Después de escapar de las brutalidades de mi manada, he estado viviendo en las sombras como humana durante años, tratando de olvidar el pasado y construir una vida nueva. Pero cuando una incursión real amenaza con desestabilizar todo, me veo obligada a enfrentar mis demonios y proteger a los inocentes que me han aceptado. No puedo permitir que me arrastren de regreso a esa vida de opresión y miedo. Kaiden el rey alfa descubre que soy su compañera predestinada. Desde entonces me persigue e insiste en que mi lugar está junto a él.
Pero me niego a pertenece a alguien y lucharé por mi libertad y por aquellos que me importan, sin importar el costo.
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Una visita
La historia de Lili y Surley se desplegó ante mí como una pesadilla, cada palabra un golpe en el estómago. La casa, la emboscada, la horda de hombres... Y Adeline. Siempre tan terca, tan orgullosa. Incluso en su último intento por escapar, no me buscó. La imagen de ella luchando sola, herida, se grabó a fuego en mi mente.
Mientras ellas se encontraban a salvo en una habitación del palacio, el alivio de saberlas protegidas se mezclaba con una furia fría que empezaba a crecer en mi interior.
Yo, en mi oficina, me moría sin saber qué había pasado, sintiendo la impotencia como un veneno.
—La encontraremos, alfa. Siempre lo hemos hecho— dijo Bruno, con su voz calmada intentando anclarme a la realidad. Pero la calma era un lujo que no podía permitirme.
En ese momento, la puerta se abrió y uno de mis guardianes entró. Hizo una rápida reverencia, con sus ojos fijos en mí.
—Permiso para hablar, alfa—
Asentí, con mi mandíbula tensa.
—Supimos que la señorita Adeline fue retenida por el cazador Ruiz—
—¿Ruiz?— repetí, el nombre resonó con un eco ominoso. Conocía a Ruiz. El es un cazador experto, letal, que no trabajaba para cualquiera. —¿Para qué Ruiz quiere a Adeline?—
El guardia bajó la mirada, la incomopdidad era palpable en el.
—Continua— le ordene.
—Al parecer, la señorita Adeline ha sido perseguida por él desde que se fue de su manada natal. Resulta que ella huyó porque estaba siendo obligada a casarse con Canserbero—
—¿Qué?— gruñí, la palabra escapó de mis labios como un rugido contenido.
Canserbero. Un viejo dueño de una pequeña manada, un hombre orgulloso y engreído, conocido por su crueldad y su ego inflado.
La idea de Adeline con él me revolvió el estómago.
—Al parecer el cazador Ruiz dio con el paradero de la señorita Adeline porque la manada de Rick lo llevó a ella— el guardia casi susurró la última parte, consciente de la implicación.
—¿Algo más?— pregunté, con mi voz peligrosamente baja.
—Alfa, al parecer se está anunciando por todas las aldeas que la prometida de Canserbero llegó y habrá boda pronto—
No necesité preguntar de quién se trataba. Sabía, con una certeza helada, que esa boda trataría de Adeline.
¡Joder!
La furia estalló dentro de mí.
Lancé el vaso de cristal que tenía en la mano contra la pared, los fragmentos se esparcieron como mi paciencia.
—Ese cerdo asqueroso no se saldrá con la suya. No tendrá esta vez lo que quiere. No le daré el gusto de quedarse con algo que es mío—
El guardia, entendiendo la explosión, se retiró rápidamente, dejando a Bruno y a mí solos.
Bruno me vio, y supo exactamente lo que pasaba por mi mente. Por eso intervino, con su voz resonando con la razón que yo estaba perdiendo.
—Kaiden, sabes perfectamente que meternos en esos terrenos y con Canserbero desatará una ola de guerra. Lo sabes, ¿verdad?—
Lo sabía.
Y no me importaba.
No me importaba entrar en guerra con ese imbécil, con su manada, con quien fuera que se interpusiera.
Tenía que sacar a Adeline de ahí.
—¡Voy a ir por ella y me importa un carajo si pongo a arder su estúpida manada!. ¡Si se atreve a ponerle una mano a Adeline!, ¡te juro que no habrá agujero donde pueda esconderse ese mal nacido!— dije, con mi mandíbula tensa, y mis ojos ardiendo con una promesa mortal. —Que todos se alisten. Le haremos una visita a Canserbero, ya es hora—
El eco del cristal roto aún resonaba en la oficina, pero mi mente ya estaba en otro lugar, visualizando el camino hacia Canserbero.
La rabia me quemaba, pero la necesidad de actuar era más fuerte. Mientras Bruno y yo nos preparábamos para salir, un pensamiento me detuvo. Lili y Surley. Ellas habían estado con Adeline, habían visto lo que yo no. Necesitaban saber.
Encontré a las dos chicas en una de las habitaciones de invitados, tenían sus rostros pálidos y sus ojos llenos de una mezcla de alivio por estar a salvo aparte de una profunda preocupación por Adeline. Al verme, se levantaron de golpe.
—Kaiden, ¿qué pasa con Adeline?— preguntó Lili, apenas en un susurro, y temblando. Surley a su lado, asintió con la cabeza, y sus ojos suplicantes.
Me acerqué a ellas, la furia que sentía por Canserbero se transformó en una calma forzada para no asustarlas más.
Necesitaban mi fuerza, no mi ira.
—Escúchenme bien— dije, con mi voz grave pero tranquilizadora, posando una mano suavemente en el hombro de cada una. —Sé lo que pasó. Sé quién la tiene—
Los ojos de Lili se llenaron de lágrimas, y Surley apretó los labios.
—No se preocupen. Iré por ella. La traeré de vuelta, aquí, a salvo. Se los prometo—
Mi mirada se encontró con la de ellas, intentando transmitir toda la certeza que sentía. Era más que una promesa; era un juramento.
La traeré de vuelta.
Viva.
Un atisbo de esperanza cruzó sus rostros, y eso me dio la fuerza extra que necesitaba. Asentí una última vez, y me di la vuelta.
Bruno ya me esperaba en el patio, donde el ajetreo era palpable. Guerreros de élite, los más fuertes y leales, se estaban alistando. El sonido de las armas, el murmullo de las órdenes, el brillo de la luna sobre las armaduras: todo creaba una atmósfera de inminente batalla.
Me acerqué a mi caballo, un semental negro como la noche, y lo monté con un movimiento fluido. Bruno se unió a mi lado, también montado, con su rostro serio y determinado.
—¿Están todos listos?— mi voz resonó, cortando el aire nocturno.
—Sí, alfa— respondió Bruno, mientras la caballería de guerreros se formaba detrás de nosotros, con una fuerza imparable.
Miré hacia el frente, hacia la oscuridad que nos esperaba. Canserbero. Ruiz. No importaba. Solo importaba Adeline.
—Vamos a buscarla— ordené, y con un grito de guerra, la caballería se puso en marcha, galopando bajo la luna, una marea de furia y determinación, lista para arrasar con todo lo que se interpusiera en nuestro camino...