Doce hermosas princesas, nacidas del amor más grande, han sido hechizadas por crueles demonios para danzar todas las noches hasta la muerte. Su madre, una duquesa de gran poder, prometió hacer del hombre que pudiera liberarlas, futuro duque, siempre y cuando pudiera salvar las vidas de todas ellas.
El valiente deberá hacerlo para antes de la última campanada de media noche, del último día de invierno. Scott, mejor amigo del esposo de la duquesa, intentará ayudarlos de modo que la familia no pierda su título nobiliario y para eso deberá empezar con la mayor de las princesas, la cual estaba enamorada de él, pero que, con la maldición, un demonio la reclamará como su propiedad.
¿Podrá salvar a la princesa que una vez estuvo enamorada de él?
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CAPÍTULO 21
En el mundo, solo había dos tipos de malditos: los primeros, aquellos que se vendieron al Maligno o algún demonio con tal de tener poder y riqueza, tal era el caso de él. Y los segundos, aquellas personas que fueron malditas por los primeros. Pero por lo general, el único aroma que emanaba de su alma era el de la muerte, así que esa joven debía ser un caso especial.
—¿Cuál es tu nombre?—le preguntó el capitán.
—Corinne, mi señor—respondió Marina—es la nueva mucama.
Virgil frunció el ceño, parecía un león en frente de un pequeño conejo. Podía observar como la chica temblaba y eso que no estaba tan cerca de ella como para morderla. Aunque aquello hizo que su interés aumentara, y más por saber si ella era virgen.
—¿Por qué no respondes?—le preguntó de nuevo.
—Es muda y sorda, mi señor—volvió a responder la anciana—aunque sabe leer los labios, por lo que...
—Entiendo—la interrumpió—Dile que me mire a los ojos, Marina. Es una orden.
Haciéndole una señal con el brazo. Corinne subió su mirada, encontrándose frente a frente al hombre que tanto imponía desde su llegada. No supo la razón por la cual; sin embargo, su corazón se detuvo un segundo justo cuando sus ojos se cruzaron con los de él.
"Es virgen, sin dudas... pero no es una hipócrita"
Pensó chasqueando un poco la lengua, ya que aquello no estaba dentro del trato que hizo con el Maligno. Sin embargo, necesitaba hacerlo cada tres días con una virgen, a cambio de seguir teniendo riquezas. Pero, en vista que cada vez se le hacía más difícil conseguir una mujer hipócrita que aún conservara su virginidad, de pronto aquella chica pudiera servir.
—Te espero en mi habitación a las diez de la noche—le susurró cerca de su rostro—si no vas perderás tu trabajo y el de tu compañera también.
Tragando en seco, Corinne asintió intentando contener su miedo. Ese hombre era malo, lo podía sentir en su piel. Era una sensación similar al demonio que todos los días, desde que despertó tras haber sido salvada, soñaba en sus pesadillas; sin embargo, al menos agradecía que esta vez no hubiera un olor a podrido.
Marina ayudó a la joven y entre ambas, después de que el capitán se fuera, lograron terminar de limpiar la zona principal del segundo piso. Cuando vieron que era su hora de descanso, fueron relevadas por dos mucamas más y la anciana se llevó a la chica al comedor de empleados.
—Siéntate y espérame acá—le dijo la anciana—veré si el cocinero nos regala un poco de té.
Corinne asintió pálida, mientras observaba a la mujer entrar en la cocina. Nerviosa, agachó su mirada y comenzó a jugar con sus dedos, mientras movía sus piernas. El no recordar nada hacía que su herida en la frente ardiera un poco; sin embargo, su corazón latía de miedo ante el capitán.
No sabía cómo estaba relacionado ese hombre con el monstruo de sus pesadillas, pero solo esperaba que fuera eso, una simple pesadilla. Lo que si podía recordar bien era la oscuridad en los ojos de ese ser, que, comparada a la oscuridad de los bellos ojos del capitán, era algo que la inquietaba demasiado.
Llevando sus manos a su cara, intentó descansar un poco, hasta que sintió una pequeña manita en la falda de su uniforme. Al levantar su mirada, el miedo de su corazón se desplazó, para dejar paso a un sentimiento muy tierno. En frente suyo, un angelito pequeño la observaba.
—¿Por qué tá tite?—habló la niña.
Eloíse, traviesa con su niñera, al escuchar que su padre estaba en los pisos inferiores, se escapó de su vigilancia para correr por los muchos pasillos del lugar. No obstante, un delicioso aroma a rosas hizo que esta se desviara y llegara hasta donde se encontraba Corinne.
Corinne, la cual no sabía como reaccionar o responderle a la niña, intentó busca su pequeña libreta de notas y lápiz para escribirle; sin embargo, no la pudo encontrar. Al subir de nuevo su mirada, encontró la cara expectante de Eloíse.
Temiendo asustarla, solo sonrió y negó con la cabeza, para tocarse su pecho y luego hacer una señal de que estaba bien. La niña estaba muy curiosa con la mujer que olía a rosas, por lo que tomó el atrevimiento de sentarse en sus piernas, ante la mirada sorprendida de los demás empleados que sabían la identidad de ella.
Sorprendiendo a Corinne, la joven mucama tenía el corazón acelerado, la ternura de esa niña hacía que todos sus sentimientos negativos desaparecieran. Era como un ángel en la tierra, lastimosamente no podía hablar con ella.
—¡Nana!—gritó Eloíse—¡Encontré a Bella!
La niñera de la niña, con la respiración entrecortada, quedó aliviada al encontrar finalmente a la hija del capitán Virgil. La niña ignoraba la angustia con la que había hecho pasar a su cuidadora, estaba encantada con la mujer que había encontrado. Recordaba incluso su historia favorita, donde una joven hermosa llamada Bella, con aroma a rosas, domaba el corazón frío de una bestia.
—¡Señorita! ¡No lo vuelva a hacer!—respondió limpiando su sudor—su padre puede enojarse...
—¡Pero encontré a Bella!—la interrumpió la niña—¡Estoy segura de que ella hará que papá deje de ser un ogro!
Todos estaban con los ojos abiertos, al escuchar como la niña llamaba ogro al capitán. Corinne, quien intentaba seguir la conversación leyendo los labios de la niña, se quedó confundida ante el frío mortal que había en el lugar.
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Los rumores corrieron demasiado rápido entre todos los empleados, hasta llegar a oídos de Esmeralda, la cual estaba enojada con la nueva mucama. Lo que no había podido hacer ella en meses que llevaba trabajando en ese barco, lo había hecho en un día.
Por mucho intentó acercarse al capitán, incluyendo a su hija, con la que esperaba tener un encuentro más cercano con su jefe; sin embargo, cuando al fin logró estar bajo las sabanas del capitán, este terminaría por despreciarla.
—El capitán es mío—susurró tomando un cuchillo de la cocina—¡Mío!
Con los ojos completamente oscuros, salió del lugar y observó a lo lejos a la nana de Eloíse, la niña y la mojigata sordo-muda de la nueva mucama. Era cuestión de minutos para que todo se llenara de empleados, listos para almorzar, por lo que era solo esperar a que la pequeña decidiera irse.