Lazos De Poder

Arata se apoyó contra el marco de la puerta, respirando profundamente, tratando de ignorar el leve dolor en sus músculos mientras bajaba las escaleras. Su cuerpo aún no estaba del todo recuperado, pero al menos podía moverse. Cada paso le recordaba los días anteriores, aunque trataba de apartar esos pensamientos de su mente. Lo que realmente lo desconcertaba era la mansión. Estaba… extrañamente silenciosa.

No había visto a nadie desde que había salido de la habitación. Ni siquiera a los insoportables de Sergei y Dmitri, que siempre se paseaban por ahí como si la mansión fuera suya. Arata frunció el ceño mientras avanzaba por el pasillo. El eco de sus pasos resonaba en el suelo de mármol, y el vacío en el aire lo hacía sentir como si estuviera caminando por una casa abandonada. ¿Dónde estaban todos?

Primero se dirigió al jardín, esperando tal vez encontrar a alguien allí, pero la vista estaba tan vacía como el resto de la mansión. Después de unos minutos de frustración, decidió ir a la cocina. La señora Karpova solía estar allí, y si alguien sabía qué estaba pasando, era ella.

Al entrar en la cocina, efectivamente la encontró. La señora Karpova estaba lavando verduras, su postura rígida como siempre. Apenas levantó la vista cuando Arata entró.

—Señora Karpova —comenzó Arata, cruzándose de brazos—, ¿dónde están todos? No he visto a Sergei, Dmitri… ni siquiera a Alexander.

La mujer siguió lavando las verduras por un momento, luego se secó las manos con un trapo y lo miró con una expresión impasible. Después de una pausa incómoda, dijo:

—No es mi lugar para hablar de eso.

Arata parpadeó, sorprendido por la frialdad en su respuesta. Antes de que pudiera decir algo más, la señora Karpova volvió a concentrarse en su tarea, dándole la clara señal de que no pensaba ofrecer más información.

Con una mezcla de frustración y confusión, Arata se retiró de la cocina y decidió esperar a que llegara la noche para confrontar a Mikhail. Sabía que la respuesta a esta situación extraña solo podía venir de él.

Horas más tarde, cuando la noche cayó y la mansión se sumió en un silencio aún más profundo, Mikhail finalmente entró en la habitación. Arata estaba sentado en la cama, mirándolo fijamente, los brazos cruzados, como si estuviera esperando justo ese momento.

—Mikhail —comenzó, su tono firme, aunque su cuerpo aún mostraba rastros de cansancio—, ¿qué demonios está pasando? ¿Dónde están todos? ¿Sergei? ¿Dmitri? Incluso Alexander ha desaparecido.

Mikhail, que acababa de quitarse la chaqueta con una tranquilidad casi irritante, se giró hacia él y respondió con una calma que casi lo dejó helado:

—Los despedí a todos.

Arata se quedó boquiabierto. Parpadeó, procesando las palabras de Mikhail como si no estuviera seguro de haberlas escuchado correctamente.

—¿Qué? —preguntó, su voz elevándose en incredulidad—. ¿Despediste a todos? ¿Así, sin más?

Mikhail asintió, como si acabara de anunciar que había cambiado la marca de cereal que desayunaba, y no algo tan monumental como despedir a todo el personal de la mansión.

—Sí —respondió, su tono tan natural que era casi insultante—. Sergei y Dmitri están con el clan. Les prohibí la entrada a la mansión.

Arata abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua, sin poder procesar lo que acababa de oír. Las palabras de Mikhail resonaban en su cabeza mientras intentaba comprender la lógica detrás de una decisión tan radical.

—¿Pero por qué? —tartamudeó, su incredulidad transformándose en algo cercano al pánico. ¿Qué clase de locura había hecho Mikhail?

Mikhail, que aún estaba perfectamente tranquilo, lo miró a los ojos y explicó con una calma espeluznante:

—No quiero que nadie más sea capaz de verte en el estado en que te dejé. Aunque nadie más pueda oler tus feromonas, me molesta que puedan ver mi marca. —Señaló con un gesto despreocupado el cuello de Arata, donde la marca aún estaba roja y algo hinchada—. No soporto la idea de que te vean así.

Arata se quedó petrificado. Lo que acababa de escuchar lo dejó sin palabras, y eso era decir mucho. Mikhail, su alfa, había despedido a todo el personal de la mansión solo porque… ¿estaba celoso de que alguien más lo viera? El nivel de territorialidad de Mikhail lo dejó pasmado.

Finalmente, después de varios segundos de aturdimiento, Arata encontró su voz.

—¿Espera, qué? ¿Me estás diciendo que despediste a todos solo porque no quieres que nadie más me vea con tu marca? —preguntó, y aunque trataba de sonar serio, su tono tenía un matiz de incredulidad que no podía controlar.

—Exacto —respondió Mikhail sin inmutarse, como si fuera la cosa más lógica del mundo.

Arata, por un momento, no pudo hacer otra cosa que reírse. La situación era tan absurda que no pudo evitarlo. Una risa nerviosa y desesperada salió de sus labios mientras sacudía la cabeza.

—Mikhail, ¿te escuchas? —dijo entre risas, aunque intentaba controlarlas—. ¿Qué demonios voy a hacer aquí solo? ¿Morir de aburrimiento? Necesito compañía, aunque sea para discutir con Sergei o burlarme de Dmitri. ¡Incluso Alexander! —Se levantó de la cama, y aunque sus músculos aún se resentían, su energía comenzaba a volver—. Mira, Alexander ni siquiera es alfa u omega, es un beta. ¿Por qué lo incluiste en este delirio tuyo?

Mikhail se cruzó de brazos, claramente sin afectarse por el arrebato de Arata, y respondió con un encogimiento de hombros.

—No quiero que nadie te vea. Ni siquiera un beta.

Arata lo miró, sin poder creer lo terco que podía llegar a ser. Tomó aire, tratando de mantenerse calmado, y cruzó los brazos, imitando la postura de Mikhail.

—Bien, esto no va a funcionar —dijo finalmente, tratando de sonar autoritario, aunque su tono seguía siendo más de frustración que de seriedad—. Quiero que los vuelvas a contratar. Especialmente a Alexander. No puedo pasar mis días en esta mansión enorme solo contigo, o voy a volverme loco. —Lo miró fijamente, esperando que Mikhail entendiera su punto.

Pero Mikhail no cedía tan fácilmente.

—¿Negociamos? —dijo Mikhail con un leve brillo en sus ojos, divertido por la firmeza recién descubierta de Arata.

Arata arqueó una ceja.

—¿Negociar qué? —respondió, sin saber si debería reír o preocuparse.

—Te devolveré a Alexander —comenzó Mikhail, caminando lentamente hacia Arata hasta estar frente a él, inclinándose levemente para mirarlo directamente a los ojos—, pero Sergei y Dmitri… se quedarán fuera por un tiempo. A menos que, claro, quieras darme algo a cambio.

Arata lo fulminó con la mirada, aunque la cercanía de Mikhail lo hacía difícil concentrarse.

—¿Qué quieres, Mikhail? —dijo con sospecha.

Mikhail sonrió, y su sonrisa era tan astuta como peligrosa.

—Podría pensar en algo, pero lo discutiremos más tarde. Por ahora, Alexander volverá mañana. ¿Contento?

Arata suspiró, sabiendo que probablemente había caído en alguna trampa de Mikhail, pero al menos había conseguido lo que quería.

—Está bien —dijo, levantando una mano en señal de rendición—. Pero no pienses que me olvido de esto. No me quedaré solo en esta mansión para siempre.