CONTRATO CON EL CEO

LARRY RUSSO

Todo este tiempo fui un payaso para Aurora. Verla con vida, me alegra por qué mis culpas se irán. Pero del mismo modo, verla con vida, significa que fui un juego de ella.

Todo lo que sufrí, todo lo que lloré, mis depresiones y mis ansiedades fueron vistas por ella y ella seguramente se burlaba de mí. Hay muchas cosas que no entiendo, yo vi que le disparaban en la cabeza, la vi caer, la vi morir en mis brazos. Vi como condenaban al asesino. Todo es muy confuso.

No quiero agitar mi pasado, ahora que tengo a Abigaíl, quien espera un hijo mío y quien es la mujer que más amo en este instante, pero quiero saber la verdad para cerrar esa página de mi vida.

Llamé a mis abogados para que averiguaran que había pasado.

Abigaíl había ido a la universidad, Pero me había llamado casi inmediatamente. Regresé a la universidad a recogerla. Estoy seguro de que Aurora es la razón.

Me bajé del auto. Ella estaba esperando a un lado de la calle. Tenía sus ojos, su nariz y sus labios rojos. Al ser de tez blanca se podía notar cada vez que ella lloraba.

En cuanto la ví así, la abracé. Me sentí un poco culpable porque siento que ella vive esto por mi culpa.

— Te parece que comamos un helado, tal vez se mejora tu estado de ánimo— le dije acariciando sus mejillas.

Ella me miró mordiendo sus labios. Unas lágrimas rodaron por su mejilla.

— Quiero regresar a Estados Unidos. Siento que no podré con esto. Perdón, no es que sea cobarde y que dude de tu amor por mí. Porque creo y siento que me amas — ella buscaba en mis ojos una respuesta, aunque decía que estaba segura, realmente ella estaba dudando de mis sentimientos.

— No eres cobarde mi amor. Si quieres nos regresamos hoy mismo. Quiero que nuestro bebé, nazca bien— le di beso en la frente— yo te amo muchísimo.

— Perdón por llorar. Creo que el embarazo me tiene alteradas las hormonas. Te juro que no quiero llorar, porque yo no soy una llorona, Pero no sé que me sucede— Ella me abrazó con fuerza.

Aurora nos observaba desde los portones de la universidad.

— Sube, vamos a comer un poco de helado. Ando antojado— Ella se subió y yo empecé a conducir.

Las heladerías estaban cerradas, tal vez porque era muy temprano.

— No hay más remedio, en el supermercado venden helados. Lo comeremos en casa.

Compré helado.

Llegamos a casa. Le serví un poco de helado.

— Si quieres viajamos hoy. Creo que puedes regresar a trabajar sin problemas si le cuentas a Ernesto que estás embarazada y que la estás pasando mal.

—¿Y está casa? Y todas las cosas que has comprado, ¿qué va a pasar con ellas?

— No te preocupes por las cosas materiales. Se ponen a la venta. Lo hablaré con mis abogados y listo. No hay por qué estresarse. Está bien?

— Si— Ella sonrió.

Necesitaba que Abigaíl se relajara, que no estuviera estresada. Sé que en otro momento, ella no derramaría ni una sola lágrima, porque es una mujer con un ego elevado. Pero está embarazada y es susceptible a las emociones.

Hice algunos preparativos para viajar a Estados Unidos vía teléfono.

— Nuestro vuelo está reservado para hoy a las 8 de la noche. Nos da tiempo para organizar las maletas.

La tarde la pasamos arreglando las maletas. A las 6:30 pm salimos de la casa, listo para ir al aeropuerto

. Y ahí, afuera estaba Aurora.

— ¿Qué diablos haces aquí? — Abigaíl gritó— Ya te dije que voy a defender a mi familia.

— Relájate, que vengo a hablar con él, no contigo.

— No tenemos nada de que hablar. Hazte a un lado que nos estorba la pasada.

— Te voy a dejar a paz, solo si aceptas un trato conmigo.

— No voy a hacer tratos contigo. Sabes muy bien, que puedo demandarte por fingir tu propia muerte, por daños psicológicos.

— No creo que seas capaz, tú me amas— Ella trató de tocarme las manos.

Abigaíl se paró frente a ella y le dio una cachetada. Aurora se lo regresó.

Tomé del brazo a Aurora y se lo apreté, tenía ganas de destruirla.

— A mi esposa, no la vuelvas a tocar. Te lo advierto una vez más, o te largas de mi vida para siempre o te denunció a la policía por fingir tu muerte. Continúa muerta que el papel aún te queda.

— Como has cambiado, antes eras un estúpido pusilánime que me hartaba con tanto amor que destiladas por mí, no sabes cómo me desesperaba. Jamás te amé. Eres un maldito perdedor.

— La perdedora eres tú, que hoy me buscas. ¿Por qué?

— Dinero, tu cara solo simboliza dinero.

Abigaíl me tomó de la mano y la apretó. Se tocaba el vientre.

La cargué hasta mi auto, subí las maletas y la llevé al hospital. Aurora se quedó ahí, en la calle.

Los doctores revisaron a Abi.

— Tienes poco de embarazo. Vamos a hacerte una ecografía de emergencia.

Pasamos en el hospital hasta media noche. El bebé estaba bien y Abigaíl ya se había calmado.

— Perdimos el viaje.

— Lo reprogramé para mañana al medio día. Primero nuestro hijo y tu salud. Perdóname por provocar esto. Jamás pensé que era una loca, psicópata.

— Está bien. Descansemos un poco. Tengo sueño. Ven y compartamos la cama un rato.

—¿Y si el doctor nos regaña?

— No importa. Correré el riesgo. Pero quiero tenerte conmigo, solo así dormiré en paz.

Me subí a la cama y la abracé. Le susurré en el oído que la amaba.

— Yo también te amo— ella cerró sus ojos.