Camila tiene una regla: no mezclar negocios con emociones. Pero Gael no es fácil de ignorar. Es arrogante, brillante y está decidido a ganarle. En los proyectos, en las reuniones… y también en el juego de miradas que ninguno de los dos admite estar jugando.
Lo que empezó como una guerra silenciosa de egos pronto se convierte en una batalla más peligrosa: la de resistirse a lo prohibido.
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar por ser los mejores… sin perderse el uno al otro?
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Cero emociones
*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:
Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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Al día siguiente, llegué a la oficina con mi mejor maquillaje de "me da igual" y una sonrisa que no se quitaba ni con removedor industrial.
Blazer negro, pantalón de cintura alta, tacones. Una diosa helada. Y nadie —nadie— iba a romperme el mood.
—¡Buen día, Camila! —Anika apareció en la puerta como si estuviéramos en una serie y ella fuera la antagonista cool que toma café con leche de almendra.
—Buen día —respondí con una sonrisa simpática y cero emocional.
La sala de reuniones estaba lista. Gael ya había dejado su libreta sobre la mesa, y como siempre, olía a su perfume. Ese que una vez me dejó enredada entre sus sábanas. Ahora, apenas lo percibí, me acomodé el cabello y me senté frente a él, sin siquiera mirarlo.
—Estuve trabajando sobre las otras propuestas que nos pidió Spark Energy —dije mientras abría mi laptop—. Y se me ocurrió algo que puede reforzar el enfoque de sostenibilidad sin dejar de ser fresco.
—Cuéntanos —dijo Anika, atenta, mientras Gael parecía más tenso que de costumbre.
Les mostré un mockup en la pantalla. Ambos lo observaron en silencio unos segundos, hasta que Anika sonrió.
—Me encanta. Es fuerte, directo, pero tiene ese toque creativo que engancha. ¿Qué opinás tú, Gael?
—Está bueno —respondió él, con una mirada rápida hacia mí—. Me gusta el contraste visual.
—Perfecto. Entonces, podríamos probar integrarlo al material que tú y Gael estaban diseñando.
—No hay problema —respondí—. Pásame lo que trabajaron y lo adapto.
Ni un atisbo de sarcasmo. Cero drama. Y eso, al parecer, lo descolocó más que cualquier escándalo.
Después de la reunión, Anika se quedó hablando con una de las chicas de recursos humanos, y yo salí sin apuro rumbo a la cocina a buscar café. Sabía que me iba a seguir.
Y no me equivoqué.
—¿Podemos hablar? —preguntó Gael, apoyándose junto a la cafetera.
—¿Sobre trabajo? —levanté una ceja mientras servía mi café—. Porque si es así, sí. Si no... no estoy muy interesada en charlas existenciales.
—Camila...
—Mirá, no te preocupes. Yo entendí —interrumpí, sonriendo—. Sin etiquetas, ¿no? Tu y yo "así estamos bien". Lo tengo clarísimo. Y te juro que no hay resentimientos.
Él me miró como si le acabara de vaciar el alma en una taza de plástico.
—No quiero que pienses que...
—No pienso nada, Moretti. En serio. Estamos bien. Tu haces lo tuyo, yo hago lo mío, y en el medio... hacemos el proyecto lo más brillante posible. ¿Sí?
Tomé un sorbo de café. Ni me tembló el pulso. Bueno, tal vez un poco. Pero eso nadie lo notó.
Él asintió, medio confundido, medio incómodo y yo me di media vuelta, con el café en la mano y la dignidad intacta.
¿Dolida? Sí.
¿Dispuesta a demostrarlo? Ni loca.
A veces, la mejor forma de no salir herida... es usar una armadura de indiferencia. Aunque por dentro estés hecha pedazos.
Así estuve casi toda la jornada, hasta que Gael volvió a dirigirme la palabra.
—¿No vas a decirme nada? —la voz de Gael me hizo detenerme justo antes de salir del baño de la oficina.
Suspiré. Había estado evitándolo todo el día con la maestría de una ninja. Pero claro, hasta las mejores estrategias se derrumban.
—¿Sobre qué? —pregunté sin mirarlo.
—¿Te parece bien lo que hiciste anoche?
Lo miré, ahora sí, directo a los ojos.
—¿A qué te refieres?
—Fui a tu departamento. Toqué. Llamé. Esperé. Y tu... nada.
Sentí la garganta seca.
No pensé que él se atrevería a hacerme reclamos. No después de su "nada serio".
—No teníamos nada del proyecto pendiente, Moretti—dije finalmente—. Eran casi media noche.
—Estaba mal, necesitaba hablar contigo —dijo, y su voz no tenía esa arrogancia típica. Parecía dolido. Cansado—. No me esperabas, ¿no?
—Claro que no —me reí, pero sin humor—. ¿Por qué lo haría? Dijiste que esto no era serio. No tengo por qué esperarte. Ni abrirte si no quiero. No tenía ganas de coger contigo y ya.
Él bajó la mirada, pero yo ya no podía detenerme. Estaba harta de fingir que nada me afectaba.
Flashback. Anoche en el edificio…
Estaba sola en mi departamento, en pijama. No había música, no había vino. Solo yo y mi estúpido corazón latiendo como loco por alguien que había dejado claro que no quería compromisos.
Las luces estaban apagadas. Estaba en el suelo del comedor, abrazando mis piernas, con lágrimas resbalando por mi cara sin que yo hiciera nada por detenerlas.
Porque dolía. Porque esa cosa que empezó como un juego, como una guerra de egos, se había metido bajo mi piel como una maldita espina y ya no era solo deseo. Era miedo, era angustia, era cariño.
Y me odiaba por eso.
Me odiaba por haberme enamorado de mi rival.
Por haberlo dejado entrar tan fácil, por haberle dado tanto de mí.
Y cuando lo escuché golpear mi puerta y su voz del otro lado... mi cuerpo tembló. Quería abrirle. Quería correr a sus brazos.
Pero no lo hice.
Porque no podía seguir lastimándome con su amor a medias.
Presente…
Volví al presente. Mis ojos estaban vidriosos, pero no lloraría delante de él.
—No te abrí, Moretti, porque no soy una parada de emergencia cuando te sientes emocionalmente solo. ¿Solo estoy para el sexo no? ¿Eso te dice algo?
Él me miró, paralizado.
Yo me acomodé el cabello, tragué saliva, y antes de que pudiera responder, le di la espalda.
—Tengo trabajo que hacer.
Y me fui a mi escritorio.
x ahora muy lenta y pesada
Eso si fue incómodo