En la vibrante y peligrosa Italia de 2014, dos familias mafiosas, los Sandoval y los Roche, viven en un tenso equilibrio gracias a un pacto inquebrantable: los Sandoval no deben cruzar el territorio de los Roche ni interferir en sus negocios. Durante años, esta tregua ha mantenido la paz entre los clanes enemigos.
Luca Roche, el hijo menor de los Roche, ha crecido bajo la sombra de este acuerdo, consciente de los límites que no debe cruzar. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando comienza a sentir una atracción prohibida por Kain Sandoval, el carismático y enigmático heredero de la familia rival.
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21
La tensión en la sala de reuniones era palpable, como si el aire mismo estuviera a punto de estallar bajo la presión de las palabras que se lanzaban de un extremo al otro de la mesa. Angel se encontraba en el centro, con la mirada fija en su padre, Subió, mientras intentaba mantener la calma en una situación que había superado todo control.
—Él regresará, papá —dijo Angel con firmeza, tratando de que su voz no temblara—. Siempre y cuando ustedes quiten esa orden absurda y no le hagan daño a ninguno.
Subió lo miraba con frialdad, sus ojos impenetrables. Al otro lado de la mesa, Edmundo mantenía su postura rígida, observando la situación con una mezcla de enojo y frustración. El silencio duró un segundo demasiado largo, antes de que Daniel, iracundo, rompiera la calma al levantarse bruscamente de su silla.
—¡Lo que han hecho es imperdonable! —rugió, sus palabras llenas de veneno—. No pueden quedarse así, sin recibir un castigo.
Angel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que la situación estaba fuera de control, que Daniel era peligroso, pero antes de que pudiera reaccionar, Edmundo se puso de pie también, su rostro rojo de ira.
—¿Te volviste loco? Dijiste que no les harías daño a ninguno, ¡mi hijo también está involucrado! —gritó Edmundo, su voz resonando en la sala como un trueno—. Estaba enojado con él, sí, dije que no quería volver a verlo, pero sigue siendo mi hijo. Jamás le pondría una mano encima, no soy como tú.
La furia en sus palabras resonó en la sala, cada sílaba cargada de resentimiento. Daniel, con los ojos inyectados de odio, no respondió con palabras. En su lugar, su mano se movió hacia su cinturón, sacando de forma casi instintiva una pistola que parecía haber estado esperando ese momento.
Todo sucedió en un parpadeo. El disparo resonó como una explosión, y el cuerpo de Edmundo se desplomó hacia atrás, impactando contra el suelo con un ruido sordo. Angel gritó con desesperación.
—¡Papá! —exclamó, su voz quebrada mientras corría hacia su padre.
Se lanzó al suelo, sus manos temblorosas agarrando con fuerza el cuerpo de Edmundo, quien seguía consciente, pero con la respiración entrecortada. Los ojos de Edmundo estaban abiertos, pero el dolor era evidente en su rostro. La sangre comenzaba a manchar el suelo, oscura y densa, mientras Angel lo sostenía con fuerza, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir.
—Maldito infeliz… —murmuró Angel entre dientes, su mirada fija en Daniel, quien estaba caminando hacia la puerta con una calma aterradora, cargando su pistola como si estuviera preparándose para otra cacería.
El odio que sentía hacia Daniel lo invadía por completo, pero en ese momento, su prioridad era su padre. Edmundo le apretaba el brazo con una fuerza sorprendente, como si cada segundo contara, como si estuviera aferrándose a la vida a través de su hijo.
—Angel… no dejes que le haga daño a tu hermano —dijo Edmundo con voz débil, sus palabras impregnadas de urgencia—. No dejes que lo encuentre.
Angel lo miró, sus ojos llenos de dolor y rabia. Sabía lo que significaban esas palabras. Daniel estaba decidido a encontrar a Luca y a Kain, y no pararía hasta verlos destruidos. El tiempo se acababa.
El sonido de las pisadas de Luca resonaba en el aire tenso mientras caminaba con una resolución que no había mostrado antes. Sus palabras eran firmes, aunque en el fondo de su corazón la duda lo carcomía.
—Tenemos que regresar, Kain —dijo, sin mirar atrás—. Mi padre es más condescendiente, él me entenderá y terminará aceptándolo.
Kain lo observaba con incredulidad, el pánico comenzando a arremolinarse en su pecho. No podía creer lo que estaba oyendo. Se adelantó rápidamente, agarrando a Luca por el brazo con una fuerza que reflejaba su desesperación.
—No podemos regresar, Luca —respondió Kain, sus ojos buscando los del otro chico, esperando que lo comprendiera—. Tu padre puede ser lo opuesto al mío, pero no entenderá, no querrá escucharnos.