Rómulo Carmona Jr. es hijo del hombre más poderoso y temido del país y ante el mundo, es el heredero devoto, y la sombra perfecta de su padre. Pero en su interior, lo odia con cada fibra de su ser, porque Carmelo Carmona, es un tirano que lo controla todo, y ha decidido su destino sin dejarle opción: un matrimonio por conveniencia con Katherine León.
Para Rómulo, casarse con ella es la única manera de proteger a la mujer que realmente ama, sin embargo, lo que comienza como una obligación, pronto se convierte en un viaje inesperado y en el camino, descubre que los sentimientos pueden surgir cuando menos te lo esperas.
¿Podrán Rómulo y Katherine encontrar la felicidad en un matrimonio marcado por el deber?, o, por el contrario, estarán condenados a vivir en las sombras de un destino que ellos nunca eligieron (Historia paralela de la saga Romance y Crisis)
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Capítulo XXI: Luna de miel parte 2
El sol entraba tímidamente por las cortinas del balcón, Rómulo, aún atrapado en el letargo del sueño, sintió algo contra su espalda, se movió un poco, tratando de desperezarse, pero el peso contra él no se apartó.
Frunció el ceño antes de abrir los ojos porque se dio cuenta de que Katherine dormía profundamente, apoyando la cabeza contra su espalda, como si en algún punto de la noche se hubiera acercado inconscientemente.
No se movió de inmediato, pero sentía su respiración pausada contra él, el calor de su cuerpo aún retenido en la quietud del amanecer, hasta que Katherine se removió ligeramente y el momento de paz se rompió.
Parpadeó varias veces antes de darse cuenta de su posición y, cuando lo hizo, se separó bruscamente.
—Oh, Dios —murmuró, apartándose con rapidez y llevándose una mano a la cara—. No me di cuenta…
Rómulo, aún somnoliento, la miró con diversión.
—Estabas demasiado cómoda.
—¡No me di cuenta! —repitió, Katherine muy avergonzada.
—Sí, lo noté.
Katherine soltó un suspiro, intentando recuperar la compostura.
—Que esto no te dé ideas.
Rómulo dejó escapar una risa breve.
—Jamás.
Ella lo fulminó con la mirada antes de levantarse de la cama. La incomodidad seguía ahí, pero algo había cambiado en la forma en que se miraban, porque, por primera vez desde que llegaron, la distancia que los separaba había sido rota, aunque fuera de manera involuntaria.
Katherine sacudió la cabeza, como si quisiera borrar lo ocurrido.
—Debemos darnos prisa si queremos que nos rinda el día —dijo en un tono que intentaba ser despreocupado.
Rómulo la observó con una expresión neutra, pero no dijo nada y en su interior, se preguntaba por qué de repente cada pequeña interacción entre ellos parecía tener un peso diferente.
La belleza de Venecia se desplegaba a su alrededor y los canales serpenteaban bajo los puentes, y la ciudad parecía un mundo aparte, ajeno a todo lo que ellos habían vivido antes.
—No podemos venir a este lugar sin vivir esta experiencia —dijo Rómulo, ofreciéndole la mano para ayudarla a subir a la góndola, Katherine la tomó con un ligero titubeo.
—Admito que me pone un poco nerviosa.
—Descuida, yo sé nadar —respondió él con una media sonrisa.
Ella le dedicó una mirada de advertencia.
—Ni lo menciones. No es gracioso.
Rómulo levantó las manos en gesto de rendición, pero no pudo ocultar su diversión.
El gondolero comenzó a remar, llevándolos por los estrechos canales, dejando que el agua los guiara entre la arquitectura eterna, pero lo que ninguno esperaba era lo que el viaje les tenía reservado.
El gondolero giró abruptamente en una esquina, y el movimiento los hizo perder el equilibrio por un breve segundo y en un instante, sin previo aviso, sin intención alguna, sus rostros quedaron demasiado cerca, y, antes de poder reaccionar, rozaron sus labios y el tiempo pareció detenerse.
Esta vez, ese beso no fue como los anteriores, no era el beso mecánico de la boda, ni el beso frío para marcarle a Natalia el final de su historia y esta vez, fue algo completamente diferente porque había electricidad.
Rómulo la observó con los ojos entrecerrados, consciente del latido acelerado en su pecho y Katherine permaneció inmóvil, con los labios apenas entreabiertos, como si todavía intentara procesar lo que acababa de ocurrir.
—Eso fue… inesperado —susurró ella, casi sin voz.
Rómulo aclaró la garganta.
—Culpa del gondolero.
—Claro —murmuró Katherine.
Pero ninguno se movió ni quiso analizar lo que acababa de pasar, solo se separaron con la misma rapidez con la que se habían acercado y miraron en otra dirección, como si la belleza de Venecia pudiera distraerlos de lo que acababan de descubrir, pero no lo haría, porque ahora, ya no podían negar que algo estaba cambiando.
Y aunque aún no sabían qué hacer con eso, el roce seguía ahí, como un secreto que ninguno podía borrar.
Después del roce inesperado y de la electricidad que ninguno de los dos mencionó y el día continuó como si nada hubiera pasado, pero algo sí había cambiado porque ahora, cada pequeño contacto entre ellos parecía diferente.
Mientras caminaban por la Plaza San Marcos, Rómulo pasó junto a Katherine, y aunque fue solo un roce leve de su brazo contra el de ella, la sensación se quedó mucho más tiempo del que debía Katherine frunció el ceño y cruzó los brazos.
—¿Siempre caminas tan cerca?
—¿Me estás acusando de algo?
Ella soltó un suspiro.
