una chica cualquiera viaja en busca de sus sueños a otro país encontrando el amor y desamor al mismo tiempo...
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Una invitacion
El regreso a la rutina en "El Rincón del Café" fue aún más pesado de lo habitual. La noticia de mi inclusión en el equipo de las Olimpiadas Nacionales, y la posterior descalificación de Alexia, había encendido una chispa de resentimiento en Berta que ahora se manifestaba en una tensión palpable, casi cortante, en cada uno de mis turnos. Sus miradas eran dagas, sus palabras, aunque no directas, veneno destilado. El ambiente se había vuelto insoportable, y ya no podía ignorarlo.
Finalmente, decidí hablar con Don Pascual. Lo abordé en un momento de calma, en la oficina trasera, la voz baja para que nadie más escuchara. Le expliqué la situación, la constante hostilidad de Berta, los comentarios despectivos sobre mi origen. Don Pascual, con su habitual seriedad y su ceño fruncido, escuchó atentamente cada palabra. Se comprometió a hablar con Berta, a poner fin a esa situación. Agradecí su intervención, aunque en el fondo, no creía que fuera a hacer mucha diferencia. Berta era terca, y su envidia, profunda. Pero bueno, al menos había intentado algo.
Mientras tanto, la otra mitad de mi vida, la universitaria, brillaba con una luz más intensa. Julián y yo estábamos más unidos que nunca, inmersos en la preparación para las Olimpiadas. La victoria en el debate y su sorprendente inclusión en el equipo habían cimentado nuestra alianza y, con ella, la incipiente chispa que había entre nosotros.
Esa tarde, poco después de terminar mis clases y antes de mi turno en el café, recibí un mensaje de Julián. "Necesito celebrar tu victoria y la nuestra. ¿Cenas conmigo esta noche? Nada de estrés, solo tú y yo." Mi corazón dio un brinco. Una cena, solo los dos, lejos de la cafetería y de la presión académica. Acepté sin dudarlo.
El final de mi turno en "El Rincón del Café" esa noche llegó con un alivio inmenso. El ambiente con Berta había sido, como de costumbre, tenso. Apenas cruzamos palabras, pero cada movimiento, cada mirada, estaba cargada de un resentimiento silencioso.
Me disponía a terminar de limpiar una de las mesas, cuando Berta, que pulía la cafetera con una fuerza innecesaria, lanzó un comentario sin mirarme.
Berta: (Con voz monocorde, casi inaudible, pero con un filo acerado) "Algunos tienen suerte. Mucha suerte. Parece que todo les viene dado. Y encima, se van de cena mientras otros tienen que seguir aquí hasta que se cierre."
No había clientes cerca, por lo que el comentario era claramente para mí. Respiré hondo, tratando de no responder.
Azul: (Con la voz tranquila, sin darle importancia) "El turno de noche es un trabajo más, Berta. Como el de la mañana. Mañana me toca a mí cerrar."
Berta: (Finalmente me miró, sus ojos con un brillo gélido) "Sí, claro. 'Trabajo'. No como 'ganar debates' y 'salir en la televisión'. Esos son los 'trabajos' que valen la pena, ¿verdad? Y el 'amiguito' te viene a buscar en coche. Qué bien montado lo tienes todo, la verdad."
No respondí. Solo terminé de limpiar la mesa, mi espalda tensa. No valía la pena. Lo único que quería era salir de allí.
Mientras me ponía el abrigo y recogía mis cosas, el sonido inconfundible de un claxon, dos toques cortos y alegres, resonó desde la calle. Era Julián. Mi corazón se aligeró al instante. Me despedí rápidamente de Miguel, que me sonrió con complicidad, y salí por la puerta.
Allí estaba él, recostado contra el lado del conductor de su sedán oscuro, bajo las luces cálidas de las farolas sevillanas. Llevaba una camisa azul clara que resaltaba el color de sus ojos y unos pantalones de tela oscura. Su cabello rubio dorado, ligeramente revuelto por la brisa suave de la tarde, brillaba. Al verme, su rostro se iluminó con una sonrisa que borró de mi mente todo el malestar del café.
