En 1957, en Buenos Aires, una explosión en una fábrica liberó una sustancia que contaminó el aire.
Aquello no solo envenenó la ciudad, sino que comenzó a transformar a los seres humanos en monstruos.
Los que sobrevivieron descubrieron un patrón: primero venía la fiebre, luego la falta de aire, los delirios, el dolor interno inexplicable, y después un estado helado, como si el cuerpo hubiera muerto. El último paso era el más cruel: un dolor físico insoportable al terminar de convertirse en aquello que ya no era humano.
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Capítulo 20: Confrontación mortal
Leo dio un paso hacia ellos, tambaleándose, con espasmos violentos provocados por la fiebre y la infección. Intentó hablar, pero cada palabra era un jadeo ahogado, entrecortada por la tos y los temblores. Por un instante, Tania vio la sombra de su antiguo aliado, el joven que había confiado en ella, que había compartido jornadas de entrenamiento y momentos de esperanza. Esa imagen se desvaneció rápidamente ante la realidad de la criatura que tenía frente a ella: un hombre consumido por el virus, peligroso incluso en su debilidad.
—Tania… no… quiero… —balbuceó, su voz temblorosa y débil, mientras intentaba avanzar hacia el grupo con movimientos erráticos.
Tania apuntó cuidadosamente, recordando cada enseñanza de Karen: la precisión era más importante que la fuerza, y el objetivo principal era proteger a los suyos, no sucumbir a la emoción del momento. Su mano temblaba ligeramente, pero la mirada firme y fría dejaba claro que no habría dudas.
Juan bloqueaba su flanco, adoptando una postura defensiva y listo para intervenir en cualquier instante. Marcos e Isabela mantenían las distancias, utilizando armas y técnicas de paralización aprendidas tras meses de entrenamiento, con la intención de inmovilizar a Leo sin hacerle daño innecesario. Cada movimiento debía ser calculado; un solo error podría ser fatal.
Leo convulsionó violentamente, su cuerpo retorciéndose mientras intentaba acercarse. Sus ojos inyectados en sangre mostraban un miedo profundo, como si él mismo comprendiera que ya no tenía control sobre sus acciones. La tensión era insoportable: el olor a sudor y fiebre se mezclaba con el ambiente cargado de adrenalina.
—¡Cuidado! —gritó Juan—. No subestimes lo que puede hacer incluso debilitado.
Tania retrocedió unos pasos, manteniendo el arma firme, y evaluó cada respiración de Leo. Sus músculos rígidos, su balanceo incontrolable y sus manos temblorosas indicaban que cualquier intento de aproximación podía resultar en un ataque impulsivo y letal. Sin embargo, su mirada se encontró con la de Tania, y por un instante, algo humano emergió entre el caos. Arrepentimiento, miedo y un rastro de aquello que una vez fue confianza.
El tiempo pareció ralentizarse. Cada segundo era un cálculo: cuándo disparar, cuándo usar las técnicas de contención, cómo proteger a todos los presentes sin permitir que el virus se extendiera. Leo cayó de rodillas, temblando, con la respiración entrecortada. Su mirada buscó a Tania una última vez, buscando quizá perdón o redención.
—Perdóname… —susurró con voz apenas audible, y luego, un último espasmo recorrió su cuerpo antes de que la infección lo consumiera por completo. Su caída fue silenciosa y definitiva, dejando un vacío emocional que Tania sintió profundamente.
El silencio posterior era abrumador. Todos contenían la respiración, procesando la muerte de alguien que fue amigo y enemigo al mismo tiempo. Tania bajó lentamente el arma, mientras una mezcla de tristeza y alivio recorría su pecho. Había protegido a los suyos, había cumplido con su deber, pero el precio emocional era alto.
—Está acabado —dijo Isabela con voz baja, mirando el cuerpo de Leo—. Pero debemos seguir vigilantes. Siempre habrá alguien más… siempre habrá más amenazas.
Tania asintió, apretando los labios, recordando las enseñanzas de Karen: el dolor no debía paralizarla. La supervivencia y la protección de los suyos seguían siendo su propósito. Mientras el sol comenzaba a iluminar el bosque cercano, un nuevo día se anunciaba. La batalla había terminado, pero la guerra por reconstruir, proteger y sobrevivir continuaba.