En el imponente Castillo de Lysandre, Elaria, una joven reina de 20 años, gobierna con determinación desde que la tragedia golpeó su familia. Tras la inesperada muerte de su madre años atrás, Elaria asumió el trono bajo la tutela de su padre, el rey Aldred. Aunque ha demostrado ser una líder firme y justa, su vida ha estado rodeada de aislamiento y deberes, lejos de los ojos curiosos del reino. Todo cambia cuando el rey decide abrir las puertas del castillo para un gran baile, invitando a familias nobles y plebeyas a una noche de celebración. Lo que parece un intento de reconciliarse con su pueblo pronto se convierte en caos, pues un grupo de infiltrados entra al castillo con la intención de robar las joyas de la corona. En medio de la confusión, Elaria se encuentra cara a cara con uno de los ladrones: un joven atractivo y enigmático cuyos ojos parecen revelar más secretos que intenciones maliciosas. Aunque debería detenerlo, algo en ella no lo hace.
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Capítulo 22
El gran salón estaba silencioso, salvo por el sonido de los cubiertos rozando los platos. Las velas titilaban suavemente, proyectando sombras danzantes sobre las paredes doradas. Mi padre, sentado en la cabecera de la mesa, comía con tranquilidad, mientras yo apenas había tocado la comida frente a mí.
Mis dedos jugaban con el borde del mantel, mientras mis pies se movían sin cesar debajo de la mesa, golpeando el suelo en un ritmo nervioso. ¿Y si ya había llegado y se había ido al no encontrarme?
—Elaria —la voz de mi padre cortó mis pensamientos como una cuchilla—. ¿Sucede algo? No has probado bocado.
Levanté la mirada rápidamente y traté de recomponerme. Su mirada era afilada, analítica, como si pudiera ver más allá de mis respuestas.
—No, padre —mentí, intentando que mi voz sonara relajada—. Solo estoy… cansada. Ha sido un día largo.
Su ceja se arqueó con desconfianza.
—¿Cansada? ¿De qué? No has hecho nada más que recoger flores.
—Lo sé, pero el aire del jardín me agotó. Creo que me iré a descansar temprano.
Mi padre dejó el cuchillo y el tenedor sobre el plato con un leve tintineo.
—Apenas son las diez y media —señaló, mirando el gran reloj del salón.
Me congelé. Las diez y media.
Me había pasado de la hora.
Mi corazón se detuvo por un instante, y la ansiedad me golpeó con fuerza. Kael debía estar esperando.
—¿Elaria? —insistió mi padre.
Me levanté de golpe, apartando la silla con un movimiento torpe.
—Con su permiso, padre. De verdad, estoy agotada.
No esperé su respuesta. Hice una pequeña reverencia y caminé con prisa hacia la salida del salón. Sentía su mirada sobre mi espalda, pero no me detuve hasta llegar al pasillo.
Mis pasos resonaban sobre el mármol mientras subía las escaleras. El castillo estaba sumido en el silencio nocturno, salvo por el sonido distante de algunos sirvientes apagando las velas en los corredores.
Al llegar a la puerta de mi habitación, la abrí con cuidado, esperando encontrarlo allí. Pero el cuarto estaba vacío.
Me acerqué al balcón y lo abrí de par en par. Me asomé, dejando que el aire frío de la noche acariciara mi rostro, pero no había señales de Kael.
—¿Kael? —susurré hacia la oscuridad.
Nada.
Cerré los ojos con frustración. Tal vez se había marchado.
Retrocedí unos pasos y me dejé caer sobre la cama, cubriéndome el rostro con las manos.
—Eres una tonta, Elaria… —murmuré para mí misma.
Justo cuando estaba por darme por vencida, escuché un leve golpe en el balcón.
Mi corazón dio un salto.
Corrí hacia la puerta del balcón y lo vi allí, apoyado contra la barandilla con una expresión de falsa indiferencia, como si no acabara de escalar el castillo entero.
—Te tardaste —dijo con una media sonrisa—. Pensé que me dejarías plantado.
Lo miré, sin saber si reír o disculparme.
—Mi padre no dejaba de observarme en la cena —susurré—. Apenas pude escapar.
Kael me miró en silencio, y luego sus ojos descendieron lentamente hacia mis labios.
—¿Y valió la pena la espera? —preguntó con esa confianza descarada que lo caracterizaba.
—No lo sé… —contesté, sintiendo cómo mi rostro se calentaba—. Tal vez.
