⚠️ Contiene suicidio, depresión, transtorno de estrés postraumático, dependencia emocional, violencia, abuso, rasgos de psicopatía, sadismo, contenido +18 (censurado) y una relación poliamorosa.
John, un omega que se ha cansado de vivir. Decide que ya no hay sentido alguno, se sumerge en el lago pinos susurrantes y allí deja escapar su vida. Tercer intento fallido, pero ahora todo es diferente. Al parecer en ese mundo nadie conoce a los omegas y la persona que más le hizo daño, ha muerto. John descubre en este mundo la delicadeza que las personas pueden tener pero que él nunca conoció en su antiguo mundo, el doctor Jeison. El Dr se muestra amable, atento y cuidadoso de una manera que John no ha experimentado. Lleno de cicatrices tanto en su cuerpo como en su corazón, ignora el hecho de que quien acaricia su nariz es un lobo disfrazado de oveja.
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¿La esperanza está alcanzada?
Al despertar, me encontraba solo en la cama. Miré el reloj en la pared. Eran las 7:30. El Dr. me había dicho que hoy saldríamos, pero no mencionó la hora. Era la primera vez que saldría con alguien para ir de compras. ¿Cómo se suponía que debía actuar? El Dr. me había sugerido que pensara en qué quería comprar, pero lo único que se me ocurría era ropa. Realmente solo tenía una camiseta, unos jeans y unos zapatos que me quedaban pequeños.
No tenía deseos personales, un gusto o un hobby, aparte de leer. Tal vez pensaría en comprar libros si no tuviera tantos sin leer. "¿Qué es lo que me gusta? ¿Qué me hace feliz? ¿Qué me motiva?" Pensé. Lo único que pude responderme a mí mismo fue: el Dr., Dios, realmente estaba enloqueciendo. Éramos desconocidos, él quería una mascota y yo empezaba a quererlo a él. ¿Qué conseguiría con estos anhelos si no romper mi corazón una vez más? Ya había aceptado ser lo que el doctor quería que fuera. Sin miedos o inseguridad, sería todo lo que necesitaba. A cambio, él sería el calor que nunca había experimentado. Escondería mis sentimientos para mantener esto que tenía ahora. De todas formas, había ignorado situaciones que solo me habían dejado malos recuerdos. Podía hacerlo. Este era el precio que debía pagar. Sería el conejo perfecto para el Dr.
Después de estirarme, me levanté de la cama. Cuando abrí la puerta del baño, el Dr. estaba en la regadera. Cerré de inmediato la puerta; por suerte no había sido visto. El cuerpo del Dr. era impresionante. Los músculos que poseía solo habían estado en mi imaginación y su entrepierna... era grande y ancha. ¿Cómo podía entrar eso en mí? Sentí mi rostro calentarse y al mismo tiempo sonrojarse. ¿Por qué debí abrir la puerta? Esto es demasiado vergonzoso y pervertido.
Haber tenido sexo con él, me enseñó que podía disfrutar del acto. Todas las veces que había terminado con un hombre encima de mí debido a mis celos, incluso estando en un estado de máxima excitación, me había parecido asqueroso. Prefería darme la vuelta y dejar que todo pasara rápido. Ellos terminaban cansándose y yo, bueno... yo solo me sentía sucio y asqueroso. Esa sensación de que no importa cuánto te restriegues con esponja y jabón, la esencia de esa persona sigue en tu cuerpo. Ahora, empezaba a sentir que todos estos recuerdos eran lejanos. La esperanza que nacía en mi corazón era tan fantástica e irreal. Si me hubieran preguntado hace dos semanas si creía que conocería a una persona como el Dr., seguramente habría dicho que no y luego habría ido a la habitación a llorar toda la noche.
La puerta del baño se abrió. Volteé, aún con pena. El doctor traía una toalla en sus caderas. Las gotas caían por su cuerpo, bajando desde su mentón al cuello; de allí pasarían por su pecho hasta su abdomen marcado y, aquella gota de agua, terminaría humedeciendo la toalla.
– Buenos días, conejito – saludó el Dr. mientras besaba mi nariz.
– Oh, ah, ¡buenos días! – respondí de manera exagerada. El Dr. frunció el ceño y luego me miró de arriba abajo.
