¿Qué harías si el personaje que creaste se materializa en tu habitación? bueno eso mismo le paso a nuestra querida Arianna... quien aun no sé explica como es que eso sucedió.
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capítulo 21
Las semanas siguientes la fama había llegado como un maremoto.
Las entrevistas no se detenían. Caleb era requerido en programas matinales, portadas digitales, eventos de caridad y lanzamientos de productos. Su rostro, aún ligeramente mojado por la escena bajo la lluvia, se había convertido en un símbolo. Cada gesto suyo, cada sonrisa, era diseccionada en redes sociales. Y Arianna... lo acompañaba en silencio, siempre un paso detrás, como si no le afectara, aunque en realidad disfrutaba más de la atención que él le prestaba a ella que del fenómeno mediático que lo rodeaba.
Porque a pesar del caos mediático, algo íntimo se había instalado entre los dos.
Ya no eran únicamente manager y actor. Eran algo más. Algo tácito, peligroso, electrizante.
Arianna se divertía siguiéndolo con la mirada cuando daba entrevistas, sobre todo cuando mencionaban el "famoso beso". Observaba con fascinación cómo Caleb tragaba saliva, cómo desviaba la mirada, cómo se sonrojaba como si estuviera desnudo en público.
Ella sabía por qué: porque pensaba en ella.
Le encantaba provocar ese efecto. Jugaba con él sin piedad. Pequeños roces de dedos al pasarle un guion, un "accidental" apoyo en su hombro cuando se sentaban demasiado cerca, o un susurro innecesariamente cerca de su cuello cuando le recordaba la hora de su siguiente reunión.
Cada vez que él respiraba hondo o cerraba los ojos como si rogara por autocontrol, Arianna sonreía para sí.
Hasta que una noche, el juego cambió.
La habitación de hotel en Nueva York era amplia, moderna, silenciosa. Afuera, el caos de la ciudad vibraba. Pero dentro, solo estaban ellos dos.
Acababan de regresar de una cena con productores y ejecutivos de casting. Caleb estaba desabrochándose el primer botón de su camisa, con el saco colgado del respaldo de la silla. Arianna se quitaba los tacones, uno por uno, como si nada.
—Hoy fuiste brillante —dijo ella, sentándose en el sofá—. Incluso cuando la periodista te preguntó si estabas enamorado.
Caleb, aún de pie, se tensó levemente.
—¿Y tú crees que estuve convincente cuando respondí que “el corazón de un actor siempre está ocupado con su personaje”?
—Te tembló un ojo —dijo Arianna, burlona—. Pero fue adorable. Las fans van a amarte más.
Caleb caminó hasta el minibar. Sirvió dos copas de vino y le tendió una. Ella la tomó sin dejar de observarlo. Sabía que él estaba nervioso. Podía olerlo. Podía sentir cómo el aire se volvía más espeso cada vez que estaban solos.
Y en ese momento, el silencio se volvió casi insoportable.
—¿Por qué lo haces? —preguntó él de pronto.
—¿Hacer qué?
—Jugar conmigo.
Ella arqueó una ceja, divertida.
—¿Yo? ¿Jugar?
—Sí —dijo Caleb, avanzando un paso—. Te encanta empujarme al borde. Rozar mis límites. Mirarme como si fueras a devorarme... y luego apartarte como si nada.
Arianna bebió un sorbo de vino, cruzó las piernas con elegancia y sostuvo la mirada, sin una pizca de vergüenza.
—¿Y si sí?
Caleb dejó su copa sobre la mesa, ya sin sonreír. Tenía la mandíbula tensa, el pecho agitado. Sus ojos, normalmente dulces, estaban oscuros, ardientes.
—Porque si sigues así... —dijo, avanzando hasta quedar frente a ella—, no voy a poder contenerme más.
Arianna levantó la vista, aún serena, y murmuró:
—Nadie te está pidiendo que lo hagas.
Fue como si alguien hubiera encendido una mecha.
En un segundo, Caleb se inclinó sobre ella. Sus manos la rodearon, sin tocarla, pero encerrándola entre sus brazos. Su rostro estaba peligrosamente cerca del de ella. Su aliento cálido golpeó sus labios.
—Dilo —pidió él, en voz baja.
—¿Decir qué?
—Que quieres que te bese.
Ella ladeó la cabeza, sonriendo como una loba segura de su presa.
—No necesito decirlo. Ya sabes que quiero.
Y entonces Caleb la besó.
No fue un beso dulce. No fue un “final feliz de telenovela”. Fue crudo, intenso, largo. Las bocas se buscaron con desesperación, se encontraron con furia, se reconocieron como si lo hubieran estado deseando desde el primer momento. Las manos de él la tomaron por la cintura. Las de ella se enredaron en su cabello.