—Solo digo que no pareces consciente de tu espacio personal.
—¿Te incomoda? —preguntó, inclinando la cabeza con una leve sonrisa.
Katherine apartó la mirada.
—No dije eso.
Cuando se detuvieron en una cafetería, y Katherine alcanzó la taza de café al mismo tiempo que Rómulo, sus dedos se encontraron por un breve segundo y aunque fue accidental, ninguno quitó la mano de inmediato.
Rómulo arqueó una ceja.
—¿Vas a soltar la taza?
Katherine la soltó de golpe, fingiendo que no había pasado nada, cuando ella le señaló un edificio con detalles impresionantes, Rómulo se inclinó apenas hacia ella para verlo mejor, su aliento rozó la piel de su cuello, y Katherine contuvo una exhalación antes de apartarse sutilmente.
—Por favor, dime que no lo hiciste a propósito.
Rómulo la miró con curiosidad.
—¿Hacer qué?
—Nada —murmuró ella, caminando más rápido.
Cada vez se volvía más intenso, aunque ninguno de los dos lo admitió, porque era más fácil fingir que todo seguía igual, que la cercanía era solo producto del espacio compartido, que sus cuerpos no reaccionaban de maneras inesperadas.
Pero la verdad estaba ahí escondida en cada roce involuntario en cada instante en el que sus miradas duraban un segundo más y en cada silencio que se hacía más denso cuando estaban demasiado cerca.
Esa noche luego de que Katherine tomó una ducha notó un par de llamadas de su hermana y decidió llamarla de vuelta porque recordó el incidente con la lencería sexy en su primera noche y sospechaba que las manos de Karin estaban involucradas y dudó un segundo ante de llamarla, porque estaba resentida debido a lo avergonzada que se sentía.
—¡Hola, recién casada! —saludó Karin con su energía habitual—. ¿Te gustó mi sorpresita?
Katherine se quedó muda y su cuerpo se tensó porque comprendió que ella había sido la responsable del momento más embarazoso de su primera noche de bodas.
—¡¿Fuiste tú?! —explotó, sosteniendo el teléfono con fuerza—. ¿Cómo se te ocurre hacerme eso?
Karin soltó una carcajada sin una pizca de arrepentimiento.
—Ay, vamos, Kat. Una mujer tiene necesidades, ¿o piensas pasarte la luna de miel jugando a las cartas con Rómulo? Porque, déjame decirte, ese hombre es un monumento andante así que no desperdicies la oportunidad.
Katherine sintió que el calor subía por su cuello y jamás había deseado que la tierra la tragara con tanta desesperación.
—Karin, de verdad, no puedo creer que hicieras esto. —Suspiró, pasándose una mano por la frente.
—Espera, espera, aún hay más —canturreó su hermana—. Revisa tu maleta porque te dejé otra sorpresa.
La ansiedad se mezcló con el pavor mientras Katherine abría el equipaje, rebuscando hasta dar con un pequeño paquete y su estómago se hundió al ver de lo que se trataba.
—¿Preservativos? —susurró, horrorizada.
—Obvio. ¡Seguridad ante todo! —dijo Karin con desenfado.
Katherine sintió que su cabeza iba a estallar.
—¡¿Por qué tantos?! —reprochó, agitando el paquete como si pudiera borrar su existencia.
—Porque no sabía cuál era la medida de Rómulo —respondió Karin con la mayor naturalidad—. Pero mejor prevenir, ¿no?
Katherine hundió el rostro en sus manos, deseando que la llamada fuera solo un mal sueño. Sabía que su hermana era imposible, pero esto… esto superaba todo lo imaginable.
El aire en la habitación parecía haberse espesado de golpe. Y entonces, lo peor.
—¿Interrumpo? —La voz de Rómulo, repentinamente presente, hizo que Katherine se congelara.
El calor se propagó por su rostro con una rapidez alarmante y levantó la vista con cautela, solo para descubrir que él estaba apoyado contra el marco de la puerta, su expresión era indescifrable, pero el leve sonrojo en sus mejillas delataba que había escuchado lo suficiente, y más aún, que había visto lo que ella sostenía.
Carraspeó con discreción, intentando suavizar la tensión que flotaba en el aire.
Katherine, presa del pánico, guardó apresuradamente el paquete en su maleta como si eso pudiera borrar el momento, con su corazón martilleando en su pecho.
—¿Estás lista para ir a cenar? —preguntó Rómulo, desviando la mirada hacia cualquier otro punto de la habitación.
Un silencio incómodo se asentó entre ellos, Katherine se aclaró la garganta, esforzándose por recuperar la compostura.
—Sí, ya estoy lista —respondió, demasiado rápido, demasiado firme.
Pero lo cierto era que, después de esa conversación, no sabía si podría mirarlo a los ojos durante el resto de la noche sin recordar el desastre que su hermana había causado.
La verdad es que Venecia estaba jugando con ellos, poniendo un desafío frente a sus propias barreras y aunque todavía se negaban a admitirlo, el cambio ya había comenzado.
La cena transcurría entre platos exquisitos y copas de vino y el ambiente era cálido, la iluminación perfectamente tenue, y la ciudad se extendía más allá del ventanal, con su belleza eterna iluminando la noche.
A pesar de la conversación con su hermana, Katherine había logrado relajarse. La breve caminata desde el hotel hasta el restaurante, el intercambio de opinión sobre la arquitectura de los alrededores y la calidez del ambiente habían aligerado su postura, aunque aún quedaban vestigios de contención en su actitud, el vino había suavizó sus gestos, volviéndolos más fluidos, y naturales.