– ¿Esperabas entrar al baño? Es una lástima, podríamos habernos duchado juntos – dijo con decepción.
– Oh, no, yo... solo estaba pensando –
– ¿Cosas malas? – preguntó.
– Yo, ¿a qué te refieres? –
– Me refiero a que si te lastimas con tus pensamientos. Si lo haces, no lo hagas más, no necesitas hacerlo – me tomó el rostro con sus manos húmedas y frías. Un sentimiento de melancolía se apoderó de mi pecho y, con un nudo en la garganta, mis ojos se humedecieron.
¿Por qué este tipo decía cosas que solo demostraban todo lo bueno que no había tenido? Ojalá pudiera borrar todos mis recuerdos y despertar con el Dr.. Ojalá mi vida hubiera empezado desde que lo conocí.
El Dr. me abrazó. Yo lo abracé con más fuerza.
– Vamos, ahora estás conmigo – aseguró.
Asentí y me alejé de su abrazo. No quería, pero debía. Teníamos que salir.
– Sabes, si quieres buscar venganza, puedes pedírmelo. Haré lo que digas – su comentario me causó diversión. Este hombre, antes de preguntarme por lo que había pasado, se estaba ofreciendo para ayudarme a vengar mi sufrimiento. ¿Cómo le decía que en este mundo él ya estaba muerto? Y, que si por mí fuera, jamás regresaría al mundo de donde había venido, incluso si pudiera vengarse. Prefería todo esto antes que nada.
– Ya no es necesario – dije sonriendo. Y era cierto, ahora estaba en este mundo. Más importante aún, ahora estaba con el Dr. Ya no debía preocuparme porque mi padre me encontrara, ni por sobrevivir al día siguiente. No, ahora mi única preocupación era no ser encarcelado...
–Doctor, si salimos, la policía podrá encontrarme –
–No te preocupes por esas cosas, yo me encargo. ¿De acuerdo? – afirmó. Yo confiaba en él.
–Entonces iré a ducharme ahora. –
–Muy bien– Tomé los vaqueros y el suéter negro con una caricatura de alienígena. Entré al baño y allí me quité la camiseta del doctor que llevaba puesta. Me duché rápido, cubrí mi herida y lavé mi cuerpo. Al terminar, me vestí. Faltaban los zapatos, no los había traído. Sequé mi pelo con la toalla y me miré al espejo. Estaba mejorando, me veía mucho mejor que hace una semana. Eso era bueno. Cuando salí, el doctor estaba vestido de forma informal. Llevaba unos vaqueros y una camiseta. Estaba sentado en la cama con el botiquín. Stiv me limpiaba y cubría la herida cuando el doctor no podía.
–¿Ya estás listo? – preguntó.
–Sí, solo faltan los zapatos. –
–¿Esos que te quedan pequeños? –
–Sí– dije sacándolos del armario.
–Yo te ayudaré a ponértelos, vamos, siéntate– eso hice.
Me senté en la cama y el doctor se arrodilló. Soltó los cordones y abrió los zapatos. Con facilidad entraron, pero una vez que apretaba los cordones, mi pie se sentía incómodo. Puso mis zapatos así sin tanto esfuerzo. Cuando terminó, se lavó las manos y se sentó nuevamente.
–Hoy, yo limpiaré tus heridas y las revisaré– declaró. Asentí. Vi cómo descubría mi herida. Estaba un poco hinchada y enrojecida y podía ver los puntos de sutura. La herida había empezado a picar, lo que significaba que ya estaba sanando. Cubrió mi herida cuando terminó de limpiar.
–¿Stiv te ha estado limpiando bien? – preguntó.
–Sí, siempre soy yo quien lo olvida, pero él aparece y lo recuerda– respondí.
–Muy bien, le daremos más días a los puntos. Después los podremos quitar. –
Asentí.
–¿Estás listo para salir? – inquirió.
–Siempre estaré listo si es contigo – Mi rostro se calentó. ¿Qué estupidez había dicho? Estaba enloqueciendo. Bajé mi mirada y caminé hasta la puerta. El doctor me alcanzó y con su mano en mi cintura, salimos de la habitación. Él no dijo nada, lo agradecí.