Una habitante de la galaxia lejana se enamorará irremediablemente de una princesa heredera de Ares.
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Es amor
La princesa le devolvió la sonrisa, dentro de su corazón albergaba sentimientos por esa joven proveniente de la constelación de Andrómeda y saber de la boca de uno de sus hermanos, pues así los consideraba a todos seis desde el mismo día que su padre, el rey Arquemio los llevo al palacio para que fuesen parte de su familia, saberlo de su boca, la de Bastián como vocero de los demás prodigios, le daba una sensación reconfortante, pues para ella implicaba suma importancia la opinión y el visto bueno de cada uno de ellos, y aunque sabía que no todo era color de rosas, dado a la hostilidad evidente con que Nicky había encarado la situación, conocer que los demás, o al menos los prodigios notaron su fascinación por Ari y que además les había caído bien el surgimiento espontáneo de aquel amor dentro de lo más insondable de ella, le producía una alegría inmensa y más ganas de poder realizarlo con plenitud. Ella lo sabía, Ari era el otro extremo de su hilo rojo, así como el que aseguraba y unía los meñiques del hombre de la luna y la mujer del sol. La princesa oscura iluminada por la pasión y el deseo ferviente de un amor casi improbable con la habitante de la constelación vecina. A la vez que realizaba con proeza la inmersión dual dentro de su propio pensar y su propio sentir, la monarca de aquella ciudad imperial como era estimada Atenea, enraizaba con veracidad a su corazón, sujetándolo en el órgano vital que se alojaba en la parte derecha del pectoral superior de la visitante. Dos corazones unidos sin saberlo por el hado que sin dudarlo las marcó para siempre. La vida de Ira antes de Ari fue buena pero nunca había percibido a cabalidad un sentimiento tan hedónico como aquel, hasta supuso la soberana de Atenea ser asexual, ya que nadie antes había convocado el ardiente fuego de la pasión en su ser, hasta que llegó casi que de la nada esta criatura, este ser casi que fantástico, con facciones deliciosas y ternura impecable, sacándola de su zona de confort, desvió su mirada de las letras de un libro apreciable a la fantasía convertida en realidad venida de aquellas ignotas tierras, tan lejanas como la creencia previa de la princesa sobre el amor. Ella la miraba con disimulo, pero era evidente su sentimiento por Ari, todos se percataron de ello y eso no parecía importarle, de hecho, cuando Bastián se lo expresó fue un verdadero alivio, y más sabiendo que contaba con la aprobación de ellos, de los que consideraba sus hermanos, aunque no fuesen de sangre e Icor como lo era el príncipe Odio. En ese pinto sus pensamientos giraron en torno a su gemelo, se preguntaba sobre su paradero y las actividades que estaría ejecutando, divagaba con constancia, si alguna vez Odio pensaría también en ella, si la quería a pesar de sus maquiavélicos actos, ¿qué estaría haciendo su hermano gemelo? ¿estaría bien? ¿tendría frio en la cabaña de cristal? Ira se preocupaba siempre por él, pese a que el demostraba no querer su bienestar, Odio hasta demostraba con alevosía sus malas intenciones con respecto a su única hermana y gemela, pero ella, la princesa guardaba la esperanza de una reconciliación fraterna.