En un mundo donde las jerarquías de alfas, omegas y betas determinan el destino de cada individuo, Hwan, un omega atrapado en un torbellino de enfermedad y sufrimiento, se enfrenta a la dura realidad de su existencia. Tras un diagnóstico devastador, su vida se convierte en una lucha constante por sobrevivir mientras su esposo, Sung-min, y su hija, Soo-min, enfrentan el dolor y la incertidumbre que su condición acarrea.
A medida que los años avanzan, Hwan cae en un profundo coma, dejando a su familia en un limbo de angustia. A pesar de los desafíos, Sung-min no se rinde, buscando incansablemente nuevas esperanzas y tratamientos en el extranjero. Sin embargo, la vida tiene planes oscuros, y la familia deberá enfrentar pérdidas irreparables que pondrán a prueba el amor que se tienen.
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Cinco años despues
Lee había pasado los últimos cinco años operando desde las sombras. Cada paso que daba era calculado con precisión. Sabía que el negocio que había heredado no podía tener imperfecciones, no mientras él estuviera al mando. Trabajaba día y noche, obsesionado con limpiar su imagen, con borrar cualquier rastro que pudiera incriminarlo. No podía permitirse errores. Todo tenía que ser perfecto, cada transacción, cada documento.
Pero había algo que no podía limpiar, algo que le atormentaba más que cualquier rastro en los libros de cuentas: el recuerdo de Ryu. Cada noche, cuando el cansancio lo llevaba a la cama, sus pensamientos lo traicionaban. Recordaba esas noches, cuando el deseo lo consumía, cuando los cuerpos se encontraban y el mundo desaparecía. Pero ahora esas noches eran solo fantasmas, sombras de lo que una vez fue, y el dolor de haber sido traicionado lo quemaba por dentro.
Ningún otro Omega podía saciar su deseo. Intentó llenar ese vacío con otros, pero ninguno era Ryu. Ninguno lograba encender el fuego que solo él había encendido. Las comparaciones eran inevitables, y cada encuentro lo dejaba más vacío, más furioso. Era como si Ryu estuviera grabado en su piel, en su alma, y no podía arrancarlo, no importaba cuántas veces lo intentara.
Desesperado por respuestas, Lee comenzó a espiar a Ryu. No podía evitarlo. Quería saberlo todo. Quiénes eran sus amigos, con quiénes se reunía, si había alguien más en su vida. No soportaba la idea de que alguien lo reemplazara. Manipulaba las circunstancias, movía hilos invisibles desde las sombras para asegurarse de que nadie se quedara cerca de Ryu por mucho tiempo. Cualquier Alfa u Omega que se atreviera a acercarse no duraba más de una semana. La presión que Lee ejercía era tan sutil y constante que terminaban alejándose.
Había perfeccionado el arte de controlar a las personas desde las sombras, pero la verdad era que Lee seguía siendo un prisionero de su propio poder. Aunque desde fuera parecía que había dejado atrás el mundo del crimen, la realidad era diferente. Sus conexiones con la mafia seguían intactas, y no dudaba en usarlas para mantener el control sobre cualquiera que se acercara a Ryu.
Los días en que lograba mantenerse sobrio eran raros, pero cuando sucedía, se aferraba a esos momentos con desesperación. Intentaba convencerse de que estaba en control, de que todo era parte de su plan. Pero la verdad era que nunca lo estaba. El dolor de haber sido amado y desechado lo seguía, como una sombra constante que no podía sacudirse. Cada vez que recordaba que Ryu había tenido un hijo con otro, su mundo se derrumbaba un poco más.
El alcohol se convirtió en su refugio, su única salida cuando el dolor se hacía insoportable. Las noches se desdibujaban en una mezcla de borracheras y encuentros sin sentido. Pero nada, ni el licor más fuerte ni los cuerpos más perfectos, podían borrar la imagen de Ryu. Lo único que lograban era hundirlo más en su miseria.
Había momentos de lucidez, breves instantes en los que podía ver con claridad lo que estaba haciendo, pero esos momentos eran escasos. El odio y el rencor lo consumían. Odiaba a Ryu por haberlo abandonado, por haberse entregado a otro. Odiaba el hecho de que su hijo nunca sería suyo. Pero al mismo tiempo, el deseo seguía vivo, latente, como una llama que no podía apagar.
Lee no sabía si quería destruir a Ryu o si, en el fondo, lo deseaba más que nunca. La mezcla de emociones lo volvía loco: la traición, el amor no correspondido, el dolor de haber sido reemplazado. Pero había una cosa que sí tenía clara: de una forma u otra, Ryu volvería a ser suyo, aunque tuviera que destruir todo a su alrededor para lograrlo.
Mientras tanto, la sombra de su pasado seguía acechándolo. Aunque había limpiado su negocio por fuera, la suciedad del alma seguía ahí, envolviéndolo, alimentando su obsesión. Y en las noches más oscuras, cuando el licor ya no podía anestesiar el dolor, se prometía que algún día, cuando todo estuviera en su lugar, haría que Ryu pagara por cada momento de sufrimiento que le había causado.
me encanta la escritura....
ánimo 😁