Mi nombre era Rosana, pero morí en un motel de mala muerte con olor a humedad y fracaso. Lo último que recuerdo antes de desmayarme fue un tipo que pensaba que pagarme le daba derecho a todo. Spoiler: casi lo logra.
Desperté en una cabaña en medio del bosque, con siete hombres mirándome como si hubiera caído del cielo... o del catálogo de fantasías medievales. Y yo, sin entender nada, tuve la brillante idea de decirles que me llamaba Blancanieves. Porque, total, ¿qué más daba? Ya había vendido hasta mi orgullo… ¿por qué no mi identidad?
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capítulo 21
La mañana siguiente despertó con un cielo encapotado y un viento frío que atravesaba la fortaleza de Zorem como un presagio. Rosana se levantó temprano, aún con el calor de la noche reciente latiendo en su piel y en su alma, pero consciente de que no había tiempo para descanso. La guerra estaba a punto de comenzar, y todo debía estar listo.
En el patio central, soldados y guerreros de distintas tierras se preparaban con una mezcla de nervios y determinación. Las armaduras brillaban bajo la escasa luz del amanecer, y las armas eran revisadas una y otra vez. Gael recorría las filas, dando órdenes y asegurándose de que cada hombre y mujer estuviera listo para el combate.
Rosana se unió a Liam, Luciel, Elías y Nikolai para revisar los últimos detalles. Mapas extendidos sobre la mesa, planes trazados con cuidado y mensajeros que partían para ultimar alianzas.
—La capital está protegida por muros que han resistido siglos —comentó Gael con voz firme—, pero Ravena no es invencible. Su magia es poderosa, pero tiene sus debilidades.
—Y la marca lunar —añadió Elías—. Mientras mantengamos esa protección, ella no podrá tocar a Blancanieves, no directamente. Pero debemos ser rápidos y precisos.
Rosana asintió. Sabía que la batalla no sería solo física, sino también un juego de voluntades, de magia y de sacrificios.
Cuando finalmente el ejército comenzó a movilizarse, una mezcla de esperanza y temor se apoderó de cada alma. Rosana montó su caballo junto a sus aliados, con el corazón latiendo fuerte, consciente de que aquel camino los llevaría al enfrentamiento definitivo.
***
En la lejana torre de Ravena, la reina bruja permanecía sentada en su trono oscuro, envuelta en mantos que parecían absorber la luz. Sus ojos, profundos y fríos, estaban fijos en un espejo encantado donde se mostraban escenas del mundo exterior.
El reflejo de la fortaleza de Zorem y el movimiento de sus tropas la hicieron fruncir el ceño.
—Blancanieves... imposible. Ella aún debería estar inconsciente... —murmuró, con voz cargada de veneno.
Con un gesto, invocó a una de sus damas de compañía, una joven hermosa y orgullosa que siempre había llamado su atención.
—Ven aquí —ordenó Ravena, alzando una mano envuelta en sombras—. Hoy tomaré un regalo que me pertenece.
El aire se cargó de una energía oscura y pesada mientras la magia Grim comenzaba a girar en torno a la reina. El sacrificio, el robo de esencia, era un ritual antiguo que ella dominaba a la perfección.
La joven dama sintió cómo la energía la envolvía, fría y paralizante. Su piel comenzó a perder brillo, sus ojos se oscurecieron y su belleza, que hasta entonces era un orgullo, empezó a desvanecerse.
Ravena se inclinó hacia el espejo, sus labios susurrando palabras que parecían arrancadas de pesadillas.
—Creo que es momento de tomar lo que me pertenece —dijo con una sonrisa cruel, mientras una luz oscura se filtraba desde su pecho y viajaba hacia su reflejo.
El brillo juvenil que antes poseía comenzó a regresar a la reina, revitalizándola, restaurando su fuerza, aunque todavía lejos de la plenitud que ansiaba.
—Pronto, Blancanieves —susurró—. Todo será mío...