Él se separó apenas unos centímetros, jadeando, con los labios enrojecidos.
—¿Esto también es parte del juego?
—No —susurró ella—. Esto ya no es un juego.
Y lo besó de nuevo.
Las días siguientes fueron una danza peligrosa.
Seguían trabajando como si nada. Arianna seguía organizando su agenda, negociando contratos, acompañándolo a eventos. Pero entre cada momento profesional, se deslizaban miradas encendidas, roces furtivos, encuentros a puerta cerrada que dejaban sus ropas desordenadas y sus corazones latiendo al borde del colapso.
Caleb descubrió una Arianna que no conocía. Más allá de la mujer profesional, dura, estratégica... había una Arianna vulnerable, apasionada, brillante. Y él la deseaba toda. No solo por las noches, sino también por las mañanas, cuando ella leía su agenda en pijama, con una taza de café y el cabello desordenado.
Arianna, por su parte, descubría algo igual de aterrador: Caleb era más que una obsesión pasajera.Lo admiraba. Lo deseaba. Y, peor aún, lo necesitaba.
Pero lo que más disfrutaba era verlo perder el control.
Le encantaba probar cuánto aguantaba antes de estallar. Lo hacía a propósito: un roce en la espalda cuando nadie miraba, un susurro sugerente antes de entrar a una entrevista, o una caricia inocente en su nuca mientras repasaban escenas.
Caleb tragaba saliva. Se sonrojaba. La miraba con ojos encendidos.
Hasta que una noche, en medio de la promoción de su primera película juntos, ella lo provocó más de la cuenta.
Estaban en su departamento en Los Ángeles. Ella vestía un vestido negro entallado. Él, un traje con corbata, y camisa negra. Se encontraban en un elevador, solos.
Arianna se acercó, se apoyó en su pecho y fingió arreglarle el cuello de la camisa.
—Estás perfecto —murmuró.
—Tú no —susurró él—. Estás peligrosa.
Ella sonrió. Rozó su mentón con un dedo.
—¿Te asusta?
Caleb entrecerró los ojos. La tomó de la cintura, sin avisar, y la arrinconó contra la pared del elevador.
—No —dijo con voz ronca—. Me enciende.
Ella rió, pero él no se apartó.
—Arianna... —dijo con firmeza—. Si vas a seguir jugando a encenderme, tienes que estar lista para arder conmigo.
Ella lo miró, con el pecho subiendo y bajando aceleradamente.
—Estoy lista.
Y esta vez, no hubo más palabras.
Solo deseo.
La noche envolvía la ciudad con su manto de luces tenues y sombras alargadas. Arianna y Caleb entraron en el apartamento, el silencio entre ellos cargado de anticipación. Sin decir una palabra, Arianna tomó la corbata de Caleb con una sonrisa traviesa y lo condujo al sofá. Con un suave empujón, lo hizo sentarse, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y determinación.
Caleb la observó, su respiración acelerada, mientras ella seleccionaba una canción sensual y lenta en su teléfono. La música llenó la habitación, marcando el ritmo de lo que estaba por venir.
Arianna comenzó a moverse al compás de la música, sus caderas balanceándose con gracia y seguridad. Sus manos recorrieron su propio cuerpo, desabrochando lentamente el cierre de su vestido, dejando que la prenda cayera al suelo con deliberada lentitud. Caleb no podía apartar la vista, cada movimiento de Arianna lo hipnotizaba, su deseo creciendo con cada segundo que pasaba.
Cuando quedó en una delicada lencería de encaje, Arianna se acercó a él, colocando su pie suavemente en su pecho.
—Quiero que me quites las medias —ordenó con voz baja y firme.
Caleb asintió, sus ojos nublados por el deseo. Tomó su pie con delicadeza, besando cada centímetro mientras deslizaba la media hacia abajo, repitiendo el proceso con la otra pierna. Cada beso, cada caricia, era una promesa de lo que vendría.
Se levantó del sofá y se acercó a Arianna, tomándola entre sus brazos y besándola con pasión contenida. Ella se dejó llevar, sus cuerpos encajando perfectamente mientras él la arrinconaba contra la pared. Sus manos exploraban, descubriendo cada curva, cada suspiro.
—No sabes cuánto he deseado este momento —susurró Caleb, su voz ronca por la emoción.
—Yo más... mucho más —respondió Arianna, acariciando su mejilla.
La noche se convirtió en un torbellino de emociones y sensaciones, donde cada caricia, cada beso, los llevaba más profundo en su conexión. No era solo deseo físico; era una unión de almas, una danza íntima que los dejaba sin aliento y completamente entregados el uno al otro.
Gracias por esto...
La Felicito Autora.