Julián: (Abriendo la puerta del copiloto con una sonrisa encantadora) "Lista para celebrar, ¿campeona?"
Azul: (Devolviéndole la sonrisa, sintiendo cómo el cansancio del día se desvanecía) "Lista para lo que sea, si es contigo."
Nos dirigimos a un pequeño y acogedor restaurante en el barrio de Triana, con mesas al aire libre y vistas al río Guadalquivir. La cena fue deliciosa, un festival de tapas sevillanas y risas sinceras. Hablamos de todo menos de estudios y debates: de nuestros países de origen, de nuestros sueños, de pequeñas anécdotas de la vida en Sevilla. La conexión entre nosotros era palpable, una corriente eléctrica que se extendía más allá de las palabras. Sus ojos negros no se apartaban de los míos, y cada vez que nuestras manos se rozaban, una oleada de calidez me recorría.
Después de cenar, Julián sugirió dar un paseo por la orilla del río. La brisa de la noche era suave, el aire olía a azahar y a historia. Las luces de la ciudad se reflejaban en el agua, creando un espectáculo mágico. Caminábamos despacio, sin prisa, nuestros hombros rozándose. El silencio era cómodo, lleno de la quietud de una noche perfecta.
Mientras pasábamos bajo un puente antiguo, con el eco de nuestros pasos reverberando suavemente, Julián se detuvo. Se giró hacia mí, sus manos encontrando las mías. La luz de una farola cercana iluminaba su rostro, y vi una mezcla de nerviosismo y una profunda ternura en sus ojos. Mi corazón empezó a latir con fuerza, casi anticipando lo que venía.
Julián: (Su voz era un poco más grave de lo normal, pero llena de sinceridad) "Azul... Desde que llegaste, desde el primer día en clase, algo cambió. No sé cómo explicarlo. Eres diferente. Inteligente, valiente, con unos ojos que... bueno, tus ojos verdes son un universo. Me siento... no sé, completo, cuando estoy contigo. Me inspiras."
Se detuvo un momento, respirando hondo, sus pulgares acariciando suavemente el dorso de mis manos.
Julián: "Hemos pasado por mucho en poco tiempo, ¿verdad? El café, la universidad, el debate... Y en cada paso, lo único que quería era que estuvieras bien, verte brillar. Cada vez que hablamos, cada vez que nos reímos, me doy cuenta de que... esto es más que una amistad. Mucho más."
Mis ojos se llenaron de lágrimas, una mezcla de emoción y felicidad. También sentía lo mismo, pero escucharlo de él, con esa sinceridad, era abrumador.
Julián: (Mirándome fijamente, la ternura en su voz palpable) "Azul López, me tienes completamente enamorado. Y quiero saber si... ¿quieres ser mi novia? ¿Quieres que intentemos esto, juntos, de verdad?"
El corazón me dio un vuelco. Las palabras se me atascaron en la garganta, pero mis ojos, supongo, lo dijeron todo. Las dudas, el estrés, la tensión de Berta, todo se disolvió en ese instante. Solo existíamos él y yo, bajo las estrellas de Sevilla.
Azul: (Mi voz salió apenas un susurro, pero llena de convicción) "Sí, Julián. Sí, quiero. ¡Claro que quiero!"
Una sonrisa radiante iluminó su rostro. Me soltó las manos para rodear mi cintura, y me atrajo hacia él en un abrazo apretado. Su aliento cálido en mi oído, el suave aroma de su colonia, el latido de su corazón contra el mío. Era un momento perfecto. Levantó mi barbilla suavemente y sus labios encontraron los míos en un beso tierno y lleno de promesas. Un nuevo capítulo se abría en mi vida sevillana, uno mucho más dulce y emocionante de lo que jamás hubiera imaginado.