Kael se acercó un poco más, apoyando una mano en el marco de la puerta.
—Tienes que dejar de jugar conmigo, Elaria.
—¿Y tú tienes que dejar de aparecerte en mi habitación a medianoche?
Sonrió.
—Tu fuiste quien me invitó
Kael se dejó caer sobre la alfombra cerca de la cama, con los brazos detrás de la cabeza y las piernas cruzadas, como si aquel fuera su lugar desde siempre.
—Bonito cuarto —comentó con una mueca de falsa admiración, mirando el dosel de mi cama—. Lujoso, pero predecible. Todo esto parece tan… aburrido.
—¿Y qué esperabas? ¿Espadas colgadas en las paredes?
Kael soltó una risa suave, girando la cabeza para mirarme.
—No, pero al menos algo que diga “aquí vive Elaria”, no “aquí vive la hija del rey”. —Hizo una pausa y sonrió—. Aunque esa corona en tu mesa sí que grita “soy de la realeza”.
—Es mi corona de ceremonias. —Me encogí de hombros mientras me sentaba en el borde de la cama, abrazando una almohada contra mi pecho—. No significa nada.
—¿No significa nada? ¿El símbolo de tu linaje? —Kael se incorporó, apoyando los codos sobre sus rodillas mientras me miraba con esa expresión burlona que tanto me sacaba de quicio—. Si no significa nada, podrías regalarme esa corona también . Podría venderla y vivir como rey por unas semanas.
—Ni lo sueñes.
—¿Ah, no? —Kael se levantó y se acercó al tocador, levantando la corona con cuidado—. Está más pesada de lo que pensaba.
—Déjala donde estaba —dije, poniéndome de pie y quitándosela de las manos.
—Relájate, princesa. Solo bromeaba.
—No te burles de estas cosas.
Kael alzó las manos en señal de rendición, pero su sonrisa traviesa seguía intacta.
—Eres más rígida de lo que pensaba. —Se dejó caer de nuevo en la alfombra—. ¿Siempre fuiste así o es el ambiente del castillo lo que te tiene tan… apretada?
—No estoy apretada.
—Claro que lo estás. Si te relajaras un poco, probablemente no habrías corrido al bosque la otra vez.
Rodé los ojos y me senté de nuevo.
—¿Tienes que ser tan molesto todo el tiempo?
Kael me miró desde el suelo, con una ceja arqueada.
—Es parte de mi encanto. —Hizo una pausa y se cruzó de brazos—. Además, alguien tiene que sacarte de esta burbuja.
Hubo un breve silencio, y por primera vez en toda la noche, Kael no hizo ningún comentario sarcástico. Se quedó mirándome de una forma que me hizo sentir expuesta, como si viera más allá de la fachada que intentaba mantener frente a todos.
—¿Por qué te fuiste esa noche? —preguntó finalmente, con una voz más suave de lo habitual.
Apreté los labios y desvié la mirada hacia la ventana.
—No lo sé. —Mentí.
Kael no se movió, pero sentí cómo sus ojos seguían fijos en mí.
—¿Fue por el beso?
—No —respondí de inmediato, aunque mi voz tembló ligeramente.
—¿Entonces?
—Fue… porque me asusté. —Suspiré, jugando con la esquina de la almohada—. No estoy acostumbrada a esto, Kael.
—¿A qué? ¿A tener a un tipo como yo irrumpiendo en tu vida?
—Exacto.
Kael se rió suavemente.
—Bueno, quédate tranquila, porque yo tampoco estoy acostumbrado a colarme en habitaciones de princesas.
—No parece.
—Es la primera vez. Pero no prometo que sea la última.
Hubo otro silencio, pero esta vez, no fue incómodo. Kael se recostó en el suelo con las manos detrás de la cabeza, mirando el techo con expresión pensativa.
—¿Qué harías si fueras libre? —preguntó de repente.
Lo miré con curiosidad.
—¿Libre?
—Sí, si no tuvieras que ser la hija del rey. Si no hubiera bodas arregladas, ni obligaciones, ni coronas de ceremonias.
Me quedé pensando en su pregunta.
—No lo sé. Tal vez viajaría.
Kael giró la cabeza para mirarme.
—¿A dónde?
—A donde sea. Me gustaría ver el mar algún día.
—¿Nunca has visto el mar?
Negué con la cabeza.
Kael se incorporó con expresión de asombro exagerado.
—Eso es trágico. Tendremos que solucionarlo.
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