo dejaste vivir. Él está cansado, Thiago. Y tú eres el motivo.

La madre se aproximó, cruzando los brazos.

— ¿Sabes lo que me dijeron? Que intentaste suicidarte. Qué vergüenza. ¿Tienes idea de lo que eso causaría si saliera bien? Tendríamos que explicarle al vecindario, a la familia. Ya basta con tener un hijo… “sensible” demás, ¿ahora también suicida?

Thiago retrocedió un paso más, hasta recostar en la pared.

Las palabras entraban como astillas.

Cada una rasgando más hondo.

Cada mirada como una lámina, cada juicio como una sentencia.

El corazón se disparaba. La respiración se hacía corta. Las manos temblaban.

— Estoy intentando mejorar… — susurró, casi en un hilo de voz.

— ¿Intentando? ¿Eso es intentar? ¿Llorando, tomando remedio, viviendo como una carga?

— Para… por favor… — Thiago llevó las manos a los oídos, como si pudiera bloquear el dolor. — Para…

Pero no pararon.

— Si al menos tuvieras fe — la madre dijo. — Si fueras más hombre. Más fuerte. Como Theo…

En ese instante, la puerta se abrió con fuerza.

— ¡BASTA! — Theo entró como una tempestad.

El rostro rojo, los ojos abiertos al ver a Thiago encogido en el rincón de la sala, pálido, sudando, con las manos cubriendo los oídos.

— ¿¡Qué están haciendo aquí?! — gritó, yendo hasta el hermano, abrazándolo. — ¿Qué le dijeron?

La madre dio un paso atrás, elevando el mentón.

— Estamos intentando abrirle los ojos. Él necesita enfrentar la realidad.

— ¿La realidad? — Theo escupió, con rabia. — La realidad es que ustedes dos desaparecieron cuando él más necesitó. ¿¡Y ahora vuelven para terminar de destruirlo?!

Thiago temblaba en los brazos del hermano. El pecho jadeaba.

Theo lo miró.

— Respira, bajito. Estoy aquí, respira conmigo.

Pero Thiago no conseguía respirar.

Todo parecía estrecho, sofocante. La sala disminuía. La voz de los padres resonaba como fantasmas crueles. El toque de Theo, incluso caliente y seguro, no conseguía alcanzar el pánico que se esparcía como veneno.

Y entonces, él se levantó.

De un salto, desesperado. Corrió para la puerta.

— ¡THIAGO! — Theo gritó.

Pero era demasiado tarde.

El chico descendió las escaleras a tropezones, la sudadera azul balanceándose como un fantasma detrás de él, los pies descalzos, el corazón disparado.

Theo fue detrás. Corriendo, jadeante, saltando los escalones de dos en dos.

— ¡THIAGO, PARA! ¡ESPERA!

Los padres vinieron enseguida después, aún atónitos, pero Theo no los oía más.

Del lado de afuera, la calle estaba mojada, oscura, la lluvia fina comenzaba a caer.

Y Thiago corrió. Como si huyera de la propia alma.

Cruzó la acera. Ignoró los gritos de Theo. Ignoró el sonido de los coches. Ignoró todo.

— ¡NO! — Theo bramó cuando vio lo que estaba a punto de suceder.

Un coche negro venía en alta velocidad. No frenó a tiempo.

El impacto fue brutal.

El sonido del cuerpo siendo atingido, lanzado en el aire como muñeco de trapo, fue seco, horrible. Thiago cayó metros adelante, golpeando la cabeza con fuerza en el asfalto. La sangre comenzó a escurrir en el mismo instante.

Theo gritó. Un grito que rasgó el cielo, el alma, el mundo.

— ¡THIAGOOOOOO!

Corrió hasta el hermano, lanzándose de rodillas al lado de él. Los ojos de Thiago estaban entreabiertos, desenfocados. La sangre manchaba la sudadera azul. La cabeza estaba inclinada de lado. Inerte.

— NO, NO, NO… — Theo decía, sacudiéndolo con cuidado. — ¡QUÉDATE CONMIGO, BAJITO! ¡QUÉDATE CONMIGO!

Las sirenas sonaron minutos después. Una vecina llamó a una ambulancia.

Dominic llegó enseguida después, alertado por la enfermera del plantón que oyera todo en la radio de la emergencia.

Cuando vio el cuerpo de Thiago en el suelo, sangrando, los ojos entrecerrados y el rostro de Theo cubierto de lágrimas… él paró. Travado.

— No… — susurró Dominic, cayendo de rodillas al lado de los dos. — No… de nuevo, no…

Los paramédicos llegaron y comenzaron los procedimientos.

Thiago no respondía a los estímulos.

La sangre escurría por la nuca.

Y, una vez más, la vida de él pendía por un hilo.

En la camilla, dentro de la ambulancia, Theo sujetaba la mano helada del hermano.

— Aguanta, por favor… — decía entre sollozos. — Te lo prometo. Te voy a proteger. Incluso del mundo, incluso de mí, si fuese preciso…

Dominic estaba del otro lado, ayudando con la reanimación, los ojos rojos, la mente acelerada, el alma en pedazos.

¿Y los padres? Parados en la acera, sin saber qué hacer. Por primera vez, silenciosos.

Pero el silencio de ellos, ahora, era demasiado tarde.

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